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Renuncié al aborto terapéutico para poder abrazar a mi hija

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Flickr.com/ Creative Commons/ Bridget Colla

Silvia Lucchetti - publicado el 24/01/17

Testimonio de una mamá: "Lo extraordinario es descubrir que Dios es fiel en la prueba"

Querida Titti, cuando me enteré de tu historia pensé que era muy importante compartirla con nuestros lectores porque, en palabras de Pablo VI, necesitamos más testigos que profetas. Tu tienes un testimonio bellísimo, de “alegría plena”, como te gusta definirla, una alegría experimentada en un momento de dolor, de cruz, de muerte. Esto, que parece una paradoja, es exactamente así. Empecemos por el principio.

Leyendo tu historia y la de tu marido podríamos caer en el error de pensar que sois una familia extraordinaria, una mezcla de héroes y santos: pero sois una familia normal, como me has repetido muchas veces, que ha tenido que enfrentar una prueba enorme. ¿Nos la cuentas?

Nuestra historia es una historia normal de una familia que vive en la Iglesia, mi marido y yo caminamos en el Camino Neocatecumenal, pero eso no quiere decir nada, porque es muy difícil aceptar un hecho como el que nos ha pasado, nunca lo habríamos imaginado. Nuestra historia es extraordinaria en lo ordinario, lo extraordinario es descubrir que Dios es fiel en la prueba.

¿Cuándo habéis descubierto la patología de vuestra hija?

En el quinto mes de mi segundo embarazo, nos han dicho que nuestra hija Benedetta tenía displasia tanatófora. El médico nos informó de que la niña moriría con seguridad, en el momento del parto o durante el primer año de vida con sufrimientos atroces. Añadió que el único tratamiento que se podía hacer era un aborto terapéutico.

Me acuerdo que habló de esto como una cura, yo no sabía qué era el aborto terapéutico, y a pesar de estar haciendo un camino de fe, no se me pasó por la cabeza seguir con el embarazo. Los doctores nos explicaron que era la mejor solución para no hacer sufrir a nuestra hija y, por tanto, nos convencimos de que el aborto era lo mejor que podíamos elegir.

¿Puedes explicarnos qué es el aborto terapéutico?

En el aborto terapéutico se induce el parto con las prostaglandinas para estimular las contracciones, pero la mayor parte de las mujeres no dan a luz justo después de la primera dosis, y por tanto, después de haber esperado dos o tres días, se vuelve a empezar con la estimulación. Esto nos da a entender como se agarra el bebé a la vida . Los niños mueren en el parto, porque sufren enfermedades más o menos graves y, son forzados a nacer antes de tiempo, no consiguen sobrevivir. El parto, por tanto, más que llevar a la vida, conduce a la muerte.

Tú y Michele, desesperados y confusos, influenciados por las palabras del médico, decidís abortar ¿qué pasa luego?

Hablé con una doctora que me explicó como se desarrollaría el aborto, la inducción del parto y todo lo demás, yo lloraba. Quizás el Señor ya me estaba abriendo los ojos y recuerdo que le dije: “Yo no quiero hacer esto”. Ella trató de explicarme que era la única solución posible y, por tanto, me remitió al psiquiatra para tomar la decisión.

Entré en la consulta de obstetricia y vi a madres que se preparaban para el aborto terapéutico. Nunca podré olvidar la escena que se me presentó ante los ojos: me asomé a una habitación, como si alguien me estuviese llamando, allí me di cuenta de lo que habría sufrido si hubiera abortado.

Había una joven ya en fase de aborto, su madre lloraba y le cogía la mano, la joven convulsionaba en la cama porque tenía muchos dolores. Entonces la madre que me había escuchado hablar con la doctora y sabía que me iba a someter al mismo procedimiento me dijo: “también para mi hija es un aborto terapéutico”, con tristeza, una amargura, una desesperación que no olvidaré nunca, “no podíamos hacer otra cosa”, añadió, con la mirada vacía y la resignación de quien no tiene esperanza.

Allí dentro no estaba Dios, no había esperanza, porque Dios es esperanza. Esta escena me convenció de que el aborto terapéutico no era la solución, sino que era muerte y dolor. Después me reuní con el psiquiatra pero mi corazón ya se había convencido de no abortar, sabía ya lo que tenía que hacer.

¿Poder abrir los ojos a la angustia y el sufrimiento de esa joven madre que estaba abortando fue un regalo para ti?

Sí, fue una gracia que el Señor permitió que me diese cuenta con mis ojos de este dolor y lo contase. Mientras esperaba que el psiquiatra se reuniese con otras mamás que esperaban abortar. Escuchaba lo que decían y sentía una gran tristeza.

