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Soy extranjera aquí y allá: Ese es mi dolor

A Venezuelan group of faithful at the angelus of St. Peter’s Square – es

© Sabrina Fusco / ALETEIA

Alfa y Omega - publicado el 23/10/16

Carmelis Díaz Mendoza y su familia dejaron su hogar en Venezuela

Se hace camino al andar. Carmelis, profesora de comunicación, recita a Machado con naturalidad para explicar la realidad y sigue narrándola cuajada de metáforas. Salió de Venezuela unos días antes de cumplir 40 octubres, justo ahora hará tres años. Lo hizo con su marido y sus dos hijos pequeños. Llegó a Madrid y empezó de cero. Tuvo que convalidar títulos, hacer valer un currículo extenso y potente…, pero lo que resultó más costoso de convalidar es el afecto. Aunque en eso también sabe que se hará camino

A veces los que sostienen el mundo no tienen un lugar propio. No es casual que esto ocurra; de esta manera se hacen capaces de atisbar mejor la fragilidad del ser humano y lo valioso de sus relaciones, y desde allí ser ancla para otros.

Carmelis lo hace con su sonrisa, esa que no deja de dibujar ni cuando rompe en llanto. Confiesa que aprendió esa arma cuando ejercía su profesión de periodista; era su forma de hacer sentir en casa al entrevistado. Ahora es ella la que está en el foco. Hace tres años que abandonó su país. Lo hizo por las circunstancias, que al final es el lugar donde se juega la vida.

¿Qué ocurrió?

Salí de mi país por la situación política y social. Mis hijos me pedían leche todos los días, y cuando pasados 15 días yo no les pude dar ni un vaso me dije que había que hacer algo. Tenía un buen trabajo, una casa preciosa, comodidades…, pero al final eso no sirve de nada. A nosotros nos persiguieron, nos amenazaron, y ahí te das cuenta de que el dinero no lo es todo.

Y te vienes a España…

Sí. Pero todo fue una ola. No tuvimos tiempo para preparar nada. Las circunstancias se dieron y no pudimos aguantar más. Cerramos la puerta de nuestra casa como si nos fuéramos de vacaciones, sabiendo que no era así, que no volveríamos a nuestro país.

¿Cómo se vive ese desarraigo?

No eres ni de aquí ni de tu país de origen, eres extranjero. Y ese es el primer escollo emocional que tienes que superar. Siempre hay alguien que te juzga como un extraño, y esa cruz empieza a ser muy pesada. Intentas encajar pero no lo haces. Hasta que poco a poco empiezas a vivir con ello. No por resignación, sino porque cada día intentas cambiar la realidad.

¿Cómo?

Para mí la luz llegó por mis hijos. Ellos se adaptaron desde el primer día. Yo tenía que empezar de cero, cargada del dolor de la nostalgia, pero ellos eran mi fuerza.

¿Qué has aprendido?

A no hacer juicios de valor sobre el otro, porque caras vemos y corazones no sabemos. Soy católica y eso es lo que me ha enseñado mi familia. A no juzgar únicamente por la imagen.

Y el dolor ahora, ¿qué rostro tiene?

El de mi familia. Toda mi familia se quedó allá. Los agreden y asaltan en la calle… Mi sobrino, por ejemplo, está perdiendo los mejores años de su vida porque ni siquiera puede hacer un deporte al aire libre. Sentir que en tu país se han vuelto enemigos entre hermanos… Eso no era Venezuela. Y dejar a mi madre… Dejar a mi madre fue una prueba. Lo que más me duele es que la convertí en una abuela sin nietos, quedó huérfana. Yo volví a mi ciudad a echar raíces, pero no pude.

Si a mí me dicen «hay que construir país», que era una expresión que yo decía mucho en mis clases en la universidad, volvería, claro que sí. Pero ahora ya tengo dos hijos que son españoles, ¿cómo volver? Hay una canción que yo escuchaba cuando era adolescente que se llama Extranjero, lo que nunca pensé es que lo iba a vivir yo. La letra dice: «No eres ni de aquí, ni de donde naciste. Eres extranjero». Yo he cambiado extranjero por ser ciudadana del mundo, por aquello de la poesía…, pero soy extranjera.

Ni siquiera la poesía le permite terminar la frase… Pero la fortaleza vuelve. ¿Tiene confianza en Dios?

Como buena periodista yo siempre he cuestionado mucho todo. Quizá no he tenido toda la comunión que le hubiera gustado a mi madre. Pero en estos años he vuelto a orar. He comprendido que la oración es transformar a un ser humano. No es recitar. Y cuando rezas así, te escucha. ¡Te escucha! –y aquí deja salir su deje caribeño mostrando que sí tiene un hogar, aunque no lo pise–. Y vuelves a levantarte, y ya no andas, corres. Y el túnel se llena de luz. Eso me ha permitido la cruz, recuperar la fe. Cuando le das la vuelta a todo este dolor de no ser de aquí ni de allá, encuentras tu misión.

Rocío Solís

Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega

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