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Por qué el mundo recuerda a Vanderlei Cordero y no a los ganadores de oros

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Francisco Vêneto - publicado el 10/08/16

Reflexiones de un católico brasileño a un ex-sacerdote irlandés

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Uno de los momentos más significativos de los Juegos Olímpicos de 2016 fue presenciado por 3.000 millones de personas de todo el planeta al final de la ceremonia de abertura, en el estadio de Maracaná: la antorcha olímpica, una sorpresa estéticamente preciosa, fue encendida de forma aún más sorprendente por Vanderlei Cordeiro de Lima.

Este atleta lideraba el maratón de los Juegos de Atenas, en 2004, cuando fue agarrado por el ex-sacerdote irlandés Neil Horan. Vanderlei, que contaba con una ventaja de 150 metros al frente del segundo en la carrera, perdió el ritmo tras el ataque y terminó la prueba con medalla de bronce.

En ese momento, el corredor declaró humildemente que no guardaba rencor al agresor: “A lo mejor Dios me puso a este hombre en el camino para ver lo que podía hacer y hacerme saber lo difícil que es ganar una medalla olímpica”

Meses después, el Comité Olímpico le concedió la honrosa Medalla Pierre de Coubertin por el ejemplar espíritu deportivo con que afrontó el lamentable incidente.

En cuanto al ex-sacerdote Neil Horan, apartado por la Iglesia desde finales de la década de los 90 por problemas psicológicos, se sabe que pasó dos meses preso a consecuencia del episodio y también tuvo que responder, algún tiempo después, por acusaciones de abusos a menores.

Hoy, con 69 años de edad, Neil Horan sigue intentando usar eventos públicos para llamar la atención del mundo hacia sus alardes fanáticos sobre la vuelta de Jesucristo a la Tierra, evento del cual se considera profeta.

Al día siguiente a la apertura de las Olimpiadas de Rio de Janeiro, Neil Horan dio una entrevista al diario New York Times diciendo que se “irritó” al ver a Vanderlei Cordeiro de Lima encendiendo la antorcha olímpica. De modo chocante, afirmó que él es el responsable de la fama del atleta: “Miro a Vanderlei y pienso ‘No estaría ni cerca de ser una estrella si no fuera por mi’”.

Cuando leí esta declaración, tuve sentimientos involuntarios nada cristianos hacia Neil Horan y los vi tomar forma en los adjetivos impublicables que mentalmente le dediqué. Después, procurando controlar mis instintos, concluí que, a decir verdad, el ex-sacerdote tiene una considerable dosis de razón en su valoración sobre la actual “celebridad” de Vanderlei.

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Yo, de hecho, no me acuerdo del nombre del maratonista que acabó llevando la medalla de oro en Atenas. Ni del nombre del vencedor en Pekín, ni del ganador en Londres. Creo, además, que la gran mayoría de la gente no se acordarán del nombre de la décima parte de los medallistas de esta Olimpíada al día siguiente de su clausura.

En su carta a los atletas, publicada en vísperas de los actuales Juegos Olímpicos, el Papa Francisco dijo esperar que las Olimpíadas de Rio de Janeiro inspiren a atletas y espectadores a “combatir el buen combate“, conforme a la expresión de San Pablo, y a buscar como premio “no una medalla“, sino “algo más precioso: una civilización en la que reine la solidaridad, fundada sobre el reconocimiento de que todos somos miembros de una única familia“.

A fin de cuentas, la inmensa mayoría de la gente olvida la inmensa mayoría de los ganadores de medallas, pero su corazón preserva, en algún lugar, aunque sea inconscientemente, el impacto de los valores mucho más profundos que coronan a los verdaderos vencedores en la vida.

Por eso, Neil Horan, para mí, usted tiene una considerable dosis de razón al declarar que Vanderlei Cordeiro de Lima “no estaría ni cerca de ser una estrella” si no fuese por usted.

Si no fuese por usted, Neil Horan, Vanderlei muy probablemente habría ganado esa medalla de oro, pero muchos de nosotros hoy no recordaríamos su nombre, igual que no recordamos el de usted.

Si no fuese por usted, Neil Horan, Vanderlei muy probablemente no habría tenido la oportunidad, en ese maratón, de mostrar al mundo una nobleza de carácter y un espíritu olímpico raramente vistos en el coliseo mediático y mercadológico a que se reduce en nuestro tiempo la grandeza del deporte.

Si no fuese por usted, Neil Horan, muy probablemente no tendríamos un recuerdo tan punzante de que, en la vida de un verdadero ganador, la recompensa auténtica jamás vendrá en la forma de un objeto material colgado del cuello.

Que su pobreza de espíritu, Neil Horan, encuentre riqueza en Vanderlei Cordeiro de Lima. Que su “irritación”, Neil Horan, al verlo reconocido como mucho más que un mero ganador de la medalla de oro, dé lugar a una evaluación de sus propios valores.

Que usted, Neil Horan, pueda un día ser recordado por su nombre y por algo bueno que haya hecho, y no por algo que usted un día fue y ya no es: el “ex-sacerdote irlandés”, de nombre desconocido, que empujó a Vanderlei Cordeiro de Lima en el maratón olímpico de 2004. Y que su mente, Neil Horan, encuentre finalmente la paz.

Que Dios le bendiga.

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