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Papa: Quien practica la misericordia no tiene miedo a la muerte

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Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 29/07/16

JMJ 2016, Francisco visita el Hospital Pediátrico Universitario de Prokocim

“Cómo quisiera que, como cristianos, fuésemos capaces de estar al lado de los enfermos como Jesús, con el silencio, con una caricia, con la oración”, dijo el papa Francisco ante medio centenar de niños enfermos este viernes 29 de julio en ocasión de su viaje apostólico en Polonia para la Jornada Mundial de la Juventud.

Tras la visita a Auschwitz y Birkenau, el papa Francisco se trasladó a Prokocim, donde visitó el Hospital Pediátrico Universitario, uno de los más importantes de Polonia, en el que se atiende a 30.000 pacientes internados y 200.000 niños con tratamientos ambulatorios por año.

En su tercer día en Polonia, el papa Francisco saludó uno a uno a cincuenta de los niños enfermos que se encontraban en la sala de recepción del hospital junto con sus padres.

Asimismo, manifestó su deseo “de poder estar un poco cerca de cada niño enfermo, junto a su cama, abrazarlos uno a uno, escuchar por un momento a cada uno de vosotros y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que no existen respuestas inmediatas. Y rezar”.

Servir con amor y ternura a las personas que necesitan ayuda nos hace crecer a todos en humanidad; y nos abre el camino a la vida eterna: quien practica las obras de misericordia, no tiene miedo de la muerte”, dijo el Papa en italiano.

El Pontífice realizó una visita privada a algunas áreas del hospital en la planta baja, acompañado por el director y los padres de algunos niños.

Antes de su tercer y último mensaje desde la ventana del arzobispado, Francisco participará esta noche del Vía Crucis junto a miles de asistentes de la Jornada Mundial de la Juventud.

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:
No podía faltar, en esta mi visita a Cracovia, el encuentro con los pequeños ingresados en este hospital.

Os saludo a todos y agradezco de corazón al Primer Ministro las amables palabras que me ha dirigido. Me gustaría poder estar un poco cerca de cada niño enfermo, junto a su cama, abrazarlos uno a uno, escuchar por un momento a cada uno de vosotros y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que no existen respuestas inmediatas. Y rezar.

El Evangelio nos muestra en repetidas ocasiones al Señor Jesús que encuentra a enfermos, los acoge, y también que va con gusto a encontrarlos. Él siempre se fija en ellos, los mira como una madre mira al hijo que no está bien, siente vibrar dentro de ella la compasión.

Cómo quisiera que, como cristianos, fuésemos capaces de estar al lado de los enfermos como Jesús, con el silencio, con una caricia, con la oración. Nuestra sociedad, por desgracia, está contaminada por la cultura del «descarte», que es lo contrario de la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad.

Sin embargo es hermoso ver que, en este hospital, los más pequeños y necesitados son acogidos y cuidados. Gracias por este signo de amor que nos ofrecéis. Esto es el signo de la verdadera civilización, humana y cristiana: poner en el centro de la atención social y política las personas más desfavorecidas.

A veces, las familias se encuentran solas para hacerse cargo de ellos. ¿Qué hacer? Desde este lugar, donde se ve el amor concreto, diría: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas por el amor cristiano, el amor a Jesús crucificado, a la carne de Cristo.

Servir con amor y ternura a las personas que necesitan ayuda nos hace crecer a todos en humanidad; y nos abre el camino a la vida eterna: quien practica las obras de misericordia, no tiene miedo de la muerte.

Animo a todos los que han hecho de la invitación evangélica a “visitar a los enfermos” una opción personal de vida: médicos, enfermeros, todos los trabajadores de la salud, así como los capellanes y voluntarios.

Que el Señor os ayude a realizar bien vuestro trabajo, en este como en cualquier otro hospital del mundo. Y os recompense dándoos paz interior y un corazón siempre capaz de ternura.

Gracias a todos por este encuentro. Os llevo conmigo en el afecto y la oración. Y también vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

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