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No dejes que estas “termitas” se coman tu matrimonio

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Antonio Guillem/Shutterstock

Pareja con palomitas

Aleteia Team - publicado el 11/12/15

"Las suposiciones son las termitas de las relaciones", ¿está tu matrimonio infectado?

“Las suposiciones son las termitas de las relaciones” (Henry Winkler, actor)

En la pasada entrega de esta serie, hablamos sobre cómo puede traer el desastre a nuestros matrimonios si damos por sentado que nuestros cónyuges pueden leernos la mente.

Hoy abordaremos este problema desde la otra cara de la moneda: el intentar leer la mente de nuestro cónyuge o, dicho de otra forma, dar por sentado o asumir que ya sabemos lo que el otro o la otra está pensando.

No faltan dichos populares en torno a la idea de que “la suposición es el camino más corto hacia el error”.

No obstante, a pesar de ser una lección tan antigua como obvia, parece que el significado de este saber popular, tan persistente en el tiempo, o bien se nos escapa de las manos o hemos fracasado a la hora de adaptar su enseñanza en nuestra vidas, puesto que una de las causas más comunes del conflicto en el matrimonio es la diferencia entre lo que un cónyuge piensa en realidad y lo que el otro o la otra supone que está pensando.

Queramos o no, las suposiciones revelan mucho a nuestro cónyuge sobre cómo nos sentimos con respecto a ellos.

Imagina por un momento que acabas de volver a casa de un largo día de trabajo y encuentras que la casa está hecha un completo desastre, mucho peor de lo que está normalmente para una familia con una vida tan ajetreada como la vuestra.

Los niños están descontrolados. El más mayor está al cargo de todo y dirige el cotarro al estilo de El señor de las moscas. Mientras tanto, tu pareja no aparece por ningún lado.

Le preguntas al mayor de tus hijos dónde se encuentra su padre (o madre) y el crío responde despreocupadamente que “echándose una siesta”.

Si tu primera reacción es de ira a causa de la “pereza” de tu cónyuge, estás haciendo una asunción muy diferente de la de una persona cuya primera reacción fuera precipitarse al lado de su pareja para preguntarle “¿Va todo bien? ¿Te encuentras mal?”.

La primera reacción viene causada por la culpa, la segunda tiene su origen en el amor y la preocupación.

Padezco de un trastorno cognitivo bastante común que provoca que, con frecuencia, me despiste u olvide cosas importantes. Es algo frustrante para mi marido, que es una persona responsable y ordenada.

Durante nuestra relación, ha tenido que luchar constantemente contra la asunción de que mi fracaso constante a la hora de respetar nuestros planes sea porque, simplemente, “no me importan” ni mi familia ni llevar las tareas del hogar de forma eficiente.

Si me importara, sostiene él, no necesitaría tanta ayuda para recordar cosas como cuándo es la obra de teatro del cole o cuándo ciertas faenas requieren mi atención. Serían una prioridad natural para mí, dice, siempre estarían presentes y listas en mi mente.

No importa cuántas veces explique mi médico o nuestro terapeuta que mi cerebro, sencillamente, no funciona de esa forma. Parece que a mi marido le cuesta aceptarlo.

Por tanto, a menudo me ha acusado de mostrar indiferencia hacia él y nuestros hijos… y esta es una afirmación tan devastadora y dolorosa como alejada de la realidad.

Nuestras discusiones al respecto, como podrás imaginar, han sido recurrentes e intensas.

No soy inocente. Como me crié en un entorno familiar muy crítico y me casé con un hombre a menudo crítico también, tengo la terrible tendencia a dar por sentado que cada pregunta que me hace viene siempre cargada; es decir, que si no consigo dar la respuesta que él espera, suspenderé la “prueba” a la que me somete.

Pero a veces una pregunta no es más que una pregunta y mi marido termina irritado y cansado de mis interminables intentos por buscar el “significado verdadero” detrás de cada frase.

Mi suposición le manda un mensaje tan hiriente como el que él me manda a mí al suponer que nuestra familia no me importa. Al asumir que siempre me está poniendo a prueba, le estoy diciendo que no confío en su honradez.

En un mundo perfecto, todos dejaríamos de lado todas nuestras suposiciones y asunciones y nos comunicaríamos sólo con nuestras propias y maduras palabras.

En lugar de suponer lo que la otra persona está pensando, sencillamente preguntaríamos. En lugar de confiar en que los demás sabrán qué es lo que queremos, simplemente se lo diríamos.

Pero la comunicación requiere que nos aventuremos fuera de nuestra zona de bienestar, hacia un espacio desconocido donde cualquiera podría sorprendernos e incluso decepcionarnos.

Nos sentimos mucho más cómodos dentro de nuestras propias cabezas, donde podemos permanecer en nuestra dichosa ignorancia, mientras imaginamos que ya lo sabemos todo.

Si los riesgos de la auténtica comunicación verbal son mayores de lo que crees que puedes soportar en este momento, al menos asegúrate de comprender que tus suposiciones son, por sí mismas, una poderosa forma de comunicación.

Así que, como mínimo, intenta usarlas para reforzar a tu pareja en vez de destrozaros mutuamente.

Por pura caridad cristiana, tenemos que suponer lo mejor de los demás, así que empieza por tu cónyuge.

Cuando sientas la tentación de asumir lo peor de los pensamientos o motivaciones de tu pareja, mejor intenta imaginar una interpretación positiva.

Antes de llegar a ninguna conclusión precipitada, asegúrate de que esas conclusiones muestran el mejor perfil posible de tu esposo o esposa.

Por encima de todo, recuerda que en todo conflicto hay dos bandos y que el tuyo no siempre va a ser el correcto.

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