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Aumentan los suicidios, ¿qué hacemos?

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Antonio Guillem - Shutterstock

John Burger - publicado el 09/05/16 - actualizado el 22/05/23

Mientras las sociedades pierden coherencia, la fe ofrece comunidad y esperanza

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Aún queda mucho que estudiar en relación al aumento significativo de suicidios. No obstante, un reputado psiquiatra sugiere que la causa podría encontrarse en la ruptura de la cohesión social, la familia y la fe.

El número de suicidios en Estados Unidos se ha disparado un 24 por ciento en 15 años, según afirma el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. en un informe de abril.

El índice de suicidios es ahora de 13 por cada 100.000 personas, el nivel más elevado desde 1986. En total, 42.773 personas murieron por suicidio en 2014, en comparación con las 29.199 de 1999.

Quizás el aspecto más preocupante de este informe es que se ha triplicado el índice de suicidios entre chicas preadolescentes.

Aunque existen algunos «factores biológicos fijos que predisponen» al suicidio, lo cierto es que no han cambiado desde que comenzaran los estudios en la materia. «Así que tiene que haber alguna otra influencia que explique este aumento», dice en una entrevista Aaron Kheriaty, autor de The Catholic Guide to Depression [La guía católica para la depresión].

«Sabemos que muchos de los factores de riesgo para el suicidio no son estos determinantes biológicos fijos e innatos. Son influencias culturales, sociales y medioambientales«, afirma.

Kheriaty, profesor clínico asociado de psiquiatría y director del Programa de Ética Médica en la Irvine School of Medicine de la Universidad de California, declaró que los investigadores tienen algunas ideas sobre dónde empezar a buscar.

«Sabemos que el suicidio está asociado con cualquier elemento que cause que una persona quede más aislada socialmente«, por ejemplo. Es un hecho ampliamente reconocido y bien respaldado con documentación recopilada desde los años 1890.

«Los factores que provoquen que las personas tengan menos vínculos sociales o que queden alienadas o aisladas podrían suponer un aumento en el riesgo de suicidio», afirma Kheriaty.

«Sabemos que las personas divorciadas, enviudadas o las que nunca se han casado tienen un riesgo significativamente más alto de suicidio que los individuos que sí están casados».

Los lazos sociales se están debilitando por otras razones también, continúa Kheriaty, y cita el estudio del sociólogo Robert Putnam y el politólogo Charles Murray que demuestra que las personas tienden a tener cada vez menos y más débiles vínculos con la familia, los amigos e instituciones mediadoras, como lo son las Iglesias y los grupos cívicos.

Los medios sociales, por su parte, que supuestamente deberían acercar a las personas, mantienen el debate abierto sobre si este experimento tecnológico está teniendo éxito a la hora de generar cohesión. Sin embargo, lo que sí parecen estar haciendo es facilitar una mentalidad de suicidio en ciertos sectores.

«¿Hasta qué punto hay información disponible en internet sobre cómo poner fin a la vida de uno mismo, facilitada por las sociedades del derecho a morir y el movimiento por el suicidio asistido y la eutanasia? ¿Hasta qué punto supone una influencia en la actitud y el comportamiento de las personas? Mi opinión es que probablemente está desempeñando un papel», reflexiona Kheriaty.

«Aunque de forma anecdótica, sin duda puedo encontrar pacientes que estuvieron bajo la influencia del movimiento por el derecho a morir o el movimiento en favor de la eutanasia, a través de fuentes en línea e información en internet», asegura.

«Se trata de individuos que padecen depresión, trastornos de la personalidad o alguna otra enfermedad mental que ya les pone en riesgo, y este riesgo se ve agravado si pueden navegar por internet y conectar con otras personas que promueven una inclinación hacia el suicidio y lo pintan como la solución a los problemas».

