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Nunca apagues la luz: historia de fantasmas al uso sin demasiadas novedades

Ramón Monedero - publicado el 20/08/16

Un correcto ejercicio de terror que juega a dar miedo en la oscuridad donde nuestros temores siempre han sido los mismos

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El escritor americano Howard Phillip Lovecraft dijo aquello de que el temor más intenso era el miedo a lo desconocido y puede que no haya mejor forma de concretar ese miedo que en la oscuridad. Nunca apagues la luz parte de una idea visual resultona, el problema es que no parte de un argumento, eso vino después.

El concepto a partir del cual se articula el film de David F. Sanberg se basa en un curioso efecto óptico en el que cuando apagamos la luz vemos una silueta al final del pasillo y cuando la encendemos no hay nada. Simple, pero efectiva, sin corte, en el mismo plano. Este era el planteamiento de su cortometraje Lights Out, un escalofriante relato de tres minutos escasos capaz de ponerle los pelos de punta al más curtido de los amantes al género que ha dado pie al largometraje que nos ocupa, apadrinado por James Wan, el director de Expediente Warren.

El problema, cuando la casa se empieza por el tejado es que buscar una estructura dramática y narrativa que justifique el citado efecto es a veces muy complicado. Es cierto, todo hay que decirlo, que Sanberg (ayudado por Eric Heisserer) se las ha ingeniado para buscarse una excusa lo suficientemente novedosa como para no tener la sensación de que estamos viendo punto por punto, otra película de fantasmas y al mismo tiempo lo necesariamente verosímil como para encajar sin rechinar en la trama. Aquí, el fantasma en cuestión no habita dentro de cuatro paredes malditas sino dentro de una mente atormentada esclava de una horrible maldición.

Así las cosas, el largometraje de Sanberg funciona como historia de fantasmas al uso sin demasiadas novedades, no sea que el respetable vaya a perder el hilo al mismo tiempo que centra su atención en el ser humano como recipiente idóneo en el que anidar el bien, pero también el mal. Bien es verdad que planteamientos similares ya habíamos visto, con sus necesarias variantes, en películas como El exorcista o Insidious, pero no es menos cierto que como divertimento terrorífico ejemplar para el verano Nunca apagues la luz sobresale sensiblemente.

La presencia de Wan en la producción y de Maria Bello en el papel más complicado de la trama sin duda han jugado a favor para que el film de Sandberg no se ahogue en el mar de la mediocridad del género. Directa al grano, solo hora y veinte de metraje, Nunca apagues la luz no pierde demasiado tiempo en explicar personajes bidimensionales ni en razonar la naturaleza de un mal que ha sido puesto ahí únicamente para dar juego visual a una historia de miedo entretenida que tampoco aspiraba a mucho más.

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