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Jesús, el gran ejemplo de liderazgo

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Adenilton Turquete - publicado el 25/07/16

Cómo se transmite el cristianismo

El tema del liderazgo ha recibido una gran atención en los últimos años. La Iglesia del Señor Jesús necesita urgentemente líderes irreprensibles con el corazón según el corazón del mismo Dios.

El liderazgo marca la diferencia, una grande, porque ofrece dirección, modela el carácter y crea oportunidades.

Los efectos del liderazgo comienzan en el nacimiento, pero no dejan de existir con la muerte.

Aquellos a los que Dios elige para guiar tienen privilegios y responsabilidades. Su influencia sobre otras personas les distingue de los seguidores.

El liderazgo de alta calidad está entre los tesoros más preciosos de cualquier comunidad y organización. El liderazgo de baja calidad, al contrario, produce unas carencias trágicas y una frustración caótica.

Los líderes de Dios (y para Dios) son siempre pocos.

Nuestro mundo busca líderes. Está buscando alguno que tenga una visión y pueda ejercer firmemente una influencia especial para llevar a la Iglesia, o a un país entero al conocimiento de la salvación.

Comenzar con pocos

Todo tiene un comienzo, y en este caso se verificó cuando Jesús llamó a algunos hombres y les invitó a seguirle. No mostró preocupación por proyectos especiales para alcanzar grandes metas, sino que se concentraba en las personas.

Antes de ser famoso para el gran público, Jesús reunió a un grupo selecto de hombres. Personas que fuesen capaces de seguir con su obra después de su retorno al Padre.

Juan y Andrés fueron los primeros convocados. Andrés llevó después a su hermano Pedro (Jn 1, 41-42). El día después, Jesús se encontró con Felipe en el camino a Galilea, y este, a su vez, a Natanael (Jn, 1, 43-51).

Santiago, hermano de Juan, no es mencionado como miembro del grupo hasta que los cuatro pescadores son convocados de nuevo, muchos meses, después en el mar de Galilea (Mc 1,19; Mt 4,21).

Justo después, pasando por la ciudad de Cafarnaúm, el Maestro propone a Mateo que lo siga (Mc 2, 13-14; Mt 9,9; Lc 5, 27-28).

La llamada de los demás apóstoles no está registrada en los Evangelios, pero se cree que sucedió en el primer año del ministerio de nuestro Señor.

Esos pocos pioneros convertidos estaban destinados a convertirse en los líderes de la Iglesia del Señor. Fueron ellos los que llevaron el Evangelio a todo el mundo. Sus vidas tienen un significado que durará por toda la eternidad.

El aspecto más interesante sobre este grupo de hombres es que al inicio de todo ninguno de ellos era importante. Nadie ocupaba un lugar destacado en la sinagoga, ninguno pertenecía al cuerpo sacerdotal levita.

La mayoría de ellos eran trabajadores comunes, y probablemente ninguno de ellos tenía los conocimientos necesarios para hacer algo que no fuera de su profesión.

Quizás algunos pertenecían a familias bien colocadas, como los hijos de Zebedeo, pero ninguno de ellos era rico. No tenían formación académica en las artes y la filosofía de la época.

Como el Maestro, la educación formal que habían recibido consistía en lo poco que se aprendía en las escuelas de las sinagogas.

Muchos habían crecido en la zona más pobre de Galilea. Aparentemente, el único de los doce que creció en una zona más rica fue Judas Iscariote.

Es difícil comprender que Jesús eligiese a personas de ese tipo. Eran hombres impulsivos, temperamentales, que se enfadaban fácilmente y eran víctimas de los prejuicios del contexto en el que vivían.

En resumen, los hombres elegidos por el Señor para ser sus “asistentes” representaban el perfil medio de la sociedad de la época. No eran personas de las que se pudiese esperar que ganarían el mundo para Cristo.

No obstante, Jesús vio en esos hombres sencillos el potencial de líderes para el Reino. No tenían “instrucción ninguna” según los estándares del mundo (Hch 4,13), pero tenían la capacidad de aprender.

También se equivocaban en sus propios juicios y eran lentos en la comprensión de las cuestiones espirituales, eran honestos, admitían con presteza sus limitaciones.

Su comportamiento podría ser poco educado y sus capacidades pocas, pero excepto el traidor, todos tenían un gran corazón.

Quizás el hecho más significativo era la gran ansia de Dios y de las cosas divinas que sentían.

La superficialidad de la vida religiosa del contexto en el que vivían no eliminó la esperanza que tenían en la Venida del Mesías (Jn 1, 41, 45,49; 6,69). Estaban cansados de la hipocresía de los aristócratas legalistas.

Algunos se habían unido al movimiento de “revitalización” de Juan el Bautista (Jn 1,35). Estos hombres buscaban alguien que les guiase en el camino de salvación.

Gente de ese tipo, dispuesta a dejarse modelar por las manos del Maestro, habría podido ganarse una nueva imagen. Jesús puede elegir al que lo desee.

Una de las lecciones que Jesús deja es que no debemos iniciar con un gran número, ni siquiera esperarlo. El mejor trabajo de formación será siempre desarrollado solo con pocos.

No importa cuán pequeño o tímido pueda parecer el comienzo. Lo que importa es que aquellos a los que demos prioridad aprendan a transmitirla a otros.

Nadie debe considerarse infravalorado, porque cada uno tiene un potencial importante para Dios.

Permaneciendo unidos

El único modo realista de obtener éxito en un proyecto es hacer que los líderes y los miembros estén unidos, es decir un trabajo de unidad de la Iglesia, todos con el mismo propósito.

Y así la evangelización será considerada como un estilo de vida y no como una norma religiosa.

Podemos inspirarnos en el caso de los primeros discípulos de la era cristiana. Entregaron el Evangelio a las multitudes, pero por todo el tiempo se afanaron en la construcción de la comunión de los creyentes.

Los Apóstoles, siguiendo el ejemplo del Maestro, formaban a hombres que reproducían su ministerio hasta los confines de la Tierra.

El Libros de los Hechos de los Apóstoles, en realidad, es solo una descripción de la vida de la Iglesia en crecimiento, de los principios de la evangelización que nos han recogido siglos después y que continuarán hasta la venida del Señor.

La evangelización no es un hecho que va a través de las cosas, sino a través de personas. Se trata de una expresión del amor de Dios, y Dios es una persona.

Ya que la naturaleza de Dios es personal, puede expresarse solo a través de una personalidad, que al principio se reveló en la persona de Cristo y que ahora se expresa a través del Espíritu Santo, en la vida de los que se someten voluntariamente a Él.

Las comisiones pueden ayudar a organizar y a dirigir los esfuerzos evangelizadores y con esta finalidad son absolutamente necesarias pero el trabajo solo puede ser desarrollado por hombres que ganan a otros para Cristo.

Debemos poner especial atención a no “vender” un producto. Lo que ofrecemos no es algo comercial, sino la vida eterna. Hay un peligro muy alto y grave en las ofertas que hacemos en nombre de la evangelización: no estamos aquí para prometer, sino para mantener las promesas.

Debemos ser obedientes a la voz de Dios y guiarnos por el Espíritu Santo. Somos embajadores del Reino de Dios, debemos presentarlo, y a quien acepta formar parte todas estas cosas “se les darán por añadidura”.

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