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Cristianos en Hollywood: El papel crucial de los papás y la Iglesia

A male filming with a camera for production

bjones27/GettyImages

Camera operator shooting handheld.

Zoe Romanovsky - publicado el 16/09/16

Segunda parte de la conversación entre Aleteia y la guionista Barbara Nicolosi

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Esta es la segunda entrega de la entrevista de dos partes de Aleteia a Barbara Nicolosi sobre los cristianos en Hollywood. Nicolosi es fundadora y presidenta emérita de Act One, Inc., un curso de formación y orientación, sin ánimo de lucro, dirigido a cristianos en sus carreras como guionistas y ejecutivos de Hollywood. También ha sido analista de guiones, ejecutiva de una productora y asesora en proyectos de entretenimiento y medios de comunicación y ha escrito guiones para productoras dentro y fuera de Hollywood. Su proyecto más reciente es un largometraje adaptación de las memorias de Sheldon Vanauken, A Severe Mercy, para la productora Origin Entertainment. Se prevé que el rodaje de su guión para televisión, Fatima, se realice a finales de 2016 en Roma. Actualmente es profesora asociada en el Honors College de la Universidad Azusa Pacific, en Azusa, California, y obtendrá su doctorado en Escritura Creativa por la Universidad Bath Spa de Reino Unido en febrero de 2017.

La situación de los cristianos en Hollywood ha cambiado mucho durante las dos últimas dos décadas. En la primera parte de nuestra entrevista, Nicolosi habló sobre la forma en que los cristianos han influido en la industria del entretenimiento durante los últimos veinte años: lo bueno, lo feo y lo malo. Hoy, conversaremos sobre su aprendizaje durante la formación de jóvenes cristianos en su labor como guionistas y además ofrecerá consejos para padres católicos y explicará su opinión sobre la labor que debería desempeñar la Iglesia en Los Ángeles.

¿Qué has aprendido sobre la formación y la educación de escritores y guionistas desde que cofundaras el programa Act One?

Actualmente enseño como profesora asociada en el Honors College de la Universidad Azusa Pacific (APU), a las afueras de Los Ángeles. Enseño en un programa basado en los Grandes Libros, clásicos de la literatura occidental, que emplea el método socrático. Y es un hecho absolutamente intencionado.

Una de las cosas que he aprendido dirigiendo Act One —e insisto en que me encantan mis alumnos de Act One y las personas implicadas— es que no es suficiente con tomar a personas que son cristianas y enseñarles a elaborar una historia. Necesitan una formación más profunda.

Así que ofrecemos a los jóvenes un programa de escritura riguroso y les apremiamos a que participen de ideas elevadas a través de los Grandes Libros.

Les ayudamos a tomar consciencia de que el modernismo es una rareza y les apoyamos para comprender el descarrío particular de las personas de su tiempo: la confusión que se les ha inculcado por las aguas en las que todos nadamos.

Luego, una vez tienen unos cimientos sólidos, identificamos entre ellos a los buenos escritores y trabajamos con ellos para que puedan aprender las bases de la narración visual.

Este verano hice un curso intensivo con nueve escritores —tres de ellos estudiantes de la APU—, tienen talento, entienden la situación y son interesantes.

Las historias interesantes vienen de personas interesantes. El ser cristiano, en sí, no le hace a uno interesante. Para eso hay que ser cristiano y reflexivo.

Así que cuando hablamos de la forma en que la Iglesia puede abordar este problema de carencia de narración, no hablamos de un arreglo rápido.

¿Qué necesita un artista cristiano para tener éxito hoy en día?

Lo mismo que han necesitado siempre. Cuando le preguntaron a Flannery O’Connor por qué escribía, respondió: “Porque se me da bien”. La cuestión es, ¿tienes talento? Ahora bien, todo el mundo debería ser artista en cierto sentido —ahí está Joseph Pieper, que decía que todos necesitamos cultivar una parte de nosotros que nos permita crear y centrarnos en los detalles—, pero las personas que se supone han de ser los artistas profesionales que instruyan en favor de una cultura más amplia, tienen que tener talento para ello.

Es posible que te encante el tema y que no tengas talento, pero eso tal vez signifique que tu lugar está dando apoyo a los artistas de otras varias formas diferentes. Lo necesitamos.

En segundo lugar, hay que recibir una magnífica formación. Insisto, debería incluir una formación que capacite al artista para diagnosticar los problemas de la era moderna y entender qué ansían las personas y por qué.

No es suficiente con ser compasivo o empático, tienen que entender de verdad cuál es el problema. Con esto no quiero decir que vayas a hacer arte con mensaje, sino que vas a recoger todo tu ser y lo vas a verter en tu arte.

En el arte de la Iglesia durante los últimos 50 años hemos cometido el error de pensar que la respuesta a la propaganda secular es propaganda santa o divina, pero la respuesta debería ser belleza, desde nuestra perspectiva mundana.

