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Cura que convive con encarcelados revela lo peor de ser preso

Barbelés prison

© Pixabay | ErikaWittlieb

Jorge Martínez Lucena - publicado el 05/06/16

José Maria Carod, capellán de una prisión de jóvenes: "Las cárceles españolas no rehabilitan"

El otro día me encontré con el Padre José Mª Carod, capellán de la prisión de jóvenes en Quatre Camins, en La Roca del Vallés (Barcelona, España).

Pertenece a la Orden de la Merced, y es integrante, junto a los padres Cheo -capellán de la cárcel Modelo de Barcelona- y Fermín de la comunidad de mercedarios que lleva adelante el Hogar Mercedario, en el barrio de la Vall d’Hebron de Barcelona, en el que acogen a 10 presos de permiso, en tercer grado o en libertad condicional.

Un edificio amarillento, con todo el aspecto de los bloques de protección oficial de la época de Franco. Llamo al interfono y me abren. Es un piso humilde, de pasillos estrechos.

El padre José Mª está hablando por teléfono. Me invitan a pasar a una sala de estar donde hombres de edades comprendidas entre los setenta y los veinte años están como hipnotizados viendo un aparato de televisión enorme.

Cuando el sacerdote termina su conversación llaman a cenar, apagan la tele y todos se dirigen al comedor. Escuchan la bendición de los alimentos y se sientan. Hay acelgas, hamburguesa y yogurt. Todos devoran la cena a una velocidad tremenda.

Pese a los intentos del padre José Mª por introducirlos en la conversación, por hablar con ellos, todos, a medida que van acabando, recogen su plato y cubiertos y vuelven a la sala de la televisión. Es la final de la Europa League entre el Sevilla y el Liverpool.

Cuando nos quedamos solos, hablamos del sistema penitenciario español y catalán. Lo que este sacerdote cuenta no es nada halagüeño.

En cuanto a los políticos dice: “Aquí mucha democracia y mucha transparencia mientras digas lo que yo pienso”. Aunque aclara: “Yo siempre me meto con el sistema. No voy contra las personas”.

Le comento que, según la Constitución Española, la reclusión de los presos tiene como finalidad su reinserción o resocialización.

Pero él, que conoce bien cómo funcionan las cárceles en nuestro país, afirma: “Las cárceles españolas no rehabilitan. Si alguien se rehabilita en la cárcel es a pesar del sistema, no gracias a él. Todos quedan negativamente tocados por su estancia en prisión.”

Me explica que, “aparte de las drogas, que sí que las hay, y en abundancia, dentro de las prisiones”, la mayor parte de las veces no es que se aplique una violencia física sobre los internos, sino que lo peor es que se les trate como si no tuviesen dignidad, mermando progresivamente su autoestima.

Se pregunta en voz alta: “¿Por qué una persona que ha sido ya juzgada y castigada por el juez vuelve a ser juzgada y castigada “oficialmente” por cada una de las personas que se va encontrando en el sistema penitenciario?”

Y sigue diciendo: “Son automáticamente etiquetados y tratados como ladrones, asesinos, violadores, etc., no como personas. Así no se puede resocializar a nadie. Solo consiguen fijar en sus cabezas que están irremediablemente definidos por el mal que han hecho. La única reeducación que reciben en la prisión se podría llamar “la gran Enciclopedia del auto-lamento”. Solo aprenden, como único remedio para sobrevivir, a quejarse y a dar lástima, una lógica que intentamos quitarles cuando llegan a nuestra casa”.

La Orden de la Merced fue fundada en 1218 por san Pedro Nolasco. Además de los tres votos habituales (pobreza, obediencia y castidad), incorpora otro que consiste en comprometerse a dar la vida por quienes están en peligro de perder la fe.




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Cuando le pregunto por ese cuarto voto, el padre José Mª me dice que ellos siguen haciendo “el voto de caridad o de sangre. Estar en esta casa es dar la vida gota a gota”.

“Vivir con ellos, desde el punto de vista evangélico, es lo más bonito que hay, porque aquí son las 24 h. Cuando estás en casa siempre estás en tensión. Puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Tu puerta siempre está abierta. A veces son gaitas y a veces son mala baba y peleas”.

“El alcohol y la droga están prohibidos en esta casa, pero a veces te llegan bebidos o drogados. Es verdad que no hay sobredosis como en los años ochenta, pero tenemos fracasos. A veces la tensión y la desesperación por tanto fracaso parece ahogarte; y a esto se añade que soy capellán de la cárcel de jóvenes”.

Ni idea de los resultados

En el Hogar mercedario son como David frente a Goliat. Después de los delitos cometidos por estos “chicos” –así les llaman- y de su experiencia en la cárcel, hay mucho que hacer para colaborar en su vuelta a la sociedad.

El padre José María me cuenta que, pese a que les gustaría poder hacer más, solo pueden ser un mínimo colchón para que la re-entrada de estos hombres en el mundo real no sea tan brusca.

Hay mucho que hacer: “Resocializarles es trabajo arduo. Algunos han perdido los hábitos normales, como usar un cuarto de baño, o comer con otros y charlar. No saben cerrar puertas sin dar portazos. Cada uno va a la suya”.

“Desconocen cómo buscar una oficina de empleo, concertar una cita con el INEM. A veces la familia se ha cansado de ellos y les ha abandonado. En ocasiones les ayudamos a volver a contactar con ellos”.

“De hecho, una de las cosas que hacemos padre Cheo, padre Fermín y yo es turnarnos para que siempre haya uno aquí a la hora de comer o cenar, para que comamos juntos y tengan una cierta experiencia de la familia”.

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José Mª Carod Félez

El padre José María me dice que no tienen ni idea de los resultados de su trabajo: “No llevamos una estadística de los que se reinsertan. La alegría nos la dan cuando se independizan, aunque últimamente está muy difícil, porque cada vez hay menos trabajo”.

Una cosa que les ayuda en su labor, me comenta, es tener una parroquia en el barrio: “Desde que nosotros estamos en la parroquia, los chicos ayudan a descargar, a cargar alimentos del Banco de Alimentos, a hacer chapuzas como fontaneros o arreglando persianas en casas de vecinos, etc. Así se integran y eso es muy dignificante.”

Ha sido una charla muy agradable pero se ha hecho tarde y para los padres mercedarios empieza el día a las seis y media de la mañana.

Antes de despedirse me da un paseo por el laberíntico piso, plagado de habitaciones y de pequeñas despensas.

Me despido de todos los sacerdotes, que siguen despiertos, mientras el resto de habitantes de la casa está ya descansando en sus dormitorios respectivos.

De vuelta al coche pienso que el mundo es un poco más justo gracias a estos hombres sencillos, que viven entregando su vida a los preferidos de Dios.

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