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¿Qué relación hay entre ir misa y ser salvado por Cristo?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 21/08/16

Es como si cada uno de nosotros se teletransportara al pasado y presenciara personalmente el sacrificio redentor al pie de la cruz

“Nuestro Salvador en la última cena… instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos… el sacrificio de la cruz, confiando de este modo a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” (Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium SC 47).

El sacrificio eucarístico es pues un memorial real, objetivo y actual del sacrificio de Cristo en la cruz. Por consiguiente la Iglesia, al celebrar este memorial, participa de la entrega sacrificial de Cristo.

Cuando Jesús dice a sus discípulos: “Haced esto en conmemoración mía”, les está diciendo que deben hacer junto a Él exactamente lo mismo que Él hizo. Este es el significado de la expresión conmemoración: hacer memoria con… ¿Con quién? Con Jesús, obviamente, presente.

Jesús no les dijo a los apóstoles, por ejemplo, recuérdenme haciendo esto o aquello o hagan esto para recordar esta cena, etc.; les dijo, en otras palabras, haced esto conmigo.

Y los apóstoles y sus sucesores (los obispos) al hacer lo que indicó Jesús hacen actual el sacrificio redentor, con Jesús presente.

Por esto el memorial expresa dos cosas:

A. La realidad de un acontecimiento sacrificial.
B. La actualización objetiva, aunque incruenta, del mismo sacrificio. No es que el sacrificio histórico de Cristo se repita infinidad de veces pero sí que se hace presente, hace sentir su efecto aquí y ahora involucrándonos y, de consecuencia, comprometiéndonos a todos.

Es como si cada uno de nosotros se teletransportara al pasado y presenciara personalmente el sacrificio redentor al pie de la cruz.

El sacrificio de Cristo que se realizó históricamente una sola vez, encuentra pues en la eucaristía su memorial y a través de ella se hace tangible para nosotros.

Se dice que la misa es un memorial porque hace vivo y real entre nosotros, el acontecimiento salvífico de la nueva y eterna alianza.

Jesús instituyó el sacrificio eucarístico con sus palabras: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía” (1 Cor 11, 24).

Y Jesús al mandar a sus apóstoles que hiciesen lo mismo, no solamente les dio la orden de hacer algo sino que también les dio, consecuente, el poder de hacer lo que Él mismo hacía allí en el Cenáculo.

De las palabras de Cristo con respecto a su sangre hay que resaltar cuatro cosas:

  1. Es una sangre que, en lugar de ser asperjada de manera indiscriminada, tiene que ser recibida a nivel personal en la vida interior.
  2. Su sangre es la sangre de una alianza nueva; de una alianza que es eterna.
  3. Es una sangre derramada u ofrecida a favor de todos los hombres.
  4. Su sangre tiene fin expiatorio.

Para entender más a fondo estas cuatro verdades hay que volver la mirada a la tradición bíblica con respecto a los sacrificios.

En la tradición bíblica se distinguen tres tipos de sacrificio: el sacrificio expiatorio, el holocausto y el sacrificio de comunión.

Estas diversas maneras de ofrecer sacrificios en el mundo hebreo ayudan a entender el sentido del sacrificio de Cristo.

En el sacrificio expiatorio se da una gran importancia a la sangre. La sangre era vista como la base de la vida, como la vida misma de la víctima o el alma de la víctima (Lv 17,11). Con esta sangre se hacían varias aspersiones.

El sacrificio de Cristo es expiación por los pecados, lo mismo que la sangre en los sacrificios de la ley antigua, con la diferencia de que la víctima de la nueva alianza la pone Dios, es Dios mismo, y no se necesitan más sacrificios.

El sacrificio de Cristo trasciende todas las categorías de los sacrificios antiguos: realiza el sacrificio de expiación, la plenitud espiritual del holocausto y el sacrificio de comunión.

La Carta a los Hebreos se sirve precisamente del ritual prescrito en el capítulo 16 del Levítico en el día de la expiación para explicar el sacrificio de Jesús: “Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Hb 9, 11-12).

Y así como en el rito veterotestamentario la sangre de la víctima no era derramada para aplacar la venganza de Dios, sino que tenía la función de restablecer la comunión de vida entre Dios y su pueblo, de la misma manera pasa con la sangre de Cristo.

Cristo no fue inmolado ni para aplacar una supuesta ira de Dios, ni su sangre fue derramada u ofrecida en castigo por nuestros pecados, sino para perdonarlos, para abrirnos las puertas de la salvación.

Y el perdón que nos consiguió Cristo se realizó ‘de una vez para siempre’, ya que su sacrificio es perfecto.

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