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Los cristianos iraníes, en el corazón de la república islámica

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Sebastiano Caputo - publicado el 16/06/16

Lejos de los prejuicios, los fieles a Cristo forman parte integrante de la sociedad

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Isfahán, Irán. El día acaba de despertar. En la plaza central de Jolfa, el barrio donde viven los armenios, de confesión cristiana, un pequeño grupo de ancianos se reúne desde ya temprano. Sentados sobre los bancos o contra las paredes, a la sombra de los pinos que les protegen del calor, hablan de todo y de nada.

Cerca de allí, el ritmo de vida transcurre apaciblemente. Los estudiantes se dirigen a pie hacia la universidad de Historia del arte, situada a unos pocos centenares de metros de allí, mientras que los comerciantes abren sus tiendas y los obreros retoman el trabajo.

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© Sebastiano Caputo

Los edificios color ocre de terracota, fusionados con el pavimento adoquinado, bajo el dominio de los campanarios de las iglesias, dan al panorama un cierto aire de ciudad medieval de Occidente. Sin embargo, estamos en Irán.

Una mujer cubierta con un fular reprimiendo a su hija en farsi elimina los restos de duda. “¡Ani! ¡Ani! ¡Ven aquí!”, le grita.

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© Sebastiano Caputo

Rosario y tasbih

Jolfa se convirtió en un barrio armenio cuando los supervivientes del genocidio de principios del siglo XX aceptaron la mano que les tendieron los hermanos que habitaban en la región desde la noche de los tiempos.

Con el paso del tiempo, la integración hizo efecto, la comunidad se “iranizó” para convertirse finalmente en un lugar de coexistencia pacífica entre cristianos y chiíes. En la calle, los hombres caminan de la mano, como es costumbre en Oriente; hay uno que sostiene un rosario, el otro, un tasbih islámico.

Las mezquitas, también, conviven en plena armonía con los edificios cristianos, como la catedral de San Salvador, también conocida como catedral de Vank, y las doce iglesias vecinas.

Es viernes, día de oración para todas las religiones, y nosotros nos desplazamos hasta Santa Catalina, para reunirnos allí con los fieles cristianos.

La arquitectura de la iglesia, con su techo abovedado, recuerda al estilo oriental de las mezquitas islámicas. Antes de entrar en el lugar de culto, el portero nos invita a descalzarnos, un signo más de la proximidad que reina entre el islam y el cristianismo.

“Cuando dos religiones han vivido juntas y se han respetado durante siglos, es inevitable que las costumbres se intercambien”, señala un anciano mientras abre la puerta que deja escapar cantos y aclamaciones.

“Hoy es un día de fiesta para nuestra comunidad. ¡Vengan a beber un té caliente!”. El interior revela unos muros altos con arcos persas decorados por entero con pinturas al óleo. Aquí, las geometrías orientales se mezclan por doquier con la iconografía bíblica.

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© Sebastiano Caputo

La pequeña iglesia fue construida según el estilo de la catedral de Vank, madre de todos los lugares de culto cristianos de Jolfa. Ésta última, por su parte, fue construida en 1655 por los armenios que llegaron las la guerra que enfrentó al Imperio safávida con el Imperio otomano.

El clero chií surgido de la Revolución islámica de 1979 no suprimió nada; en realidad, más bien lo ha protegido, considerándolo parte integrante de su milenaria herencia étnica, cultural y espiritual.

En la misma Constitución (art. 13), el Gobierno firmó el reconocimiento de la presencia de tres religiones minoritarias (cristianismo, judaísmo y zoroastrismo), proclamando así la libertad de religión y otros derechos fundamentales.

Nos sentimos iraníes

De esta forma, los cerca de 350.000 cristianos que viven en Irán son reconocidos ante la ley y tolerados en público, aunque con algunas condiciones, como la prohibición de evangelizar.

En cualquier caso, las campanas y las cruces están a la vista de todos en el espacio público, y no solamente en Isfahán, como así atestigua la catedral de San Sarkis, situada en el centro de la capital, Teherán, donde nos encontramos ahora.

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© Sebastiano Caputo

Aun desde una distancia de unas cuantas decenas de metros, los cantos religiosos armenios resuenan como manifiesto de la vitalidad espiritual del lugar. Son a causa de los preparativos de un casamiento.

El diácono, bautizado Matevosian, nos llama: quiere que participemos en la celebración. Así que nos presenta al padre Arestagal, un joven consagrado de origen armenio: “Hace siglos que estamos presentes en este país. Por eso nos sentimos iraníes y somos parte integral de toda la sociedad. La relación es buena con los musulmanes, porque no interfieren en nuestras creencias religiosas; de hecho, incluso el Gobierno ha aprobado leyes que nos protegen”, asegura.

Una afirmación tanto más cierta cuanto que la comunidad cristiana de Irán disfruta incluso de representantes en el Majlis [el parlamento iraní, NDLR] desde hace décadas.

En este sentido, el presidente Hassan Rohani ha creado recientemente un ministerio dedicado a las relaciones entre las minorías religiosas y el Gobierno, con el fin de asegurar el futuro de los cristianos de Irán y así perpetuar su presencia en el país.

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