“¿Habéis cambiado mucho desde que os enamorasteis?” Mi hija Irene suelta preguntas de este tipo, cualquier día a cualquier hora. Rara vez me pregunta cosas facilitas del tipo: “¿qué me queda mejor la camiseta blanca o la azul?”
Esas cosas directamente no me las consulta. Las zanja ella sola.
Su pregunta de ayer escondía otras muchas y yo lo sabía. Cuando soltó la “bomba de relojería” yo soñaba con irme prontito a la cama pero qué le vamos a hacer. Cambio de planes.
Como los chicos estaban entretenidos viendo la tele y Sara ya roncaba, le propuse a mi mediana que se viniera conmigo a la cama y ahí estuvimos hablando largo y tendido de lo humano y lo divino.
Las palabras de hoy del Papa Francisco me han recordado nuestra conversación de ayer.
Estoy convencida de que a Irene la va a interesar la idea de que desgraciadamente a menudo solo somos capaces de decir “síes” a medias y que solo un “Sí” con mayúsculas puede salvarnos.
En lo verdaderamente importante en la vida como la familia, los buenos amigos o los grandes proyectos hay que apostar en cuerpo y alma, sin mirar para otro lado o aflojar ante una mala racha o un desencuentro.
A veces las parejas tenemos tanto cuidado para que nuestros hijos no nos vean discutir, que me pregunto si no estamos privándoles de la posibilidad de ver que reconciliarse es posible. Me refiero a discusiones razonables, por supuesto.
Me pregunto si no infravaloramos la potencia de ser testigos de la reconciliación y el perdón en la familia.
Cuando yo era pequeña (adolescente) mis padres discutían bastante y normalmente no se escondían, algo que podía ser desagradable. Sin embargo, jamás sentí inseguridad, porque también les veíamos hacer las paces. Jamás dudé de su Sí, ni de su apuesta por el vínculo que había entre ellos.
Creo que en los próximos días buscaré el momento para retomar la conversación que ayer dejé a medias y tomaré prestada la reflexión del Papa. Seguro que a Francisco no le importa. @amparolatre