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Bienvenido a Chai Town: la importancia del té para los refugiados

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AFP

Edward Mulholland - publicado el 24/07/16

Lo que burbujea en la gran olla no es sólo el té, sino la importancia ser humanos juntos, aun en un lugar difícil

Hay una señal de madera improvisada cerca de la entrada del campamento que pone “Plaza Kara Tepe”.

Cuando llegué por primera vez, casi parecía una broma de humor negro, fingiendo que aquella acumulación de unidades de viviendas podía ser una ciudad, que aquella colección de vidas interrumpidas era algo más que un grupo de individuos meciéndose al son de un mar de aislamiento, como en las toscas embarcaciones que los trajeron aquí.

Entonces me vino a la mente una escena de La lista de Schindler:

Después de que acorralaran a los judíos de Cracovia dentro del gueto, y justo antes de que vaciaran el gueto y los mandaran al campo de concentración, hay una escena en la que varios personajes se calientan alrededor de un fuego callejero, en un raro día de tranquilidad. “Hoy nadie me ordenó subir a un camión”, comenta un anciano, “Nadie me robó mis negocios”.

Y luego incluso bromean sobre su miseria, y le recuerdan al anciano que ya no le quedan negocios de donde robar.

Uno de los hombres, que había sido profesor universitario, constata: “Hoy hasta tuve tiempo de organizar mis ideas, no sé cuándo fue la última vez que lo hice”, a lo que otro añade: “¿Y cuándo fue la última vez que hicimos esto?”, en referencia al mero hecho de disfrutar de la compañía de otros seres humanos, de vivir juntos, compartiendo conscientemente un camino común. En una palabra: comunidad.

Todos los residentes de Kara Tepe tienen su propia y única historia. Para bien o para mal, todos están atrapados en una animación suspendida durante un periodo de tiempo indeterminado dentro de este campo.

Vienen de diferentes grupos étnicos y diferentes países, con diferentes lenguas. Sin la pretensión de decir que el campamento logre ser algún dichoso remanso de paz, sí puedo decir con sinceridad que han conseguido construir un espíritu de comunidad.

Y en gran parte gracias al té

La Agencia de apoyo humanitario HSA ya no estará al cargo de la distribución de alimentos, desde hoy mismo cuando escribo estas palabras.

Espero que le vaya bien a la otra ONG que toma el relevo. Aunque escuché al fundador de la HSA, Fred Morlet, que comentaba: “Pero no podemos parar el chai, el chai es fundamental…”. Chai es la palabra árabe para té.

Justo al lado de la señal de Plaza Kara Tepe y delante del contenedor blanco para la distribución de ropa hay una pileta y una zona sombreada por un toldo (instalado la semana pasada).

Aquí, todas las mañanas, traen una bombona enorme de gas propano y el fuego que se enciende con ella alumbra una formidable olla de unos 60 o 70 litros.

Una vez hervida el agua, se reserva un poco para los que quieren el chai sin azúcar (una minoría, claro) y luego se añaden 2 kilos de azúcar y se deja hervir un poco más, hasta que arrojan dentro un fardo de 30 bolsas de té Lipton. Dentro de poco será chai time.

El chai se sirve desde las 9:30 am hasta pasada la medianoche, en cuatro o cinco tandas al día. Para poder recibir chai, hay que venir con una taza autorizada de la HSA.

Hay que tener más de 12 años para beber el chai (no tengo muy claro por qué; es una regulación de ACNUR y probablemente tiene algo que ver con que no es deseable tener niños pequeños corriendo por ahí con líquidos calientes) y hay un límite de 2 tazas (aunque si te alejas, llenas un termo y luego vuelves con dos tazas vacías, no has incumplido las normas).

Sin embargo, lo que burbujea en esa olla es mucho más que un dulce y caliente té. Es una oportunidad para saludar a los demás, para interactuar.

También está cerca de unos bancos donde otra ONG, Samaritan’s Purse, tiene un cable alargador para que la gente cargue el teléfono, así que siempre hay personas pululando por allí.

Hace tres noches que estoy con el turno de noche, y el chai es esencial pasado el crepúsculo. Una vez cae el sol y el ambiente se apacigua, la gente da paseos, charla, ríe, y la pasada noche había baile y jarana cerca de una de las puertas de seguridad.

Allí descubres cuantísimos residentes ya se han aprendido tu nombre. Allí vienen las niñas preadolescentes a darte la mano y decirte “¡hasta mañana!”, para luego salir corriendo con la risa de la edad del pavo.

Allí haces las mismas bromas que el día anterior y aun así todos se desternillan.

Allí los voluntarios del turno de noche pueden tener conversaciones profundas sobre qué les motiva a hacer lo que hacen, y también es donde diseccionamos el reciente golpe de Estado en Turquía.

Allí los niños tratan de enseñarte frases en árabe y luego alguien te dice el equivalente en farsi, no sea que aprendas un idioma más rápido que el otro. Allí tanto residentes como voluntarios bromeamos con lo aburrido de la comida (“¡Bamia [quimbombó] no bueno!”).

Allí es también donde Amina vigila la elaboración del chai y donde hace ganchillo. Últimamente sonríe mucho más. Le dije que averigüé su edad por un vídeo de la BBC y que, como es tres años más joven que yo, es mi hermanita. Ahora me saluda con un “hola, hermano mayor”.

Sí, el chai es fundamental. Porque hacer comunidad es fundamental, porque incluso en medio de tanto sufrimiento e inseguridad tenemos una necesidad profundamente humana de compartir la vida juntos, de reír y llorar juntos.

Es diferente alimentar a los animales y proteger a las plantas con mallas. Nuestra distribución de ropa y alimentos no es ayuda humanitaria hasta que conseguimos apuntalar el sentimiento de comunidad en el campamento.

Ayer, antes del último servicio de cena de la HSA, y con un humor muy distendido, ofrecí mi silla a Amina, que la rechazó porque “tú eres el hermano mayor”. Yo insistí, “pero tú eres la Reina del Chai”.

Hice señas a Brian Germaine, el otro voluntario estadounidense, flanqueamos a Amina y empezamos a abanicarla con nuestros gorros. El voluntario suizo Janos Winkler siguió la broma y se arrodilló ante Amina para pedirle el honor de comer con él.

Todos alrededor se mondaban de risa y Amina reía demasiado como para avergonzarse lo más mínimo.

Confío, y rezo por ello, en que estas gentes no guarden recuerdos de las preocupaciones ni del aburrimiento ni de las pésimas condiciones en que viven, sino de los momentos de comunidad, cuando Kara Tepe dejó de ser por un instante un campo de refugiados para convertirse en Chai Town.

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