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El Gruñón: un tierno alegato contra el individualismo

José Luis Panero - publicado el 23/09/16

Sorprende con su valentía a la hora de hablar del amor

Dos años después de su estreno en salas comerciales finlandesas, la distribuidora de cine independiente Film Buro estrena en las salas españolas el 23 de septiembre El gruñón, esperanzador drama sobre la brecha generacional, la incomunicación y el mundo de los valores, narrado con elegancia y sin histrionismos.

El filme cuenta los avatares de un hombre del pasado, áspero, alguien que vive en el campo cultivando patatas y que está convencido de que todo tiempo pasado fue mejor. Digamos que está chapado a la antigua si lo examinamos desde los tiempos actuales. Todo aquello que ha hecho después de 1953 no le resulta bueno. Pero es un hombre feliz, convencido de que el día a día hay que trabajarlo con pasión y serenidad.

Un día se cae por las escaleras del sótano de su casa y se rompe el tobillo. De manera que no tendrá más opción que ir a Helsinki durante un fin de semana para que le vea un fisioterapeuta. Pero el pequeño viaje le supone un gran problema: tendrá que coger un taxi, no podrá seguir cuidando de su mujer que padece Alzheimer y, por si fuera poco, se verá obligado a ver allí a la familia, un hijo blandengue y una nuera que trabaja de alta ejecutiva, también algo especial.

Con personalidad y fluidez en la narración se sirve la brillante El gruñón. Basado en el personaje desarrollado en diferentes medios como la radio, las novelas o el teatro, creado por Tuomas Kyrö, el director Dome Karukoski se encarga de trasladar al popular individuo a la gran pantalla.

El joven realizador y guionista de 39 años, chipriota, aunque nacionalizado finlandés, dirige con esmero y profundidad dramática, pasando por la comedia, este bello retrato sobre el modo con que nos acercamos a mirar al prójimo, a relacionarnos con él e ir haciendo un camino juntos.

La película está claramente estructurada en dos partes. En la primera, más en la línea de la comedia, se suceden las escenas más estrambóticas sobre la terquedad del gruñón, que no encuentra acomodo suficiente en la moderna casa de su hijo, y menos con su nuera, resueltas con preciosismo y sin hacer uso del humor negro, que hubiera sido lo más fácil.

Karukoski ha trabajado otros aspectos más edificantes que le dan mejor consistencia a esa parte del relato. En la segunda, la historia de troca más dramática y descubrimos nuevos elementos concernientes a la vida de nuestro protagonista, que proponen un cambio en la vida de la escasa familia que tiene.

Como quiera que sea, El gruñón es una historia que acentúa el valor y el sentido de la cultura del esfuerzo frente a las comodidades que despliega el mundo contemporáneo, y, con ello, en muchas ocasiones no se aprende a valorar lo que tenemos porque siempre ha estado allí y nunca nos ha fallado. Es decir, que nos hemos acostumbrado a lo bueno.

Los grandes contrastes entre padre e hijo quedan a los pies de los caballos -fruto del egoísmo y de una cultura narcisista- si los situamos al mismo nivel con que el anciano cuida a su mujer en la inhóspita casa de campo, que tiene la cabeza perdida, bien sea dándole de comer, hablando con ella a pie de cama o sentándola para que vea la televisión. Bien siendo partidario de una cultura ancestral como de otra posmoderna, el amor por la persona amada queda suficientemente demostrado.

En este sentido, Karukoski aclara que el individualismo está fuera de lugar y que lo ñoño conserva ese gusto por las cosas bien hechas, ordenadas y sentidas en sus acciones que dan paso a la felicidad absoluta. Para ello, el director ha contado con el actor finlandés Antii Litja, que se alzó con el premio Jussi el año pasado.

Por último, viene bien recordar que el seco humor de la cinta recuerda en ocasiones a la obra de Aki Kaurismäki, si bien Dome Karukoski rueda con sobrada eficiencia. La fotografía está a cargo de Pini Hellstedt y hace un gran trabajo transmitiendo el ambiente frío y desolado de sus protagonistas y los escenarios en los que se mueven.

Una  película, pues, divertida y cercana, con enjundia y que supone un oasis respecto a las desérticas producciones contemporáneas que por acomplejamiento no son capaces de mostrar amores con tanta valentía. Sólo Nebraska (Alexander Payne, 2013) estaría al nivel. Desde luego, El gruñón hay que verla en versión original.

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