Después de la formación, hay que ir a una escuela de alto nivel con los mejores instructores seculares.

Hay una razón por la que las mejores escuelas tienen esa reputación, y es que pueden ofrecer mejor acceso, exposición a instrumental y una pedagogía competente.

Pero tienes que ir vacunado contra los errores que vas a encontrar.

Yo fui a la Universidad Northwestern, que estaba entre las diez mejores escuelas de cine, a pesar de que los miembros del profesorado eran totalmente marxistas; ¡solían llamarnos ‘el proletariado’! Pero yo bajaba la cabeza, porque tenían mucho que enseñarme.

Sé que esto es algo que asusta bastante a muchos padres católicos. No obstante, una de las cosas de las que las personas de nuestra era moderna no se han percatado es que cada vez que nos adentramos más en la cueva para encontrar cierta seguridad, no sólo no la encontramos porque nuestras familias reflejan todos los errores de la época, sino que además el mundo sigue empeorando.

No tenemos la gracia de prosperar en una cueva en cualquier sitio, tenemos la gracia de progresar en esta cultura, en la que se supone tenemos que ser la levadura.

Hay un motivo por el que no enseño en alguna de las que yo llamo “escuelas católicas católicas”. Son escuelas en las que la ortodoxia católica aún es importante y donde los Grandes Libros son prácticamente lectura obligatoria.

Las recorrí todas en los últimos veinte años y recluté a una serie de estudiantes para que vinieran conmigo a Hollywood.

Odio decirlo, pero casi generalmente todos han fracasado al intentar participar en esta industria, principalmente porque no han tenido la energía, la creatividad y el coraje para involucrarse.

Con demasiada frecuencia terminaban creándose una cueva nueva, encontraban a un pequeño grupo de personas con la misma mentalidad y luego nunca producían nada.

Así que ahora mismo enseño en la mayor universidad no cristiana católica del país por un motivo. Casi un tercio del profesorado y de los estudiantes de aquí son católicos, pero lo principal es que aquí está bien si das por sentada la verdad y la fe, y además tienen buena oferta de deportes y música y una gran variedad de carreras.

He descubierto que tengo que empezar con estudiantes que no teman, o no desprecien, su propio momento cultural.

Hablemos de eso un momento. Das mucho en que pensar a los padres cristianos cuando dices que deberíamos estar educando a nuestros hijos a ser discípulos de su propio tiempo.

Si tu hijo tiene talento —talento artístico de verdad—, entonces el mundo lo necesita con desesperación y tienen que ser entregados a este tiempo.Esa vocación es un don tan especial que, si huyen de ella, les destruirá.

No puedes coger a los chicos y decirles que estarán a salvo, que se dediquen a la enseñanza religiosa o a la enfermería, porque los vas a perder de una forma u otra. Tal vez no dejen de ir a la iglesia, pero perderán la alegría de vivir.

¿Se trata entonces de que los padres ayuden a sus hijos a entender que están destinados a este tiempo en particular, que Dios los creó para que estuvieran aquí y ahora?

Ahí está la clave. Nuestros hijos están destinados a brillar en esta época, su destino es ser los faros de lo que será una época oscura.

Todos nos lamentamos por el hecho de que la Iglesia pasa por una época de persecución, como si eso fuera algo nuevo. Recuerdo que cuando estudié eclesiología con una monja allá por finales de los 80, me dijo que la persecución es la quinta marca de la Iglesia.

La verdad es que en la persecución es donde la Iglesia descubre su identidad. Porque entonces es cuando estamos más cercanos a imitar a Cristo.

Así que yo diría, ¿de qué forma estás equipando a tus hijos para ser el faro en la tormenta que se avecina?

Si les enseñas a buscar un faro bajo el que cobijarse, o si les enseñas a adentrarse con su luz en lo más profundo de su caverna, para que nadie la vea, entonces estás metiendo la pata.

Tenemos que enseñarles a mirar hacia el futuro, con la mirada clara, sin miedo ni altanería, pero por supuesto sin ningún tipo de añoranza perversa de alguna especie de tiempo más seguro.

En mi libro favorito, Los hermanos Karamazov, hay una línea magnífica en la que el santo anciano Zossima aconseja a Alyosha, de alma sensible, que debe aprender a encontrar la alegría en el sufrimiento. A mi parecer, en esta dirección es hacia donde debería orientarse la educación católica hoy día.

Aún parece haber una cierta ausencia católica en Hollywood, ¿por qué?

Bueno, aquí hay muchos católicos, pero la mayoría o no son realmente ortodoxos o no tienen claro qué se supone que deberían hacer como discípulos artistas. ¿Por qué? Bueno, como decimos en italiano, es porque “el pescado apesta desde la cabeza”, porque la formación de los artistas y los narradores o guionistas católicos no viene de lo mejor de lo mejor.

