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¿Qué es tener una mentalidad capitalista?

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Enrique Anrubia - publicado el 05/04/16

Dicho de otra forma, ¿por qué la familia, el tiempo de ocio, la siesta o la religión la medimos - sin darnos cuenta - en función del trabajo?

No hace mucho leía unas declaraciones de un médico experto en trastornos del sueño en las que aducía como primer efecto de la privación del sueño (dormir mal) “la merma de nuestro rendimiento laboral”. Continuaba con una retahíla de otras situaciones, pero no deja de ser sintomático que encabezara sus declaraciones con el tema del empleo. Y es que vivir en una sociedad capitalista significa que la primera razón de casi todo está relacionada con la productividad y, por extensión, con el consumo, y por prolongación, con el dinero, y como último, con el poder.

Para los hombres y mujeres de a pie la crítica al capitalismo consiste la más de las veces en una crítica al consumo desenfrenado, a los bancos y sus abusos y a un sistema que ve al ser humano como parte de un engranaje laboral explotador. No deja de ser muy cierto.

Pero el capitalismo no es tanto un ámbito contra el que luchar cuanto una forma de entender y vivir cualquiera de los lugares que nos rodean. No en vano, cuando originalmente los romanos hablaban de “capitalis” se referían a lo que va en cabeza y está en primer lugar, es decir, a lo que lo gestiona todo. De ahí que nuestras capitales (y Roma fue la primera en sentido pleno) son los lugares desde las que se amplifican las leyes y los usos a sus alrededores.

El problema del capitalismo es que entiende, por usar el significado romano, que única y solamente existe lo primero, a saber, él mismo, pero no, por decirlo así, lo segundo o lo tercero. Tiene una estructura de subordinación en cuya cúspide sólo hay una cosa: el capital. El capital no es tanto el dinero o la propiedad cuanto el poder para tenerlos y disponer de ellos y el capitalismo es, básicamente, el sistema que siempre se pone en primer lugar para analizar cualquier asunto en función de la disponibilidad de tener dinero o propiedad.

Uno de los mejores ejemplos para entender qué significa el capitalismo es el sistema europeo de educación superior (universitaria) actual, también llamado plan Bolonia. El plan de Bolonia consistía en la igualación y convalidación de títulos universitarios de todos los estados miembros de la Unión Europea. Los acuerdos fueron sellados en la antiquísima ciudad de Bolonia, sede de unas de las primeras universidades del mundo.

A primera vista la bondad del plan estaba clara: un alumno podía estudiar en otro país europeo sin merma en la obtención de su título con respecto a su país de origen. Pero el llamado “Plan Bolonia” tenían como finalidad última no los estudios en sí, sino la igualación del mercado laboral europeo sin coste en las titulaciones académicas, esto es, que al considerar la Unión Europea sobre todo como un espacio laboral, se necesitaba una homogeneización de los títulos universitarios para que cualquier ciudadano pudiese hacer valer su titulación académica en cualquier país de los Estados miembros.

A primera vista, esta cuestión no parece negativa si no fuera porque convierte a la universidad en un instrumento al servicio del mundo de la empresa, casi del mismo modo y sibilinamente que un médico puede decir que el primer efecto negativo de dormir mal es “no rendir en el trabajo”. El estudiante universitario es considerado, en primer lugar, un trabajador en potencia.

Claro que no rendir bien en el trabajo es malo, y claro que poder tener un título universitario que valga en toda Europa es bueno, lo que no está tan claro es la visión que hay detrás y que condiciona de forma muy concreta y real la vivencia de los individuos: somos parte de un poder que sólo busca producir, poder, y poder producir para tener poder. Y no sólo eso, sino que tiene efectos muy reales en la vida cotidiana. Así que el capitalismo es un sistema que atrapa el poder desde la producción.

El problema de no dormir bien no es que trabajaremos mal, es que necesitamos dormir. El problema de poner los estudios universitarios al servicio del mundo laboral no es que no sea importante trabajar de lo que se ha estudiado, es que se ha desvirtuado el sentido de la universidad como sitio de estudio.

En casi todas las religiones y desde tiempos inmemoriales, los dioses siempre han sido vistos como los señores del tiempo, y, por extensión, a quienes tenían verdadero poder se les atribuía cierto señorío sobre el tiempo. En términos más mundanos eso era el dominio sobre el calendario.

