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Las palabras de la profesora de Tulsa sobre el tiroteo a Terence Crutcher no se pueden dejar de ver

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Images via flickr (public domain) and Facebook

Aleteia Team - publicado el 27/09/16

"Estoy convencido de que si te pones en los zapatos de un niño de color en Tulsa, comprenderás mejor..."

El agente de policía de Tulsa, Oklahoma, que disparó y mató el pasado 16 de septiembre al desarmado Terence Crutcher se enfrenta a cargos por homicidio imprudente. Mientras tanto, la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte, continúa en tensión pendiente de la evolución de las investigaciones sobre la muerte de Keith Lamont Scott.

Dentro de la tensión existente entre los intentos de apoyo a los agentes de policía, cuya labor es difícil y peligrosa, al mismo tiempo que se les intenta hacer pagar por sus responsabilidades, la gente se pregunta: ¿cómo podemos procesar todo esto y, lo que es más importante, qué le decimos a nuestros hijos?

De vuelta a Tulsa, Rebecca Lee ha comenzado con buen pie. Esta profesora del instituto KIPP Tulsa College Preparatory, al que asiste la hija de Crutcher, publicó su sincera opinión sobre los niños, la policía, la raza —todo aquello que centra la preocupación de Estados Unidos— en su página de Facebook, y son unos pensamientos que merecen ser compartidos. Sigan leyendo.

____

Hoy en el colegio, nuestro personal decidió que necesitábamos darle al pause y crear un espacio en el que los niños compartieran sus pensamientos y emociones en relación a la muerte del señor Crutcher.

Yo formé parte, como moderadora, de tres pequeños grupos de debate durante el día: un grupo de quinto grado, un grupo de sexto grado y un grupo de séptimo/octavo grado [10-11 años, 11-12 años y 12-14 años respectivamente].

Quiero compartir aquí lo que he experimentado hoy con los niños, porque estoy convencida de que si os podéis poner en la situación de un niño de color en Tulsa ahora mismo, tendréis una mayor comprensión de la crisis a la que nos enfrentamos y la razón por la que decimos que las vidas de los negros también importan.

  1. Miro a las caras de ojos muy abiertos de los niños de quinto que me rodean, de 10 y 11 años, que esperan a escuchar lo que tenga que decir. Les digo que leeremos juntos un artículo de las noticias sobre el tiroteo para que todos estemos informados. Mientras leo, los estudiantes resaltan y subrayan afanosamente las partes que les parecen más destacables: Disparo mortal. Manos arriba. “Tío grande y con mala pinta”. Sin movimiento. Afectado para siempre. Termino y les pregunto: “¿Qué pensáis sobre esto?”.

Me responden con preguntas. ¿Por qué tuvieron que matarle? ¿Por qué tenían miedo de él? ¿Por qué [“Estudiante”] tiene que vivir sin un padre?¿Qué hará cuando haya un baile de padres e hijas? ¿Quién caminará con ella hacia el altar? ¿Por qué no le ayudó nadie después de que le dispararan? ¿No ha pasado esto ya antes? ¿Podemos escribirle cartas a ella? ¿Podemos protestar?

A medida que caen las preguntas, también caen las lágrimas. Los estudiantes lloran suavemente mientras hablan. Otros lloran abiertamente. Observo cómo los niños de 10 años se pasan pañuelos entre ellos, y a mí, y a nuestro director cuando se une a nuestro círculo.

Una niña cierra el grupo diciendo: “Ojalá los blancos nos dieran una oportunidad. Podemos juntarnos y llevarnos bien. Podemos estar todos unidos”.

Permitidme que os diga que estos niños de 10 años son más elocuentes en este tema que yo misma.

Nos ponemos de acuerdo en que tenemos que amarnos los unos a los otros, cuidarnos mutuamente. Les digo a todos que yo soy blanca y que les quiero y que son importantes para mí.

