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¿Qué pasa si no puedo pagar una escuela católica a mis hijos?

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Zach Frailey / The Free Press

Katrina Fernandez - publicado el 13/12/16

Las escuelas públicas podrían funcionar, y la escuela parroquial no siempre es una burbuja protectora de las influencias seculares

Katrina:

Como madre católica, siento que tengo el deber de enviar a mis hijos a estudiar a una escuela católica. Ahora mismo ninguno de nuestros dos hijos son lo bastante mayores todavía para escolarizarse, pero el mayor entrará en la guardería el año que viene. Me preocupa qué hacer con su educación. Mi marido y yo nos casamos justo después de la universidad, así que él tiene un puesto básico como técnico informático y yo me quedo en casa con los niños. Hasta ahora, gracias a Dios, nos ha ido bien, pero todavía tenemos una pesada deuda. No sé cómo podremos permitirnos pagar una escuela católica llegado el momento, y la idea de enviar a los niños a la escuela pública me preocupa. Seguramente volveré a trabajar porque mi marido aún no gana lo suficiente como para que yo me quede en casa a tiempo completo y los dos tenemos que pagar todavía los enormes préstamos universitarios que mencionaba. Mi marido no cree que la educación pública sea tan mala, en especial en la escuela elemental, pero me preocupa el adoctrinamiento y la intolerancia religiosa a la que se enfrentarán. No me gusta la idea de que vayan a una escuela donde los profesores y alumnos los ridiculicen por su fe y contradigan lo que les enseñamos en casa, pero no estoy segura de qué alternativas tenemos. ¿Por qué tiene que ser tan cara la educación católica?

Marta S.

Querida Marta:

La educación católica es cara por varios motivos: cuando la escuela es privada, la matrícula cubre los salarios de los profesores y todos los gastos asociados con el mantenimiento de las instalaciones; [en los países en los que hay concierto educativo, donde el Estado sufraga los gastos escolares, sigue siendo necesaria una aportación para el mantenimiento de las instalaciones y otros servicios. Nota del editor]. En otro tiempo las clases las daban monjas, pero ahora son profesores que tienen hijos que alimentar y familias a las que cuidar, igual que vosotros.

Lo cierto es que las escuelas católicas pueden parecer inasequibles para muchas familias católicas. Sin embargo, cada diócesis suele ofrecer algún tipo de ayuda para matriculación a familias que cumplan los requisitos. Comprueba si vosotros os ajustáis a esos requisitos.

Siempre es una buena idea sentarse con un asesor financiero que os ayude a elaborar un presupuesto; a menudo conocen programas nuevos para ayudar a consolidar deuda. También podría ayudaros a sopesar los costes del cuidado infantil frente a no volver a un trabajo fuera del hogar.

La educación en el hogar, en países donde la ley no lo impida, también podría ser una opción. Comprueba si en tu parroquia hay algún grupo de educación en casa y contacta con él. Seguro que ahí habrá padres que puedan ofrecerte consejos y orientación. Algunas parroquias católicas también ofrecen programas de guardería y preescolar, así que pregunta. Lo bueno es que estáis empezando con tiempo, lo cual os deja mucho margen para investigar opciones. Creo que descubriréis que tenéis varias alternativas.

Sin embargo, el que tus hijos terminen yendo a la escuela pública no significa necesariamente que vayan a ser atacados por sus creencias o que vayan a abandonar progresivamente su fe por la presión social. La escuela pública no es un sumidero de libertinaje, al igual que la escuela católica no es la panacea contra la influencia secular.

Hace unos cuantos años, un instituto católico pasó por una dura experiencia cuando fue una monja a dar una charla sobre doctrina católica, y el alumnado reaccionó con revuelo. Por desgracia, se hizo evidente para muchos que el hecho de ir a una escuela católica no garantiza necesariamente la fe católica, ni su creencia ni su práctica. Por otra parte, mi propio hijo va a una escuela pública y disfruta compartiendo su fe con sus amigos no católicos. Dice que quiere hacerse sacerdote e ir al seminario local después de su graduación. Y nunca ha ido a una sola clase de una escuela católica.

La habilidad para compartir y defender su fe es algo que nuestros hijos deben adquirir, porque lo más probable es que tengan que defender su fe contra la ignorancia y el fanatismo durante toda su vida. Yo misma he experimentado la retórica anticatólica en la universidad, en varios trabajos en el pasado e incluso en mi propia familia.

En este aspecto, la exposición de mi hijo a una mayor variedad de creencias religiosas le ha dado la oportunidad de tener muchas interacciones enriquecedoras con sus iguales, de una forma que nunca podría haber disfrutado de haber estado limitado a un entorno estrictamente católico.

Pero mi hijo es mío y yo lo conozco bien, con sus fuerzas y sus limitaciones. Únicamente yo puedo saber lo que es mejor para mi hijo. Tú conoces a tus hijos y sabes qué es lo mejor para ellos.

Pero me gustaría dejarte con una idea más: si decides hacer el sacrificio económico para enviar a tus hijos a un colegio parroquial, no des por sentado que la escuela les ofrecerá toda la formación religiosa necesaria. Eso es algo que empieza de verdad dentro del hogar, y ahí es donde mejor se nutre la fe. De igual forma, no esperes que el entorno de la escuela parroquial cree una burbuja católica protectora contra las influencias seculares en torno a tus hijos.

Una escuela católica no es garantía de fidelidad. Estad atentos. Tu marido y tú sois los mejores profesores que podrían tener vuestros hijos. Nunca cedáis esa función, independientemente de dónde elijáis mandar a vuestros hijos. La fe de los niños católicos empieza con la fe de las familias católicas.

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catolicismoeconomíaeducaciónfamiliahijos
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