Como el capitalismo es ahora mismo el señor de casi todo, el tiempo –o el calendario- viene marcado ya no por el significado religioso o trascendente del valor de la vida sino por el mercado productivo. Cuando hacemos de las vacaciones un sinónimo de “fiestas” es que hemos igualado mercado laboral y religión. Tener una festividad es en el fondo tener un descanso del mundo laboral, pero es el mismo sistema capitalista el que determina cuándo uno debe descansar, celebrar o trabajar.

Algo así sucede con la discusión de la regulación de horarios de las aperturas de los grandes centros comerciales en domingos o festivos. Los grandes argumentos en contra de esas aperturas están tan coloreados de capitalismo como la apertura de las tiendas. Por un lado, están aquellos que denuncian esa apertura comercial en domingo y piden no comprar no tanto por un sentido más allá de capital, sino por el respeto al descanso laboral mismo, es decir, siguen estando dentro del sistema. Por otro, los pequeños comercios que no pueden competir con los grandes centros comerciales aducen que no poseen los medios económicos para afrontar dicha apertura, esto es, más argumentos de la estructura capitalista-productivo.

Como en el dormir, donde lo bueno es el dormir bien en sí mismo, en los días festivos no se debería abrir no porque no sea bueno ir a comprar leche cuando la nevera se ha quedado vacía, sino porque algo nos estamos perdiendo cuando nos olvidamos de qué significa celebrar una festividad.

Lo mismo sucede con el debate constante sobre la racionalización de horarios en el trabajo. La racionalización consiste en una mejor concentración de las horas laborales, haciendo del lugar de trabajo única y exclusivamente un lugar donde sólo se trabaja. Las ventajas añadidas es que al trabajador le quedarán más horas para poder estar con su familia o tener las tardes más libres. Pero, y no deja de ser curioso, el gran argumento a favor es que el trabajador aumentará la productividad.

En el fondo, sucede lo mismo, porque el sistema no proviene de una preocupación por lo familiar sino por la productividad, y porque (y esto es lo fundamental) considera que en el trabajo sólo y únicamente se debe trabajar para producir, esto es, como si uno no se socializara en el trabajo, no pudiera tener un rato con sus compañeros, o, dicho más filosóficamente, como si en esa racionalización de esas ocho horas se considerara al ser humano unidimensionalmente: productor. Si fuera una verdadera preocupación por la vida del trabajador en toda su amplitud existen muchas otras medidas, y, con este sistema, el mundo laboral sigue siendo el primer criterio para la vida familiar.

Ya no es sólo el dinero, las compras o los bancos, es que nosotros mismos estamos poniendo en la cabeza de casi todo una racionalización capitalista de costes y beneficios. Otro ejemplo, y no accidental, es que ya hablamos de los sentimientos que “nos producen” determinadas personas y metemos en esa relación un cálculo del “capital humano”, donde el capital no es tanto el dinero cuanto la productividad de determinadas emociones en el terreno de las relaciones personales e íntimas.

Y, casi del mismo modo, ante cualquier deseo que se nos pide la primera pregunta evidente que nos hacemos es “¿cuánto nos va a costar?”, entendiendo el costo como dinero y productividad y olvidando que no todo lo que cuesta en la vida es dinero, el costo también es esfuerzo y, por lo tanto, tiempo. Pero si queremos salir de esta dinámica tenemos que empezar por “gastar” nuestro tiempo de forma distinta. No siempre el problema son los bancos.

En casi todas estas cuestiones (y hay muchas más) el capitalismo explica las ventajas de sus actuaciones haciéndose invisible a los ojos de los hombres y mujeres de a pie. Sólo oímos “es importante dormir bien” pero se nos pasa desapercibido que la primera razón que se argumenta es para que trabajemos más y mejor. Se nos dice “es bueno un título universitario europeo” pero se nos omite que se nos considera como trabajadores en nuestra época de estudio. Se nos dice “es bueno tener más horas con la familia” pero se olvida que sigue siendo el trabajo el primer criterio para luego estar con la ella.

Porque el asunto sería no tanto ver las ventajas de un sistema educativo europeo, los horarios de las tiendas, el horario laboral, la familia o las relaciones personales desde el capital, sino que el capital viniese definido y supeditado desde la familia, la fiesta, la socialización con los compañeros de trabajo, la forma en que organizamos el calendario y, por qué no, el poder dormir lo mejor posible vayamos a trabajar al día siguiente o no. Al fin y al cabo, lo capital es, como decían los romanos, lo que está a la cabeza.

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