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El Papa a Luteranos: “No podemos resignarnos a división y distanciamiento”

SWEDEN-VATICAN-RELIGION-POPE

VINCENZO PINTO / AFP

Pope Francis (L) greets Swedish bishop Antje Jackelen during an ecumenical prayer at the Lund Cathedral on October 31, 2016 in Lund, Sweden. Francis kicked off a two-day visit to Sweden to mark the 500th anniversary of the Reformation -- a highly symbolic trip, given that Martin Luther's dissenting movement launched centuries of bitter and often bloody divisions in Europe. / AFP PHOTO / VINCENZO PINTO

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 31/10/16

Oración ecuménica común en la Catedral Luterana de Lund, Suecia, para conmemorar los 500 años de la reforma luterana

“No podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros”, dijo el papa Francisco a los Luteranos mientras que sigue recorriendo caminos impensables para la historia de la Iglesia Católica; un pontífice-peregrino que participa a una conmemoración junto con los luteranos en territorio protestante (los católicos en Suecia son apenas el 1% de la población) era imposible hasta hoy.

“Tenemos la oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos unos a otros”, dijo el Obispo de Roma este lunes 31 de octubre en la tarde durante la oración ecuménica común en la catedral luterana de Lund en el marco de su 17º Viaje Internacional del pontificado.

El Papa exhortó a “trabajar en el presente para hacer realidad ese futuro de unidad que tanto anhela” Dios. Y a final se firmó una declaración conjunta para trabajar por la unidad.

Dos latinoamericanos fueron protagonistas de este evento histórico de acercamiento: el papa argentino y el reverendo chileno, secretario general de la FML.

En español, Francisco aseguró que los católicos y luteranos “debemos mirar con amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el error y pedir perdón: solamente Dios es el juez”.

Sin embargo, lamentó que “había una voluntad sincera por ambas partes de profesar y defender la verdadera fe, pero también somos conscientes que nos hemos encerrado en nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un lenguaje diferente”.

En el dialogo ecuménico católico-luterano que inició en 1964, Francisco cita a su predecesor Juan Pablo II: «No podemos dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser portadores de la verdad» (31 octubre 1983).

Igualmente, como desde el inicio ha puesto el mensaje de unidad de Cristo al centro: “Jesús nos recuerda: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5)”.

Un hecho curioso, el Papa fue acogido al ingreso de la Catedral luterana por una mujer obispa primada de la Iglesia de Suecia, Antje Jackelén y también por el obispo católico de Estocolmo, monseñor Anders Aroborelius, con quienes ha seguido la procesión hasta el Altar central del templo protestante construido entre 1085 y el 1145.

En la procesión participaron otros representantes de la Federación Mundial Luterana (FML). Asimismo, fue significativo en este contexto el intercambio del tradicional saludo de la paz entre el Papa y los lideres luteranos presentes; hecho inédito absoluto debido a la división iniciada en el siglo XVI.

El evento fue compuesto por los cantos de un coro de rostros mulatos, negros, blancos y de varias nacionalidades y las lecturas a favor de dialogo entre católicos y luteranos y en memoria de la reconstrucción de la unidad en el camino abierto por el Concilio Vaticano I (1962-1965).

En otro momento, Francisco señaló que “la experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?».”

“Los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros”, sostuvo Francisco

“Luteranos y católicos rezamos juntos en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer nada”, expresó Francisco.

Las lecturas de los representantes católicos y luteranos tuvieron como hilo el documento compartido: Del conflicto a la comunión. Guía no sólo del evento sino de la búsqueda de la futura unidad y que se recuerda en esta Conmemoración Conjunta Luterano-Católico Romana de la Reforma en el 2017.

Bautismo, unión en Cristo

“Un pensador latinoamericano, Eduardo Galeano, escribió: “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”, dijo Martin Junge, nacido en chile, 54 años, teólogo, durante el sermón del secretario general de la FML, antes de la homilía del Papa.

Por la parte luterana, Junge exhortó a ver el bautismo como un sacramento de unión a Cristo. “Conscientes de todas aquellas fuerzas centrífugas que siempre amenazan separarnos, quisiera llamarnos a que nos confiemos a la fuerza centrípeta del Bautismo”.

Por último, explicó que católicos y luteranos pueden responde con “fidelidad al llamado de Dios, y con ello respondiendo a los gritos de auxilio, a la sed y al hambre de una humanidad herida y quebrantada”.

Declaración conjunta firmada por el Papa y los luteranos 

Por otro lado, durante la celebración de la oración ecuménica, el Papa y el Obispo de Munib Yunan, presidente de la FLM, firmaron una declaración conjunta que involucra a ambas iglesias.