En un momento dado reuní el coraje suficiente para hablar con otra mamá que tenía una barriga tan grande como la mía, y le pregunté por qué estaba allí. Me respondió que su niña tenía síndrome de Down. En ese momento me sentí morir y pensé: “¿Entonces el aborto terapéutico no es solo para niños terminales?”. Le dije al Señor: “¿No era mejor darme un hijo con síndrome Down en vez de un hijo que va a morir?”.

¿Cuál fue el momento en el que decidiste no abortar?

Cuando el psiquiatra me hizo entrar en su despacho junto con la mamá con la niña con trisomía 21, nos pasó una hoja y nos pidió firmarla, eso era toda la consulta que nos iba a pasar. Entonces lo miré y le dije que pensaba que me iba a atender. Me miró como si yo fuese loca y me dijo: “Usted ha venido por el aborto terapéutico ¿sí o no?”. Respondí: “no, vengo aquí a que me atienda usted, ¿Se da cuenta de que vengo a dar a luz para matar a mi hija en vez de que viva?”. Él insistió: “¿quiere abortar?”, yo le contesté que no y salí de la sala mientras él decía con autosuficiencia: “en dos o tres días volverá a firmar”.

El día después fui a renunciar la petición de aborto, la enfermera que me atendió se alegró muchísimo de mi decisión, y dijo en voz alta: “retirad la petición”. A mi me dijo: “eres una valiente, deja que la naturaleza haga su camino”. Esto me hizo entender que en estas elecciones la fe no entra. Dios te da la fuerza, pero no es necesario ser creyente para renunciar al aborto, el ser humano, dentro de sí mismo, conoce la verdad. Salí de allí libre de ese peso mortal, lo había puesto a la espalda, no sabía lo que iba a suceder pero estaba feliz y segura de que el Señor me había acompañado.

Titti, ¿cómo se recibió tu decisión?

Me llovieron muchas críticas: “Estás loca y eres una egoísta”. “Quieres hacer sufrir a tu hija”. “Llevas dentro una hija que va a morir”. Yo, sin embargo, siempre digo que pasé de un profundo sufrimiento a una alegría bellísima, la experiencia de Benedetta es la gracia y la alegría de mi vida. Si no hubiese sufrido tanto nunca habría saboreado una dulzura tan profunda. Si el sufrimiento es necesario para sentir lo que sentí en el funeral de Benedetta, entonces el sufrimiento no es el mal que dicen, sino que es bueno.

Yo soy muy insegura e indecisa, para mí fue un regalo del Señor sentir dentro de mí la certeza de mi elección hasta el punto de defenderla contra todos, incluso contra mi marido que en ese momento, a causa del sufrimiento, quería que abortase.

No olvidaré nunca las palabras de un sacerdote que me dijo: “tienes que ser fiel a tu marido en todo, excepto en el pecado”. Era lo justo, me sentía con Dios, estaba haciendo su voluntad. No me importaba que me dijeran que mi elección era equivocada, me importaba solo el Señor, el “sí” que le había dicho y lo quería llevar hasta las últimas consecuencias. Sufriría, vería a mi hija morir, pero Él me había dado una promesa: “te consolaré, no te abandonaré”, y así fue.

¿Cómo pudiste, en el momento de la prueba, seguir en comunión con tu marido que no había aceptado tu elección?

La fase inicial no fue fácil, además del inmenso dolor de la noticia, el tema del aborto nos hacía discutir y sufrir. Pensamos que nuestro matrimonio se había acabado. Michele no quería acoger a nuestra hija, estaba asustadísimo. Una mujer, quizás, está más preparada para el dolor, al sufrimiento, ciertas cosas ya las sabe. Nunca le juzgué porque era un papá que estaba sufriendo muchísimo.

Como pareja nos confiamos a un padre espiritual, el padre Antonio, que nos ayudó muchísimo. Solos no habría sido posible y por esto nos dejamos envolver por el amor de todos. La cercanía y la oración de nuestros hermanos de comunidad, de mi madre, mi hermana y todas las personas que han rezado por nosotros fue para mí de gran ayuda.

Me acuerdo que llamé a uno de los 150 conventos de clausura que hay en Italia para pedir oraciones y por la curación de nuestra hija. Mi marido abrió los ojos en una de nuestras conversaciones con don Antonio, fue un momento bellísimo y emocionante. Abrazó la cruz, aceptó a nuestra hija y decidió llamarla Benedetta, porque era una bendición para nuestra familia.

Cuéntanos qué sentiste cuando nació Benedetta

Benedetta nació el 26 de octubre de 2012 por cesárea, los médicos me dijeron que sería un monstruo, y nada más lejos de la verdad, ¡era preciosa! Se parecía a mi marido, lloraba y respiraba sola. Antes de la operación, mi marido y yo, junto con un hermano de comunidad habíamos ido a Misa para prepararnos y estar con Jesús.