En relación al descubrimiento de que la tasa de suicidio para mujeres de entre 10 y 14 años tuvo el mayor aumento porcentual (200 por ciento) durante el periodo de tiempo estudiado, triplicando el índice de 0,5 por 100.000 en 1999 a 1,5 en 2014, Kheriaty observó que las chicas de ese grupo de edad viven «en una cultura que a veces promulga ideales imposibles de alcanzar para las jóvenes, en términos de éxito, de imagen corporal, de belleza o de atractivo, a menudo sexualizado en exceso y prematuramente; unos iconos o unos ideales sobre lo que las jóvenes deberían hacer o cómo deberían presentarse en la sociedad».

«Estos elementos conducen a todo tipo de dificultades, incluyendo trastornos alimentarios, depresión y otros problemas de salud mental en las adolescentes, vinculados a las presiones que sufren las mujeres jóvenes para ser atractivas o tener éxito».

«Hay una cultura que valora y guía a los jóvenes hacia el éxito empresarial, normalmente definido como éxito material, y hacia un tipo de obsesión excesiva con el alto rendimiento académico«, continúa explicando el psiquiatra.

Además, según arguyó Kheriarty, los adolescentes y los adultos jóvenes están siendo víctimas de una actitud utilitarista ahora enraizada en áreas que les afectan directamente: «Soy respetable siempre y cuando consiga cosas, en vez de soy valioso o respetable porque tengo una dignidad innata como hijo de Dios«.

«Hay una tendencia en nuestra cultura a ver a los adolescentes como un medio, en vez de como un fin en y para sí mismos», explica.

«Desde luego, el mercado les trata como un medio: son consumidores. También creo que, cada vez más, el deporte trata a los jóvenes como un medio para un fin».

«Están ahí para apoyar al club, para que así el entrenador pueda seguir ganando montones de dinero entrenando al equipo y pueda seguir reclutando gente que esté en los equipos de instituto, y también pueda ayudar a los entrenadores universitarios a reclutar para los equipos de la universidad».

¿Hay soluciones para este problema del incremento en los suicidios? Claro que sí, pero para el escritor del libro La guía católica para la depresión, es quizá natural que la primera solución que le venga a la mente sea una respuesta religiosa.

«La fe, las convicciones o las prácticas religiosas desde luego no inmunizan o vacunan a una persona contra el suicidio«, afirma Kheriaty.

«Es más, incluso muchas personas de profundas convicciones religiosas y con una fuerte fe, o personas que tienen creencias morales opuestas al suicidio, podrían terminar poniendo fin a sus propias vidas si se encontraran bajo mucho estrés o sufriendo un tormento profundo, normalmente por alguna causa como una enfermedad mental grave».

«Pero sabemos que la fe, las convicciones y las prácticas religiosas disminuyen el riesgo de suicidio en las personas».

«Es bien sabido que la fe y las prácticas religiosas suponen un factor protector especial contra el suicidio. Por tanto, en una cultura cada vez más secularizada, la pérdida de la fe religiosa podría ser un factor de riesgo».

El psiquiatra afirma también que hay tres hipótesis que podrían explicar cómo la fe religiosa protege al individuo de las tendencias suicidas:

  • Ser miembro de una comunidad religiosa ofrece apoyo social. Las personas religiosas suelen tener más vínculos y compromisos sociales que las personas que no son religiosas.
  • La convicción sobre la inmoralidad del suicidio tiene un papel protector.
  • La fe religiosa aporta a las personas una esperanza trascendente que les ayuda a ver más allá de su situación actual de sufrimiento y les ofrece una razón para creer que el futuro, ya sea en esta vida o en la próxima, será valioso y significativo.

«Por tanto, esta convicción religiosa sirve de apoyo a las personas en los momentos difíciles y también les aporta un sentimiento de que el sufrimiento no es enteramente sin sentido», declara Kheriaty.

«Puede que no lo entiendan; es algo muy difícil de afrontar. Pero Dios permite estas cosas por unas razones que, aunque yo no las entienda por completo, no son en absoluto inútiles».

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