Pasar del conflicto a la comunión, en este punto se reconoce los dones espirituales y teológicos recibidos de la Reforma. También se reconoce ante Dios, que Luteranos y Católicos hayan dañado la unidad visible de la Iglesia.

En un tercer punto, el compromiso para llegar a un testimonio común. Es decir, un compromiso para testimoniar juntos la misericordia de Dios, mientras se busca de quitar los obstáculos restantes que impiden la unidad.


Texto completo de la homilía

«Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Estas palabras, pronunciadas por Jesús en el contexto de la Última Cena, nos permiten asomarnos al corazón de Cristo poco antes de su entrega definitiva en la cruz. Podemos sentir sus latidos de amor por nosotros y su deseo de unidad para todos los que creen en él. Nos dice que él es la vid verdadera y nosotros los sarmientos; y que, como él está unido al Padre, así nosotros debemos estar unidos a él, si queremos dar fruto.

En este encuentro de oración, aquí en Lund, queremos manifestar nuestro deseo común de permanecer unidos a él para tener vida. Le pedimos: «Señor, ayúdanos con tu gracia a estar más unidos a ti para dar juntos un testimonio más eficaz de fe, esperanza y caridad». Es también un momento para dar gracias a Dios por el esfuerzo de tantos hermanos nuestros, de diferentes comunidades eclesiales, que no se resignaron a la división, sino que mantuvieron viva la esperanza de la reconciliación entre todos los que creen en el único Señor.

Católicos y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación. Ahora, en el contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido conformándose durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. No podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros. Tenemos la oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos unos a otros.

Jesús nos dice que el Padre es el dueño de la vid (cf. v. 1), que la cuida y la poda para que dé más fruto (cf. v. 2). El Padre se preocupa constantemente de nuestra relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él (cf. v. 4). Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar nuestro pasado y a trabajar en el presente para hacer realidad ese futuro de unidad que tanto anhela.

También nosotros debemos mirar con amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el error y pedir perdón: solamente Dios es el juez. Se tiene que reconocer con la misma honestidad y amor que nuestra división se alejaba de la intuición originaria del pueblo de Dios, que anhela naturalmente estar unido, y ha sido perpetuada históricamente por hombres de poder de este mundo más que por la voluntad del pueblo fiel, que siempre y en todo lugar necesita estar guiado con seguridad y ternura por su Buen Pastor. Sin embargo, había una voluntad sincera por ambas partes de profesar y defender la verdadera fe, pero también somos conscientes que nos hemos encerrado en nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un lenguaje diferente.

El Papa Juan Pablo II decía: «No podemos dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser portadores de la verdad» (Mensaje al cardenal Johannes Willebrands, Presidente del Secretariado para la Unidad de los cristianos, 31 octubre 1983). Dios es el dueño de la viña, que con amor inmenso la cuida y protege; dejémonos conmover por la mirada de Dios; lo único que desea es que permanezcamos como sarmientos vivos unidos a su Hijo Jesús. Con esta nueva mirada al pasado no pretendemos realizar una inviable corrección de lo que pasó, sino «contar esa historia de manera diferente» (COMISIÓN LUTERANO- CATÓLICO ROMANA SOBRE LA UNIDAD, Del conflicto a la comunión, 17 junio 2013, 16).

Jesús nos recuerda: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Él es quien nos sostiene y nos anima a buscar los modos para que la unidad sea una realidad cada vez más evidente. Sin duda la separación ha sido una fuente inmensa de sufrimientos e incomprensiones; pero también nos ha llevado a caer sinceramente en la cuenta de que sin él no podemos hacer nada, dándonos la posibilidad de entender mejor algunos aspectos de nuestra fe. Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. A través de la escucha común de la Palabra de Dios en las Escrituras, el diálogo entre la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial, del que celebramos el 50 aniversario, ha dado pasos importantes. Pidamos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos, porque ella es fuente de alimento y vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.

La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esta es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de «sólo por la gracia divina», se nos recuerda que

Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.

Jesús intercede por nosotros como mediador ante el Padre, y le pide por la unidad de sus discípulos «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Esto es lo que nos conforta, y nos mueve a unirnos a Jesús para pedirlo con insistencia: «Danos el don de la unidad para que el mundo crea en el poder de tu misericordia». Este es el testimonio que el mundo está esperando de nosotros. Los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona. Sin este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta.

Luteranos y católicos rezamos juntos en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer nada; pedimos su auxilio para que seamos miembros vivos unidos a él, siempre necesitados de su gracia para poder llevar juntos su Palabra al mundo, que está necesitado de su ternura y su misericordia.

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