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¿Conservaremos la memoria personal en la vida futura?

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Jorge Luis Zarazúa - publicado el 26/09/16

¿Nos encontraremos con nuestros seres queridos?

A través del portal de Aleteia me llegó esta interesante pregunta: Padre Jorge Luis: y en la otra vida, en la vida futura, ¿nos llegaremos a reconocer y a contarnos lo sucedido en nuestra vida en la tierra? ¿O perderemos totalmente la memoria del pasado, para ser felices con nuestra nueva memoria en la presencia de Dios? (Cfr. http://es.aleteia.org/2013/05/02/dostoievski-el-profeta-de-la-otra-vida/). He aquí mi respuesta:

Según la fe de la Iglesia, no perderemos la memoria de nuestro pasado, sino que conservaremos íntegramente nuestra identidad personal, de la que la memoria es parte esencial.

Algunos textos que pueden ayudarnos a comprenderlo son los siguientes:

1. Conservaremos la memoria personal

a) Mt 7, 21-23

No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí ustedes que hacen el mal! (Mt 7, 21-23).

En el versículo 22, donde se habla del último día, el día del Juicio Final, el día de la resurrección de los muertos, se puede ver que se conserva el recuerdo de los hechos realizados durante la vida terrena.

b) Lc 16, 19-31:

Un texto relevante es también el relato de la historia del pobre Lázaro y del rico epulón:

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán””. (Lc 16, 19-30).

Este relato presenta tanto la conservación de la memoria personal como el encuentro entre personas que se conocieron en vida, que ya murieron, pero que ahora están en relación, no sólo mutua, sino con Abraham, nuestro padre en la fe.

El sermón sobre el juicio final que encontramos en Mt 25, 31-46, también implica el recuerdo de las acciones realizadas, unas que conducen a la vida eterna, y otras que merecen la reprobación eterna.

2. Nos encontraremos con nuestros seres queridos

Al mismo tiempo, está patente en la Biblia el encuentro con los seres queridos en el último día, el día de la resurrección de los muertos:

a) 2Macabeos 7, 20-29:

¡Esa madre que vio morir a sus siete hijos en el transcurso de un solo día fue realmente admirable y merece ser famosa! Lo soportó todo sin flaquear, basada en la esperanza que ponía en el Señor. Fue animando a cada uno de ellos en la lengua de sus padres, y llena de los más bellos sentimientos, sostuvo con coraje viril su ternura de madre. Les decía: “No sé cómo aparecieron ustedes en mis entrañas, pues no soy yo quien les dio el espíritu y la vida, ni quien ensambló los diferentes miembros que conforman su cuerpo.  El Creador del mundo, que formó al hombre en el comienzo y dispuso les propiedades de cada naturaleza, les dará a ustedes en su misericordia el espíritu y la vida, ya que ahora se menosprecian a sí mismos por amor a sus leyes”.  

Antíoco pensaba que lo estaba insultando y maldiciendo. Como el menor aún estaba vivo, el rey le dijo que si dejaba las tradiciones de sus antepasados lo haría rico y feliz, e incluso le prometió con juramento que lo haría su amigo y que le encomendaría altas funciones. Como el joven no le hiciera caso, el rey ordenó que se acercara la madre y le insistió a que aconsejara al niño que salvara su vida. En vista de tanta insistencia, ella aceptó persuadir a su hijo. Se aproximó pues donde él y, engañando al cruel tirano, habló así a su hijo en la lengua de sus padres: “¡Hijo mío, ten piedad de mí! Te llevé en mis entrañas nueve meses, te amamanté durante tres años, te he alimentado y educado hasta la edad que tienes; me he preocupado en todo de ti. Te suplico pues, hijo mío, que mires el cielo y la tierra, y contemples todo lo que contienen; has de saber que Dios fue quien los hizo de la nada; así apareció la raza humana. No le temas a ese verdugo, sino que muéstrate digno de tus hermanos, acepta la muerte para que te encuentre con tus hermanos en el tiempo de la misericordia (2Macabeos 7, 20-29).

Nota el versículo 29, donde la madre de estos jóvenes espera encontrarse con ellos en el día de la misericordia, es decir, el día de la resurrección de los muertos.

Lo que dice la Liturgia de la Iglesia

En la Iglesia tenemos un axioma bellísimo, que se expresa así: “Lex orandi, lex credendi”, o bien “Legem credendi lex statuat supplicandi”, que expresan una gran verdad: la ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8). (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1124).

Pues bien, sobre el encuentro con los seres queridos en la vida futura, he aquí lo que dice la Plegaria Eucarística III:

Reúne en torno a ti, Padre misericordioso,
a todos tus hijos dispersos por el mundo.
+ A nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria,
por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.

Cuando esta Plegaria Eucarística III se utiliza en las misas de difuntos, puede decirse lo siguiente, que expresa con mayor fuerza este encuentro:

+ Recuerda a tu hijo (hija) N.,
a quien llamaste (hoy) de este mundo a tu presencia:
concédele que, así como ha  compartido ya la muerte de Jesucristo,
comparta también con él la gloria de la resurrección,
cuando Cristo haga resurgir de la tierra a los muertos,
y transforme nuestro cuerpo frágil
en cuerpo glorioso como el suyo.
Y a todos nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria;
allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos,
porque, al contemplarte corno tú eres, Dios nuestro,
seremos para siempre semejantes a ti
y cantaremos eternamente tus alabanzas,
(Junta las manos)
por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.

La Plegaria Eucarística IV, por su parte, señala lo siguiente:

Acuérdate también
de los que murieron en la paz de Cristo
y de todos los difuntos,
cuya fe sólo tú conociste.
Padre de bondad,
que todos tus hijos nos reunamos en tu reino,
con María, la Virgen Madre de Dios,
con los apóstoles y los santos;
y allí, junto con toda la creación,
libre ya del pecado y de la muerte,
te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.

Conclusión

La fe de la Iglesia, expresada en la Escatología, el tratado teológico donde se reflexiona sobre las realidades últimas, nos expresa que conservaremos la identidad personal y, por ende, la memoria.

Además, la reflexión teológica de textos bíblicos diversos y el examen de la sagrada Liturgia nos mantiene en la convicción de que nos volveremos a encontrar con nuestros seres queridos.

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