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Ben-Hur: Un relato de Cristo, un relato de gracia

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Robert Barron - publicado el 19/08/16

La mayor diferencia de la nueva película con el Ben-Hur de Charlton Heston

La novela del siglo XIX de Lew Wallace, Ben-Hur, inspiró dos películas mudas en las primeras décadas del siglo XX y la magnífica película de 1959 protagonizada por Charlton Heston.

Casi todo el mundo coincide en que Heston había nacido para interpretar ese papel y la escena de la carrera de cuadrigas, en el clímax de drama y emoción de la película, quedará para siempre grabada en la retina de los espectadores.

Roma Downey y Mark Burnett han producido una nueva ejemplificación de la historia, una elegante versión del filme de 1959.

Como su predecesora, presenta a un actor carismático (Jack Huston) en el papel de Ben-Hur, rebosa magnificencia visual y, por supuesto, incluye una impresionante carrera de caballos, representada en esta ocasión con la tecnología de filmación más actual y con un gran virtuosismo en imagen generada por ordenador.

Pero la mayor diferencia con el Ben-Hur de Heston es su mayor énfasis en el extraño poder de Cristo para generar perdón; un énfasis, debo decir, muy necesario en el contexto cultural actual.

Supongo que la mayoría de nosotros ya conoce bastante bien la historia en general. Judá Ben-Hur es un noble judío que vive con su familia aristócrata en su elegante hogar en la Jerusalén ocupada por los romanos en tiempos de Cristo.

Mesala es un joven romano adoptado por la familia Ben-Hur y que ha pasado a ser como un hermano para Judá. En la versión más reciente, Mesala es soldado romano de profesión y combate para el imperio en los puestos avanzados más remotos.

A su regreso, se reúne con su familia, pero como parece ser que han estado dando cobijo a un enemigo zelote del imperio, se vuelve contra ellos violentamente, manda a prisión a la mayoría y sentencia a Judá a una vida de infierno como galeote, un esclavo que rema en las galeras.

Después de cinco atroces años encadenado a los remos de navíos imperiales, Judá ha cultivado un porfiado odio hacia Mesala y un apasionado deseo de venganza.

Tras una terrible batalla marítima, Judá escapa de sus grilletes y queda a la deriva, hasta que lo encuentra Sheik Ilderim (Morgan Freeman), un mercader pudiente que también trabaja como patrocinador de un gran equipo de cuadrigas.

Tras entrenar al antiguo galeote en el buen arte de las cuadrigas, Sheik ayudará a Judá preparando un enfrentamiento con Mesala en el estadio de Jerusalén.

Precisamente en este punto álgido de la película empiezan a emerger las mayores diferencias entre el remake y la versión de Heston.

En ambas películas, por supuesto, Judá consigue, tras un esfuerzo titánico, derrotar a Mesala y, también en ambas películas, Mesala sufre a una terrible herida.

Pero cuando en la antigua versión el romano moría, tras pronunciar unas últimas palabras de odio y frustración, ahora Judá perdona a su hermano y los dos se aceptan de nuevo.

Es más, Mesala sobrevive a sus heridas y en la escena final aparecen los otrora enemigos mortales cabalgando juntos en amistad.

Así que, ¿qué hizo posible esta reconciliación? ¿Cómo puede siquiera imaginarse que alguien que fue tan cruelmente maltratado pudiera volver a ser amigo del hombre que lo agredió?

Si hay algo que la historia nos ha enseñado sobre el conflicto humano es la lex talionis, la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, la calculada respuesta al dolor con otro dolor comparable es en realidad lo mejor que cabría esperar.

En el transcurso normal de los acontecimientos, la injusticia y la violencia, de hecho, reciben una injusticia y una violencia desproporcionadamente mayor. Para ver estas dinámicas funcionando en la vida real, no hay más que leer el periódico y ver el telediario cualquier día de la semana.

Entonces, ¿es posible que la reconciliación de Judá y Mesala no sea más que una fantasía sentimentaloide y lisonjera?

Llegados a este punto, es imperativo que recordemos que todas las películas de Ben-Hur están basadas en un libro cuyo subtítulo [a menudo omitido en algunas ediciones] es “A Tale of the Christ”, es decir, “Un relato del Cristo”.

Aunque Jesús aparezca en pocas escenas en la película, Él es de hecho la clave de todo el drama. Tras haber conocido a Jesús de forma apresurada antes de su exilio y esclavización, Judá, de vuelta en Jerusalén, es llevado al lugar de la crucifixión.

Contempla al Cristo crucificado, pronunciando palabras de perdón mientras es torturado hasta la muerte. Entonces Judá entiende algo en su corazón y arroja una piedra (símbolo de su venganza) que había estado apretando en su puño.

Comprende que está contemplando el mismo centro del cristianismo, es decir, el terrible acto por el que Dios asumió en sí mismo la crueldad, la violencia, la injusticia, el odio y la estupidez del mundo para luego, tras un amargo esfuerzo, tragarlo todo en el acto de misericordia más grande que se haya visto.

Judá comprendió el perdón de Dios de los pecados de toda la humanidad y de este modo encontró la gracia para convertirse en un vehículo de perdón para aquel que le había herido tan terriblemente: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Desde un punto de vista puramente humano, este tipo de perdón es imposible; pero con Dios todo es posible. Relatar una historia de Cristo es relatar una historia de gracia.

Esto, en mi opinión, es lo que Roma Downey y Mark Burnett, que han emergido como dos de los evangelistas más efectivos del mundo de hoy, querían hacernos ver en esta revisión de Ben-Hur.

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