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¡Alerta! La idea de privacidad de nuestros hijos está cambiando

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Jim Schroeder - publicado el 21/04/17

Entre el 80 y el 85 por ciento de los estudiantes de secundaria tienen su propio dispositivo móvil. Y los cambios son mayores de lo que esperábamos.

Cuando tuve mis primeras citas en 1991, recién entrado en el instituto, no tenía ninguna experiencia en absoluto en el tema. Y no solamente no tenía ni idea, sino que me di cuenta bastante rápido de que eso de estar “saliendo” con alguien oficialmente me intimidaba bastante.

Entre los primeros puestos de mi lista de dudas estaba el cómo hacer eso de las conversaciones telefónicas entre cita y cita para seguir asentando la relación. El caso es que, una noche, decidí que ya era hora de hacer la llamada y me fui a por el teléfono (fijo, porque no había otra opción) que estaba en el dormitorio de arriba,compartido con mis dos hermanos pequeños.

En cualquier momento, esa privacidad que anhelaba con tanta pasión podría haber quedado hecha añicos por la interrupción de alguno de mis hermanos. Ni que decir tiene que la conversación no fue muy larga y que no dije nada demasiado “efusivo” por temor a que mis hermanos o mis padres pudieran escucharme.

Veinticinco años más tarde, el panorama ha cambiado radicalmente: entre el 80 y el 85 por ciento de estudiantes de secundaria tienen su propio smartphone o tableta. Lejos quedan los días en los que las conversaciones eran cara a cara o usando una línea fija compartida o a través de notitas pasadas o enviadas de las más variopintas formas.

La mayoría de los niños de hoy en día no logran concebir la idea de ser incapaz de enviar un mensaje de forma instantánea a alguna persona a través de los medios actuales.

¿Desde cuándo la privacidad se ha convertido en un derecho?

No es sorprendente que, de la mano de estas tremendas innovaciones tecnológicas, se produzca un cambio en la forma en que nuestros hijos perciben su derecho a la privacidad e incluso la definición misma de la palabra privacidad.

Cuando era joven, mis amigos y yo dábamos por sentado que cualquier tipo de conversación directa distinta del cara a cara podría ser escuchada, intencionalmente o no, por nuestros padres o hermanos. Sin embargo, los niños de hoy dan por sentado que tienen derecho a tener (y almacenar) conversaciones, mensajes y fotografías sin que sus padres supervisen esta actividad.

Recientemente, uno de mis jóvenes pacientes me preguntó algo cuya respuesta él creía que era obvia: si yo pensaba que sus padres (que estaban con nosotros en la habitación) tenían derecho o no a ver sus publicaciones de Facebook o Twitter ─que, por cierto, resultaron ser bastante explícitas─.

Cuando respondí con naturalidad que sí pensaba que tenían derecho (por múltiples razones que expliqué luego), el muchacho parecía confuso. Como muchos de sus amigos, él percibía la privacidad total como un derecho y no como un privilegio, aunque esas interacciones permanecían en Internet para siempre y podían ser transmitidas a lo largo y ancho a la vista de cualquiera.

La realidad obvia que tan a menudo se pasa por alto es que los chicos y chicas del año 2017 no tienen más derecho a privacidad que los chicos y chicas de 1987, de 1967 o de antes incluso. La tecnología se ha limitado a hacer que sea posible sin ningún debate real sobre si debiera serlo.

Y a medida que cada vez más niños creen en una mayor privacidad y la ejercitan a través de dispositivos protegidos por contraseñas (pagados, irónicamente, por sus padres), los padres pierden la capacidad de supervisar las acciones de los niños y educarles en consecuencia de ellas.

A día de hoy, no solo tenemos que preocuparnos por dónde están y lo que dicen y hacen cuando están fuera de casa. Ahora tenemos que preocuparnos también por dónde están en el ciberespacio y lo que dicen o hacen incluso estando con nosotros en la misma habitación.

Nuestros hijos nos necesitan hoy más que nunca

Incluso los niños pequeños merecen un cierto nivel de privacidad. Todos deberíamos poder tener un lugar privado que existe en las cavernas de nuestra mente. A medida que los niños crecen y socializan, es importante que aprendan a interactuar sin temor a que todo lo que digan sea escuchado y escudriñado por adultos. En última instancia, es un equilibrio entre protección y confianza.

