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Un violador necesita saber que Dios le ama

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Shutterstock / sakhorn

Alfa y Omega - publicado el 24/09/16

La labor de un cura en una cárcel

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Sorin Catrinescu llegó a Granada en 2003 para atender a la comunidad rumana y entró como voluntario en la prisión de Albolote –una de las más peligrosas de España– para llevar el Evangelio a los presos de Europa del Este.

Cuando empezó a tratar con otros internos fue nombrado capellán y desde hace tres años es delegado de Pastoral Penitenciaria de la archidiócesis, con permiso del Vaticano para celebrar por el rito latino. Coordina a 66 voluntarios que anuncian la liberación de Jesucristo a quienes viven entre rejas, y a veces se mete en capilla de once varas separando una pelea entre criminales

¿Qué hace un cura en una cárcel?

Todos los capellanes penitenciarios tenemos tres líneas de acción: una religiosa, una social y una jurídica. Con la primera damos catequesis, celebramos los sacramentos, y en cada módulo tenemos voluntarios para hablar con los internos, acompañarlos y anunciarles el Evangelio. También celebramos bautizos, comuniones y confirmaciones.

¿Bautizos? O sea, que hay conversiones…

Sí, incluso de musulmanes. Muchos presos cambian de vida al encontrarse con Cristo. Llegan aquí con la vida interior destruida, y al acercarse al Señor se dan cuenta de que pueden ser amados, perdonados, cambiados. Al poner sus ojos en Dios, piensan por primera vez en su mala vida y se arrepienten.

Hábleme de las líneas social y jurídica.

Tenemos cerca de 30 talleres: alfabetización; educación primaria, secundaria y bachillerato; informática; inglés; costura; cocina; acompañamiento en los permisos; búsqueda de trabajo… Además hay diez psicólogos para programas de rehabilitación, y especialistas en derecho penitenciario para ayudarlos caso por caso.

¿Cuesta más confesar un pecado o reconocer un crimen?

Nosotros tenemos una lista con 240 presos que pueden venir a Misa porque no han faltado más de tres veces seguidas. De estos, la mayoría piden confesión, y de estos, solo unos poquitos tratan de ocultar que son culpables. La mayoría reconocen en la confesión sus pecados y sus delitos, porque saben que Dios puede liberarles de esas cargas.

Lo mismo le cuesta más confesar sus pecados a un feligrés de parroquia…

¡Mucho más! Fuera de la prisión, mucha gente va a confesarse creyéndose buena e intenta dulcificar sus pecados. Los presos no buscan aparentar. Cuando tocas fondo es más fácil reconocer que pecas.

¿Cómo se explica a quien está entre rejas que Jesucristo te hace libre?

También para un preso es más fácil entenderlo porque la mayoría tiene alguna adicción: a la droga, a la violencia, al delito… Al hablar con nosotros se dan cuenta de que están encerrados porque antes han perdido la libertad interior y son esclavos de algo. Una persona que es libre en su interior puede construir una nueva vida. Antes o después sales de prisión, y si lo haces con la libertad que te da Dios, ganas la batalla. Si sales con las mismas dependencias, lo normal es que vuelvas.

¿Pero cómo ayuda Cristo a reestructurar una vida rota?

Con el poder de la gracia. Nosotros solo presentamos al Señor con el Evangelio. Más de 200 de los que ahora vienen a Misa antes no tenían fe. Aquí han encontrado la oportunidad de relacionarse con Jesucristo de forma directa y, a veces, hasta brutal. En prisión hay un gran despertar religioso. El problema es acompañarlos cuando salen y vuelven a entornos de droga y delincuencia.

Albolote es una de las cárceles más peligrosas de España. ¿Ha sentido miedo?

Todo lo contrario. Al ser módulos de alta seguridad, los funcionarios vigilan desde lejos porque muchos presos son muy peligrosos: violadores, asesinos, personas con trastornos, terroristas… Y siempre que ha habido peleas cuando estábamos dentro, han sido los propios presos quienes nos han protegido y ayudado a salir. Incluso cuando nos hemos metido entre ellos para separar una pelea.

¿Cuesta ser misericordioso con un asesino?

En absoluto. Tratamos a todos igual y no les preguntamos qué han hecho, porque cada uno de ellos es una persona necesitada del amor de Dios. Un violador o un yihadista necesitan saber que Dios los ama. Por eso luego nos ayudan, porque todo lo hacemos creando lazos de amistad, como nos pide Jesús.

José Antonio Méndez

Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega

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