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Mártires de Tlaxcala: Me has hecho más honra de la que vale tu señorío

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Jaime Septién - publicado el 27/03/17

¿Quiénes son los tres niños santos, protomártires de América?

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La historia de santidad en América comenzó muy pronto: en Tlaxcala (México) entre 1527 y 1529. Había pasado menos de una década de la caída de México- Tenochtitlan a manos de las tropas españolas, encabezadas por Hernán Cortés y ya había asesinatos por “odio a la fe” católica traída a México desde España.

El papa Francisco acaba de firmar el decreto por el cual los tres niños mártires mexicanos, “Los niños mártires de Tlaxcala”, que ya habían sido beatificados por san Juan Pablo II en 1990, van a ser canonizados. Cristóbal, Antonio y Juan son los protomártires de América.

Para la canonización de los mártires de Tlaxcala no se requirió la comprobación de un milagro realizado por su intercesión, sino «los votos favorables de la sesión ordinaria de cardenales y obispos miembros de la Congregación», según informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Tlaxcala, el enclave misionero del inicio de la conquista espiritual

Los misioneros españoles llegaron muy pronto a Tlaxcala, de camino de Veracruz a México. De hecho, en 1527 llegó a la Nueva España su primer obispo, fray Julián Garcés, de la Orden de los Predicadores, para regir la diócesis de Tlaxcala-Puebla.

Esta diócesis, la más antigua de la Nueva España, fue erigida por el papa Clemente VII el 13 de octubre de 1525, a petición de Carlos V. Hay que recordar que apenas ocho años antes, el 5 de marzo de 1517, en Cabo Catoche, Quintana Roo (en la península de Yucatán), habían tocado por vez primera tierra mexicana los españoles. Y justamente en esa fecha, pisó tierra el primer clérigo secular, Alonso González.

Fue en ese ambiente temprano de implantación del cristianismo y la rápida conversión de miles de naturales de México donde encontramos la historia de Cristóbal, Antonio y Juan.

La historia de Cristóbal: más honra que el señorío del padre asesino

El primer niño nació en Atlihuetzía, Tlaxcala, aproximadamente en 1515. De nombre Cristóbal era hijo de Acxotécatl cacique principal, esto es, que después de los cuatro señores en jerarquía seguía él. Acxotécatl tenía cuatro hijos, de los cuales Cristóbal era el mayor y el predilecto.

Cristóbal aprendía mucho de la doctrina cristiana al escuchar a los frailes, así que pidió el bautismo, que le fue administrado días después. Al igual que los frailes, predicaba constantemente a su padre y a sus vasallos; sin embargo, su padre no lo tomaba en cuenta, por lo que Cristóbal comenzó a tirar y romper los ídolos de aquel, así como el pulque con que se emborrachaba.

Corría el año de 1527. Los vasallos del cacique, al ver esto, se lo dijeron a Acxotécatl quien, enojado, decidió quitarle la vida: lo tomó de los cabellos, lo tiro al suelo y comenzó a golpearlo cruelmente, con un palo grueso de encina.

Lo golpeó por todo el cuerpo hasta fracturarle los brazos, piernas y las manos con que se defendía la cabeza, tanto, que casi de todo el cuerpo corría sangre, mientras Cristóbal invocaba a Dios diciendo: “Dios mío, tened misericordia de mí y si Tú quieres que yo muera, moriré y si Tú quieres que viva, libradme de mi cruel padre”.

Viendo que el niño seguía vivo lo mandó arrojar a una hoguera y lo apuñaló. El niño le dijo a su padre: “No pienses que estoy enojado, porque yo estoy muy alegre y debes saber que me has hecho más honra de la que vale tu señorío”.

Antonio y Juan: el sufrimiento por quitar a los ídolos

Dos años después del martirio de Cristóbal, en 1529, llegó a Tlaxcala un fraile llamado fray Bernardino Minaya, con otro compañero, quienes iban encaminados a la provincia de Huaxyacac y le pidieron a Fray Martín de Valencia que les diese algún muchacho para que les ayudase en la misión evangelizadora.

A esta petición se ofrecieron inmediatamente Antonio y a su criado, Juan, (ambos niños, provenientes de Tizatlán, Tlaxcala). Al llegar a Tepeyacac, fray Bernardino Minaya envió a los niños a que buscasen por todas las casas de los indios los ídolos y se los trajeran.

Ellos conocían perfectamente el lugar y, por ser niños, podían realizar tal empeño sin que peligrasen sus vidas. Para realizar la encomienda se alejaron un poco más de lo determinado para buscar si había más ídolos en otros pueblos.

Fue así que en Cuahutinchán, Puebla, entraron en una casa y cuando estaban destrozando los ídolos, llegaron dos indios con unos leños de encina quienes, sin decir palabra, descargaron su furia sobre Juan.

Antonio, al ver la crueldad con que aquéllos ejecutaban a su criado, no huyó, sino que soltó unos ídolos que tenía para poder ayudar a Juan, pero ya los dos indios lo tenían muerto y luego hicieron lo mismo con él.


Con información de la arquidiócesis de Puebla

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