  1. El grupo de las chicas de sexto que me rodea están o bien con los ojos rojos o bien abstraídas. Se sientan junto a la hija del señor Crutcher en clase. Son sus amigas. Prácticamente todas las estudiantes tienen un pañuelo mientras leemos juntas el artículo. Cuando abro el tiempo de debate: silencio. Duele hablar de ello. Duele pensar en ello. Duele.

Lucho contra mi deseo de llenar el aire mudo con mi voz. Alguien susurra unas pocas palabras sobre tristeza e injusticia, pero el resto del tiempo lo pasan secándose los ojos y abrazándose.

Queda claro que nadie más está en situación de hablar. Les doy espacio para que lo procesen todo en silencio. Luego les digo: “Tenemos colores de piel diferentes. Os quiero. Tenéis dignidad. Sois importantes. Sois humanas. Sois valiosas”.

Los hombros de todo el círculo empiezan a temblar más. Me doy cuenta de que esta es la primera vez en todo el año que he afirmado mi amor hacia ellas.

El resto de la cafetería está en silencio. Los de sexto están callados. La tragedia vive y respira entre ellos. Podría haber sido su padre. Los chicos están dispersos por toda la cafetería con las cabezas enterradas en sus camisetas.

Una chica que acaba de mudarse a Tulsa desde Nueva Orleans porque su padre quería “escapar de la violencia” se queda sin voz mientras habla en el grupo junto al mío.

Cuando nos volvemos a juntar en un único grupo, hay un chico que aún está llorando mientras otro le pasa la mano por la espalda con dulzura.

  1. Estos estudiantes son mayores, de entre trece y catorce. Están endurecidos. Están enfadados. Algunos se niegan a mirar o a esperar al fin del artículo. Hablan de forma directa. Una chica dice que tiene ganas de dar un puñetazo a alguien en la nariz.

Otro estudiante dice: “Antes cuando leía sobre casos como este pensaba, oh, qué triste, y luego como que me olvidaba del asunto. Pero esto ha pasado muy cerca de casa. Ahora lo siento como real. Yo cojo la calle 36 Norte para ir y venir de la escuela todos los días. Pasó justo al lado de mi casa”.

“¿Qué había en él para que les pareciera ‘un tío grande con mala pinta?”, pregunta un chico. “¿Cuánto pesaba? ¿Era su tamaño…?”. Miro a los chicos de mi círculo, todos antiguos estudiantes míos. Han crecido unos cuantos centímetros desde su primer día en mi clase. Sus voces se han hecho más graves. Ensanchado sus hombros. Todos asienten con la cabeza ante la última suposición de un estudiante: “¿El color de su piel?”.

Comparto esta historia porque la muerte del señor Crutcher no afecta únicamente a los estudiantes de mi escuela.

Comparto esta historia porque estamos creando una crisis de identidad en todos nuestros estudiantes negros y mulatos. (¿Qué importancia tengo? ¿Doy miedo? ¿Debería vivir con miedo? ¿Soy humano?).

Estamos configurando su visión del mundo a fuerza de sangre y balas, con hashtags y vídeos virales. ¿Es así como queremos que se sientan? ¿Así queremos que piensen?

Comparto esta historia porque he pasado los dos últimos años enseñando a los niños que escribimos para interactuar y comprender el mundo, que nuestras voces importan y que nuestras voces merecen ser escuchadas.

Comparto esta historia porque, aunque nunca consiga capturar la elocuencia de las palabras de los niños o las crudas emociones que han compartido hoy, mi privilegio me exige que hable. Os pido que leáis.

Os pido que uséis cualquier privilegio o cualquier plataforma que tengáis para hablar. Os pido que os pongáis en la piel de estos niños negros y mulatos que se están criando en un mundo donde ven vídeos del padre de su compañera de clase recibiendo disparos y desangrándose en la calle.

Os pido que améis y que améis con fuerza.

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