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¿Cansado o cansada del exceso de ruido y gritos en casa?

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CREATISTA

Mathilde De Robien - publicado el 23/02/17

Nuestros consejos para recuperar la calma

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¿Son tolerantes a más no poder durante todo el día, hasta el preciso momento en que explotan como una olla a presión cuando su hijo deja caer ─sin querer─ el tenedor sobre el plato durante la cena? ¿Gritan sin parar y cada vez más fuerte para hacerse entender? ¿Tienen hipersensibilidad al ruido y huyen en cuanto los decibelios llegan al límite de su resistencia? ¿O bien tratan de tomar medidas consecuentes? Los casos varían, pero en todos hay una aspiración común: ¡la calma!

¿De qué ruido me hablas?

Hay ruidos que no nos disgustan: el parloteo de los bebés, las risas entre hermanos y hermanas, los monólogos y diálogos imaginarios que crean mientras juegan los niños con sus muñecos, las primeras lecturas que descifran en voz alta…

Y hay ruidos que nos enervan, que nos enfadan, casi que nos ponen histéricos: los aullidos de un bebé con un berrinche, las peleas entre hermanos y hermanas, los juguetes con repetitivos sonidos molestos, los gritos estridentes que te llaman desde la planta de arriba, a veces todos los hermanos a la vez:

“¡¡¡¿¿¿Mamáááááááááááááááááááááááááááá???!!!”. En fin, me explico, ¿no?

¿Qué hacer para bajar el volumen de vez en cuando?

No abogo en absoluto por un ambiente silencioso y austero en nuestras casas. Sería algo triste. Los ruidos de nuestros hijos son signos de su presencia y de su vitalidad. Pero de vez en cuando, por nuestro bienestar y el de nuestra familia, un poco de calma se agradece. ¿Cómo conseguirlo?

Los juegos: si quieren jugar a algo ruidoso, mejor mandarles a jugar a su cuarto (¡y que cierren las puertas!), o mejor, en el jardín. Y enseñarles que el salón está reservado para juegos más tranquilos.

Las comidas: ¿hasta la coronilla de ese concierto incesante de cubiertos golpeando los platos, de los zapatos que dan pataditas a las sillas, de las sillas arrastradas por el suelo? Prepara una comida silenciosa: susurra, apaga algunas luces, pon una vela en la mesa, escucha una historia o música tranquila, hablen de uno en uno.

Parad los excesos de ruidos desagradables. Deja de gritar “A comeeeer” por el hueco de la escalera, de lo contrario puedes estar seguro de que los niños reproducirán la misma intensidad sonora en alguna otra situación. Busca una pequeña campanilla como indicación, o sube las escaleras aunque sea algunos peldaños… Es muy bueno para hacer ejercicio… y también para los tímpanos de todos.

Inaugura unos “momentos de calma”, por ejemplo después de desayunar o de cenar, algunos ratos durante los cuales cada niño se vaya a su habitación y tu puedas respirar tranquilo.

Inaugura también los “momentos de liberación”, durante los cuales todo (o casi todo) está permitido. Música, baile, el mini bombo (o la mini bomba, como dice mi abuelo)… Un rato que represente bien la idea de que una vez haya terminado el estallido, se vuelve a la calma.

Caso aparte son los trayectos en coche, en los que la calma, para algunos conductores, es absolutamente necesaria. Invierte en un CD de canciones infantiles o de historias narradas, ¡hacen maravillas!


“¡Grande suerte que tuvo, comadre!
sermonean dos voces a un tiempo.
Los chiquillos están ya dormidos
y los campos en hondo silencio”.

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