En el hospital nos recibió el padre Antonio que rezaba por nosotros y nos sostenía. Él bautizó a Benedetta, conmovido y feliz, con todo el personal reunido, la madrina y mi marido. Michele le cantaba salmos cogiéndole la mano en la UCI. Quería hacerle sentir su amor y que le perdonase por no haberla aceptado desde el principio.

Cuando el segundo día el médico me dijo que le quedaban pocas horas, le pregunté a Franca, una enfermera que estaba conmigo sosteniéndome y consolándome, que si me podía traer a Benedetta. Muchas veces le había dicho al Señor que no la dejara morir sola, de que me regalara el don de estar con ella en ese momento. Y así sucedió. La cogí en brazos y le susurré: “Benedetta, mi amor, si estás lista para irte, nosotros lo estamos. Ve a Jesús y dile que estamos felices de haber traído al mundo a una niña tan especial como tú, que nos ha enseñado qué es el amor”. En ese momento entró Michele y Benedetta murió.

Benedetta subió al cielo el 28 de octubre, dos días después de nacer, ¿Cómo recuerdas el día del funeral?

El funeral fue bellísimo, una fiesta junto a muchos amigos. En la tristeza sentí una gran felicidad. Nadie nos decía “condolencias”, todos nos daban las gracias y nosotros respondíamos: “gracias a Dios”. Michele y yo somos “lo peor”, nada especiales, ni cristianos perfectos ni nada que se le parezca. Hemos abierto las puertas a Cristo y dado nuestro “sí”. Ha habido peleas, llantos, incomprensiones, pero hemos pasado la prueba y lo pueden hacer todos, todos pueden sentir la alegría que sentí el día del funeral de mi hija. Esta alegría es un don de Dios, que me ha cubierto. Nunca habría creído poder asistir al funeral de mi pequeña.

Le decía a mi marido: “no quiero ir porque cuando vea el pequeño ataúd blanco me muero, me daré cuenta de que mi pequeña se ha muerto y todas las cosas que vivimos en el hospital y durante el embarazo serán solo imaginaciones mías”.

Sin embargo, el funeral fue la Pascua de mi vida. Cuando entró el ataúd de Benedetta en la iglesia, mis hermanos de comunidad estaban cantando: “Ven del Líbano”, en ese momento sentí una alegría y una ternura que no eran humanas. Eran la alegría de quien muere y ve la tumba vacía. Benedetta estaba en el cielo, más viva que yo y yo tenía la certeza de la vida eterna. Ese funeral fue el memorial de mi vida y, después de cuatro años, siento la misma alegría, no me acuerdo del sufrimiento y del dolor, este es el regalo que el Señor me ha hecho.

Has creado una página en Facebook que se llama “No aborto terapéutico”, donde das testimonio de vuestra historia y de otras parecidas, que hoy pueden hacerse ayudar por la Comfort Care. ¿Qué es esto de la Comfort Care?

Mientras buscaba material para la página de Facebook leí un artículo de la doctora Elvira Parravicini, especialista en neonatos de la Columbia University Medical Center de New York.

Gracias a una “Dios-cidencia”, nos conocimos y, a través de ella, y la disponibilidad de muchísimas personas, introdujimos la Comfort Care en el hospital Villa Betania de Nápoles, donde di a luz a Benedetta, un protocolo de atención que después ha pasado al resto de estructuras hospitalarias del sur de Italia. La Comfort Care es un itinerario de acompañamiento para las familias que esperan un hijo al que se le ha diagnosticado una enfermedad incompatible con la vida.

Se compone de tres elementos esenciales: la nutrición del neonato a través de vías y los medios más adecuados para sus problemas físicos, la disposición de un sitio, en lugar de la UCI, de un ambiente acogedor y reservado donde las familias puedan acoger y celebrar con serenidad el nacimiento de una nueva vida acompañándola dulcemente hasta la muerte. En este ambiente es posible celebrar el Bautismo o los ritos necesarios de cada religión. El tercer punto está representado por el tratamiento del dolor del neonato a través de los fármacos más adaptados a su enfermedad, para que sufra lo menos posible, y pueda disfrutar de la mejor manera el tiempo de vida que Dios le conceda.

En lugar del aborto terapéutico en el que el neonato muere en la más profunda soledad, a la que se somete también a la madre, Titti nos invita a elegir la belleza de celebrar la vida y no la muerte, acompañando a un hijo enfermo, con dulzura y rodeado del amor de su familia, a su nacimiento al Cielo.

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