La gran pregunta que surge ante el mal en el mundo: ¿Por qué Dios, si es Todopoderoso, no lo impide?
¿Dios sabía que esto pasaría? ¿Sabía que el ser humano pecaría? Por supuesto que sí, sí lo sabía. Sabía cómo era el hombre y sin embargo así lo crea. Dios sabe de qué estamos hechos.
Y si Dios sabía en su omnisciencia que el hombre sería coautor de tanta desgracia, dolor y mal, ¿por qué aun así lo crea? ¿Valía la pena crearlo, viendo lo que ha costado?
No podemos pensar que Dios dejara de crear al ser humano sabiendo que caería; es como si unos padres de familia que esperan un hijo decidan abortarlo sólo porque saben que después del nacimiento algún día tendrá que morir.
Un padre de familia sabe que su hijo que se está gestando cometerá errores, no será perfecto, podrá nacer incluso enfermo destinado a morir más temprano que tarde, pero aun así lo ama y le permite nacer porque lo ama.
Una explicación a las anteriores preguntas la encontramos en la libertad de Dios, otro de sus atributos. La misma libertad que le trasmite al ser humano al crearlo, como ya se ha dicho antes, a su imagen y semejanza.
Dios puede actuar como quiere, crear este mundo u otro; y crearlo aun sabiendo que el hombre podía pecar.
El misterio de la libertad humana
Está claro en verdad que Dios, creando al hombre, no podía crearlo sin la posibilidad de que este se equivocara.
El ser humano es libre y por tanto debe ser responsable de sus actos; no es un robot manejado a control remoto para obligarlo a obrar el bien o que haya sido programado para hacerlo. Como tampoco el ser humano puede ser obligado a escoger el mal.
El hecho es que optó por desobedecer a Dios, optó por el mal, y de hecho lo ha llevado a cabo a lo largo de la historia porque quedó impregnado con la concupiscencia (inclinación al mal).
Alguno se preguntarán: ¿Pero por qué Dios no interviene? ¿Por qué no acaba con el mal? O, mejor, ¿por qué no aniquila a quien hace el mal y, más aun, cuando los destinatarios del mal son los inocentes?
Las preguntas surgen espontáneas, pero no nos olvidemos de que el cambio está en manos del ser humano si se deja ayudar por Dios.
Dios no quiere eliminar el mal eliminando al hombre; lo quiere eliminar reconciliando al hombre consigo mismo.
Usted está leyendo este artículo gracias a la generosidad suya o de otros muchos lectores como usted que hacen posible este maravilloso proyecto de evangelización, que se llama Aleteia. Le presentamos Aleteia en números para darle una idea.
20 millones de lectores en todo el mundo leen Aletiea.org cada día.
Aleteia se publica a diario en siete idiomas: Inglés, Francés, Italiano, Español, Portugués, Polaco, y Esloveno
Cada mes, nuestros lectores leen más de 45 millones de páginas.
Casi 4 millones de personas siguen las páginas de Aleteia en las redes sociales.
600 mil personas reciben diariamente nuestra newsletter.
Cada mes publicamos 2.450 artículos y unos 40 vídeos.
Todo este trabajo es realizado por 60 personas a tiempo completo y unos 400 colaboradores (escritores, periodistas, traductores, fotógrafos…).
Como usted puede imaginar, detrás de estos números se esconde un esfuerzo muy grande. Necesitamos su apoyo para seguir ofreciendo este servicio de evangelización para cada persona, sin importar el país en el que viven o el dinero que tienen. Ofrecer su contribución, por más pequeña que sea, lleva solo un minuto.