Trasmoz cuenta con apenas 62 habitantes. Alguna vez fueron casi diez mil, pero esos días quedaron atrás, en el siglo XIII. Ubicado en la provincia de Zaragoza, en las laderas del Moncayo y a muy poca distancia del Monasterio Cisterciense de Veruela, el pueblo fue oficialmente excomulgado cuando se acusó al castillo de Trasmoz de ser escenario de aquelarres y hogar de brujas y hechiceros.
La historia, en realidad, es un poco más compleja. Algunos dicen que en aquel entonces, en el castillo se llevaba a cabo una intrincada operación de falsificación de moneda y que los responsables, para mantener a los curiosos a distancia, forjaron además estas leyendas sobre brujas cociendo pociones a la medianoche, haciendo sonar cadenas y encendiendo fuegos en el castillo.
La cosa funcionó tan bien que, desde entonces, Trasmoz ha sido prácticamente sinónimo de brujería. Incluso Gustavo Adolfo Bécquer le ha dedicado algunas líneas a la localidad: la Tía Casca aparece en la punta de una de las torres del castillo, precisamente.
Otras fuentes hacen del caso un complejo asunto político. Trasmoz era en el siglo XIII, además, un importante reservorio de minas de plata, con valiosas fuentes de agua y madera. Pero, además, era territorio laico: por decreto real, sus tierras no eran propiedad de la Iglesia y estaba exento de pagar impuestos al Monasterio de Veruela.
Las historias sobre la práctica de brujería en el castillo no hizo sino exacerbar esta ya sostenida tensión entre el Monasterio y el poblado vecino. Eventualmente, el arzobispo de Tarazona –la sede arzobispal de la zona- excomulgó al pueblo entero. Sin embargo, lejos de ser un punto final en la disputa, esto sólo significó que las tensiones crecieran aún más.