Cuando permitimos que nuestros hijos estén en ciertos lugares, parte del proceso de crecimiento para ellos (y nosotros) es aprender a gestionar lo que digan porque, de lo contrario, puede haber consecuencias naturales y desagradables. La mayor parte del tiempo los niños deben tener el derecho a madurar de esta forma.

Pero el mundo impulsado por los medios sociales en que vivimos ahora podría estar llevando esta idea a un extremo insano. La mayoría de las personas por encima de 30 se han criado percatándose de que hay diferencias entre lo que diríamos en persona y lo que podríamos decir en un chat, un mensaje o un hilo de Facebook, ya sea de forma anónima o no.

Sin embargo, hoy, lo niños se encuentran con muchas opciones que les tientan a decir inmediatamente lo que sienten o piensan sin comprender siempre las potenciales consecuencias. Se puede decir sin lugar a dudas que nuestra juventud nos necesita hoy más que nunca en lo referente a circular por la superautopista de la comunicación.

El derecho de unos padres a saber… y a actuar

Soy plenamente consciente de que en ciertos hogares los jóvenes pueden encontrar circunstancias dañinas o amenazadoras en caso de que sus padres descubran que están teniendo relaciones sexuales o que están embarazadas (o que han dejado embarazada a alguien). Me doy cuenta de que los profesionales médicos, con toda la buena intención, pueden sentir que están protegiendo a los niños en estas situaciones de una realidad dura o incluso potencialmente perjudicial, si los padres o tutores descubrieran algo. También soy consciente de que si los preadolescentes y adolescentes no tienen una opción de confidencialidad, muchas personas temen que pudieran recurrir a medios dañinos o drásticos.

Sin embargo, me irrita, y puede que a los lectores también, el pensar que podría quedar al margen de una de las decisiones más importantes de la vida de mi hijo ─por no decir la más importante─. Al igual que con el asunto de los smartphones y los mensajes, en algún momento del camino parece que empezamos a ignorar el enorme conjunto de investigaciones que indican que el cerebro de nuestros adolescentes no está ni de lejos desarrollado del todo, y que los padres de nuestras comunidades deben participar de las decisiones críticas relacionadas con nuestros hijos.

Por grande que pueda parecer para algunos el riesgo de prescindir de la confidencialidad en temas sobre la reproducción y la sexualidad de un menor, yo creo que supone un mayor riesgo social el extraer desde el principio a los padres de la ecuación.

Simplemente porque algunos padres no ejerzan su autoridad apropiadamente o porque algunos adolescentes actúen de forma indebida, no debería significar que todos los padres pudieran quedar potencialmente despojados de su derecho a saber, y por tanto a actuar, como padre o madre llegado el momento.

Un mundo de vallas altísimas

En algunos aspectos, tendría incluso más sentido que concediéramos a los jóvenes de cierta edad todos los derechos sobre sus decisiones médicas (aunque no es lo que estoy sugiriendo, que conste) excepto los relacionados con la reproducción y la sexualidad.

¿No es extraño que una lesión de rodilla o una depresión necesiten de comunicación entre padres y adolescente mientras que la decisión de poner fin a un embarazo no lo requiera?

En mi trabajo, aunque concedo a los adolescentes el derecho a la privacidad en nuestras conversaciones, legalmente no puedo ver a un muchacho o una muchacha de 17 años si sus padres no dan el consentimiento, además de la exigencia ética de que informe a los padres en situaciones de riesgo claro (como pensamientos suicidas), independientemente de lo incómodo que pueda resultar a nadie.

Vivimos en una sociedad privatizada. Abundan vallas altísimas por todas partes. La identificación de la llamada entrante y la protección por contraseña están a la orden del día. Las opiniones sobre el tema varían. Me encantaría saber qué opinan ustedes.

Pero mientras tanto, mi esposa y yo solo disponemos legalmente de 18 años para ofrecer orientación y consejo a nuestros hijos sobre cómo vivir, por lo menos, durante los próximos 60 años. Queremos que aprendan a pensar y razonar independientemente.

Pero si nuestros intentos de amarles y educarles como consideremos adecuado se ven cada vez más eclipsados por el valor de la privacidad y la confidencialidad, entonces nuestra influencia no hará más que continuar declinando.

Una vez que nuestros hijos salgan de nuestra casa, tienen toda una vida para tener tanta privacidad como quieran siempre que respeten las leyes del país. Pero mientras vivan en nuestro hogar, sencillamente no podemos permitirnos aceptar los términos de privacidad que se establecen hoy día. ¿Piensan ustedes lo mismo?

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