Los obispos de los Estados Unidos deberían haber fundado un instituto de narrativa aquí en Hollywood en 1927 o 1935 o 1946, o quizás mejor en el apogeo de la revolución sexual, o tal vez durante la era de los taquillazos en la que quedó claro que Hollywood había perdido su capacidad para contar historias.

Al separar los mundos de la fe, la virtud y la filosofía del mundo de contar historias, lo único que nos quedaba era el espectáculo. Creo que es obvio que eso fue a finales de los 80.

Pero nunca ha habido ningún tipo de acercamiento pastoral verdadero hacia las artes y el mundo del entretenimiento.

Hace años di un discurso en la Universidad Católica de América y, cuando terminé, me dijeron que esa era la última clase que iba a haber de escritura de guiones para la pantalla; iban a cancelar el programa.

Y pensé, “¿Es que me he perdido esa circular? ¡¿El cine va a dejar de existir?!”. Así que, en la universidad de obispos no existía ningún énfasis en lo importante que es saber contar historias en la cultura y en la sociedad, y sigue sin existir.

Si tuvieras que escoger las mejores 20 escuelas de cine del mundo, no habría ni una universidad católica en esa lista. Es un pecado pastoral.

Entonces, explícame tu plan. Digamos que los obispos americanos acuden a ti y te dicen, Barbara, envíanos tu estrategia para encarar esta situación. ¿Cuál es tu esquema?

Para empezar, necesitaríamos 100 millones de dólares. Construiríamos un centro aquí mismo en Hollywood, con acceso a la comunidad creativa. Contaría con varios componentes; uno de ellos, muy importante, sería educacional, y otro en el que destacáramos las obras de arte de gran belleza que llegan a nuestra cultura (no necesariamente de cristianos) y ayudaríamos a la gente a entender por qué son buenas.

Esta es otra cuestión que llevo años denunciando… Únicamente porque alguien sea simpático o santo o provida no significa que tengamos que aclamar su película como un modelo a seguir. Es algo que nos ha hecho descarrilar.

El centro tendría una capilla enorme dedicada al Espíritu Santo, en favor de las artes, donde todo el mundo en Hollywood sería bienvenido y donde podrían pedir oración para sus proyectos.

El centro funcionaría como un instituto, como un think tank, donde hablaríamos con la industria, les ofreceríamos ideas, orientación y formación. Invitaríamos a académicos de todo el mundo, elevando el nivel de la conversación sobre el arte y la narración de historias en la cultura.

Construiríamos un espacio de producción en el centro para acoger proyectos de la industria. Dispondríamos de un teatro de vanguardia donde trabajar nuevas obras. Nos esforzaríamos por tener abundantes eventos que ofrecer a la industria, al menos la mitad de los que hacen la Iglesia de la cienciología. Dios lo quiera.

Imaginemos que la Iglesia católica decidiera organizar un movimiento misionero en el ámbito de las artes y el entretenimiento. Me daría un patatús de la emoción.

Tenemos una capellanía en la archidiócesis de Los Ángeles para los trabajadores del muelle de San Pedro, pero no tenemos una para la industria del entretenimiento. Menuda estupidez.

Así que hagamos este proyecto amparado por la Iglesia, abierto al mundo, desde donde digamos que amamos y apoyamos y entendemos las necesidades de los artistas y que vamos a ayudarles de la forma que debiéramos, que no es haciendo películas, por cierto.

Se supone que la Iglesia tiene que encargar arte, no hacerlo. Deberíamos estar nutriendo a los artistas.

Es un sueño fascinante, pero tú misma señalaste que el dinero se ha secado para las artes, y parece ser que también en todos los ámbitos en general. En vez de 100 millones de dólares y el ideal que has expuesto, ¿cuál es la siguiente alternativa mejor?

Me gustaría ver que los católicos, como individuos –en sus familias y parroquias–, abrazan de nuevo la belleza del arte y de la narración.

La escritura y la literatura, la música, la danza, la pintura, el teatro y las representaciones y, por supuesto, el cine, deberían formar parte de la educación dinámica de los niños y niñas católicos.

Que les enseñen a reconocer lo que es bueno y hermoso. Que les enseñen a encontrar el bien en todas partes sin el temor o la altivez que demasiado a menudo nos hace parecer ridículos a los miembros de la Iglesia, de cara al mundo secular.

Que desafíen a sus hijos a no solamente estar en esta cultura, sino a ser importantes en esta cultura. Que les inspiren para que deseen ofrecer algún tipo de regalo al futuro. Lo más seguro es que así sea como Dios los salve.

Para leer la primera parte de la conversación entre Aleteia y Barbara Nicolosi pincha aquí: ¿Hay lugar para Dios en Hollywood?

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