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El arrepentimiento del “capellán de la bomba atómica”

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AP

Inma Álvarez - publicado el 28/05/16

George Zabelka bendijo las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki, y pasó el resto de su vida lamentándolo

George Zabelka era un sacerdote católico estadounidense de origen austríaco, y como muchos jóvenes de su generación, se alistó como capellán en defensa de su país durante la segunda guerra mundial. Su misión era la de acompañar espiritualmente a los casi 2000 hombres del Grupo 509, la unidad adiestrada para arrojar la bomba atómica sobre Japón.

No es que Zabelka fuese un militarista (siempre decía a sus fieles que asesinar a civiles a sangre fría no era aceptable), sino que participaba del sentimiento de aquella dura época: Combatir al Eje era una guerra justa, y de alguna forma, el fin justificaba los medios.

Cuando supo que las dos bombas, Little Boy y Fat Man, habían matado a cientos de miles de personas civiles, lo lamentó mucho, pero con todo, sus muchachos habían hecho “lo correcto” para poner fin a aquella guerra de una vez por todas.

Pero las convicciones del padre Zabelka comenzaron a resquebrajarse cuando supo que una de las bombas había sido lanzada sobre Nagasaki, la ciudad más católica de Japón: ¡el joven sacerdote llegó a la conclusión de que había enviado a sus muchachos católicos a asesinar a otros católicos!

“¡No dije nada!”

“Como capellán católico, miré mientras el Boxcar, dirigido por un buen piloto católico de Irlanda, dejó caer la bomba sobre la catedral Urakami en Nagasaki, el centro del catolicismo en Japón. Yo sabía que San Francisco Xavier, hacía unos siglos, había traído la fe católica a Japón. Sabía que en este instante se aniquilaban escuelas, iglesias y órdenes religiosos. Y no dije nada”, lamentaría años después en uno de sus discursos.

Lleno de remordimientos, el joven sacerdote acudió a los hospitales donde miles de víctimas de la bomba agonizaban en medio de terribles dolores. Habló con muchos de los supervivientes. Decidió, por fin, no regresar a Estados Unidos, sino quedarse como capellán en Japón, sirviendo a sus antiguos enemigos.

El resto de su vida, lo dedicó a luchar activamente por la paz, y a alertar al mundo de los peligros de la bomba atómica. En 1984, el ya anciano sacerdote realizó una peregrinación desde Tokio a Hiroshima para pedir perdón a los hibakushas, los supervivientes japoneses de las bombas.

No debí bendecir ese avión

“Como capellán de las Fuerza Aéreas pinté una ametralladora en las manos bondadosas del Jesús no-violento, y después pasé esta imagen perversa al mundo como la verdad. Canté Gloria a Dios y pasé las municiones. Como capellán católico para el Grupo Combinado 509, fui el canal final que comunicó esta imagen fraudulenta de Cristo a la tripulación del Enola Gay y el Boxcar“.

“Todo lo que puedo decir hoy es que me equivoqué. Cristo jamás hubiera sido un instrumento para soltar tal horror sobre su pueblo. Así, ningún seguidor de Cristo puede legítimamente soltar el horror de la guerra sobre el pueblo de Dios. Excusas y explicaciones justificantes no tienen mérito. Todo lo que puedo decir es: ¡Me equivoqué!”, clamaba ardientemente Zabelka en 1985, en una conferencia conservada hoy en la Universidad de Notre-Dame, poco antes de su muerte.

Lee también: Takashi Nagai, el médico católico héroe de Nagasaki

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