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Vivir en soledad: ¿un padecimiento o una oportunidad para crecer?

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Miguel Pastorino - publicado el 25/09/16

Asumir la soledad es tener coraje para mirarse a sí mismo, de reconocerse

La soledad es para muchos un drama, un problema que resolver, algo de lo que se desea escapar, y no pocas veces va acompañado de sentimientos de abandono y desesperanza. Pero no es una experiencia reservada a la vejez. En cualquier momento de la vida queremos escapar de la soledad, porque puede hacer evidente un vacío interior, poner delante de nosotros la verdad de nuestro ser.

No son pocas las veces que cuando llegamos al hogar buscamos encender la TV, la Radio, o conectarnos a una red social, como una forma de “no estar solos”. La mayoría de nosotros no la elegimos, solo acontece delante de nosotros, cuando menos lo esperamos y nos vemos enfrentados a ella.

Sin embargo, son muchos los que buscan la soledad encontrando en ella un descanso y una oportunidad para el crecimiento interior. Incontables son los testimonios de la soledad creativa de filósofos, escritores, artistas y místicos de todos los tiempos. Por eso algunos hablan de una soledad negativa, la que se padece, y de una soledad positiva, que nos ayuda a crecer.

Hechos para relacionarnos

El ser humano es un ser social, hecho “para la relación”, pero la experiencia demuestra que únicamente quien sabe vivir solo, sabe también vivir plenamente sus relaciones. “Solo quien no teme descender a la interioridad sabe también afrontar el encuentro con los otros. Es significativo que muchos de los desajustes y enfermedades actuales referidas a la subjetividad, afectan notablemente la calidad de las relaciones humanas. La incapacidad para la interioridad se convierte en incapacidad para crear relaciones sólidas, profundas y duraderas con los demás” (Enzo Bianchi).

Actualmente el abuso de las redes sociales y juegos virtuales está aislándonos en lugar de comunicarnos, está generando nuevas soledades y nuevas esclavitudes. Muchos jóvenes hoy tienen grandes dificultades para vincularse sin la mediación de las pantallas, y los vínculos se hacen y deshacen al tiempo de un simple “click”.

Claramente no cualquier soledad es positiva; hay formas de aislamiento y fuga de los demás que son enfermizas. Pero la soledad bien vivida es equilibrio entre el aislamiento y el activismo, la soledad bien vivida es fuente de fuerza interior y solidez.

Asumir la soledad es tener coraje para mirarse a sí mismo, para reconocer y asumir la tarea personal de llegar a ser quienes somos. La soledad vivida positivamente no es encierro, sino apertura, donde el conocimiento de uno mismo nos hace más compasivos y empáticos con los demás. Las grandes realizaciones humanas y espirituales han atravesado la soledad, porque es fuente de creatividad.

“La soledad es fatigosa solo para los que no tienen sed de su intimidad y que, por consiguiente, la ignoran; pero constituye la felicidad suprema para los que han gustado su sabor” (M. Madeleine Davy).

La soledad como un regalo

La soledad es a veces temible, porque nos recuerda la soledad radical de la muerte, pero es por ello mismo el espacio de unificación del corazón, de purificación de las relaciones, de encuentro con Dios. Jesús mismo buscaba retirarse en soledad para orar, para una mayor intimidad con el Padre. Como él, abrazar la soledad positivamente, nos prepara también para vivir la soledad impuesta y padecida como abandono.

Para quién ha descubierto la relación con Dios como fuente de vida y sentido, la soledad es el espacio del encuentro, la fuente que hace posible relaciones nuevas, sanas y duraderas, porque no uso a los otros para huir de mi soledad, sino como posibilidad de compartir los tesoros que cada uno lleva en su interior.

¿Qué hacer con la soledad?

El jesuita holandés Piet Van Breemen escribe al respecto: “Aun cuando sea duro y duela, estar solo puede ser fecundo y beneficioso, pero sólo cuando se acepta. Puede ser una invitación a mirar más allá de nuestros límites y a descubrir tesoros todavía desconocidos”. Al tiempo que nos revela un vacío interior que nos puede destruir si le rechazamos, puede conducirnos a una gran hondura espiritual, en la cual podemos crecer en unidad interior, en unión con los demás y con Dios. Solo quien la acepta y la vive como oportunidad, puede encontrar paz.

Un sano equilibrio

Se necesita lograr un equilibrio entre soledad y compañía, y el primer paso es aprender a estar solo en su sentido más positivo, para poder disfrutar de la propia interioridad y de la contemplación de todo lo que nos rodea. El segundo paso es abrirse a los demás, en todos los ámbitos que nos sea posible.

Quien puede estar bien a solas consigo mismo, es capaz de establecer relaciones nuevas y crear amistades sanas. No hay que depender de los amigos para apagar la soledad, ni servirse de ellos para no sentirse solo. La amistad es siempre un regalo, que solo es auténtica en la gratuidad. La amistad que surge de la libertad interior nos vuelve más agradecidos y más felices, experimentando a los amigos como una verdadera bendición en la vida.

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