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¿Qué catolicismo sobrevivirá a la crisis de fe? ¡Menos estructuras y más evangelización!

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Miguel Pastorino - publicado el 25/11/15

La preocupación de los últimos papas: ¿hemos entendido qué es la Nueva Evangelización?

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Recientemente el Papa Francisco habló a los Obispos Alemanes en su visita «ad limina apostolorum», con especial énfasis sobre el peligro de una «creciente institucionalización» de la Iglesia. Subrayando que frente a una «erosión de la fe» católica en Alemania, se inauguran «estructuras cada vez más nuevas, para las que faltan fieles», nace un nuevo pelagianismo que «nos lleva a poner la confianza en las estructuras administrativas, en las organizaciones perfectas». Insistió en que «una excesiva centralización, en lugar de ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera».

Lo que sucede en Alemania es un mal extendido, la excesiva burocratización pastoral, donde se cree que por tener un nuevo organigrama y nuevas comisiones, la pastoral se renueva y se «profesionaliza». Pero la vitalidad de una iglesia se ve en la renovación espiritual de sus miembros, en las conversiones de nuevos cristianos y en la vitalidad misionera.

La crisis se nota en forma particular allí donde la disminución de fieles en la vida sacramental es cada vez más evidente. Francisco percibe una «erosión de la fe» y propone volver a los orígenes, superar la resignación que paraliza y abandonar la idea de que es posible «reconstruir las ruinas de los buenos tiempos». El Papa nos invita a dejarnos inspirar por la vida de los primeros cristianos.

Ante la crisis, Francisco nos llama a un cambio de mentalidad: «El imperativo actual es la conversión pastoral, hacer que las estructuras de la Iglesia se vuelvan todas más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que ponga a los agentes pastorales en constante actitud de ‘salida’.».

La insistencia de Benedicto XVI: volver a lo esencial

Benedicto XVI durante todo su pontificado y especialmente en el año de la fe, insistió sobre este problema, invitando a la Iglesia a volver a lo esencial de su misión y a simplificar el exceso de burocracia pastoral.

En una entrevista que le realizaron cuando era Cardenal, expresó con mucha claridad el problema de fondo: “Me parece innegable que existe demasiada auto-ocupación de la Iglesia consigo misma. Habla demasiado de sí, mientras tendría que dedicarse más y mejor al problema común: hallar a Dios, y hallando a Dios, hallar al hombre.

…Creo que en realidad son los testimonios la primera condición para la nueva evangelización. Personas que, viviendo la fe en su vida cotidiana demuestren que la fe da vida, una vida verdaderamente humana en la comunión y en la comunidad. Sólo de esta manera puede hacerse comprensible el contenido del mensaje, y por ello necesitamos núcleos de cristianos que realicen esta verificación de la fe en la vida –tanto personal como comunitariamente- y ofrezcan a todos una experiencia cuyas raíces sean dignas de conocer[1].

La parábola de la higuera que no da frutos

Ya en 1986 el Card. Martini, comentando la parábola de la higuera en el evangelio según S. Mateo, expresaba sobre este mismo problema:

Se montan estructuras creyendo que por el sólo hecho de existir una comisión ya existe esa pastoral, aunque no esté sucediendo nada en las bases. Y así, hay delegados que se representan a sí mismos, y “áreas pastorales” que no existen en la realidad, tan sólo en un organigrama.

«Esto nos hace reflexionar seriamente, pues nosotros, como Iglesia, estamos viviendo un cierto momento de esterilidad: grandes hojas, esto es, palabras, encuentros, congresos, resoluciones, reuniones, asambleas larguísimas, programas… ¿y los frutos?  Seminarios vacíos, noviciados vacíos, iglesias vacías.

Cuando comparamos las hojas con los frutos, nos viene la tentación de pensar que tal vez era mejor cuando había menos hojas y más frutos.

Al mirar a nuestro alrededor, no se puede menos de tener esta impresión de esterilidad, aunque hay muchos signos de renovación y no queremos hacer un juicio global. Pero hay una verdad en esta palabra: mucha apariencia, muchas bonitas palabras muchas coberturas aureas casi no contienen nada; muchos programas de renovación se basan sobre esos pocos que se han quedado a hacer girar la rueda.

Luego de meditar sobre el texto en sentido eclesial, lo aplica a la vida personal y define con mucha claridad que significa «dar frutos»:

«Si miramos a nuestro alrededor, ciertamente esta situación nos impresiona. Pero si la aplicamos a nosotros, claro que cada uno debe preguntarse si el Señor ve en nosotros hojas, es decir, palabras, propósitos, compromisos, programas, pero poco fruto, esto es, capacidad de llevar a otros a la fe, que en el fondo es el fruto, capacidad de convertir a otros, de comunicar el amor de Dios, de hacerlo vivir. La entrega de nosotros mismos a Dios se manifiesta en la capacidad de donar también a los demás esa chispita de amor por el Señor que él ha puesto en nosotros».

¿Qué catolicismo sobrevivirá a la crisis?

Los Obispos latinoamericanos en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida fueron conscientes de la crisis pastoral y lo expresaron con gran claridad:

“La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes solo ven confusión, peligro y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y la complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables».

«Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu».

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando con mezquindad”. (Nº 11 y 12)

Una fe basada en un elenco de normas y prohibiciones, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados. no resistirá los embates

Menos organigramas y más evangelización

Mientras vivimos planificando y discutiendo sobre pastoral, los nuevos movimientos religiosos se dedican a captar adeptos las veinticuatro horas del día. Mientras invertimos tiempo y dinero en generar estructura, nos vamos vaciando de gente. En cambio las sectas invierten tiempo y dinero en evangelización directa y personalizada. Planificamos lemas, orientaciones, y tenemos muchas líneas pastorales, pero no planificamos concretamente la atención espiritual y la evangelización directa y concreta.

En muchos nuevos movimientos religiosos, durante la semana, se ofrecen cursos bíblicos, seminarios de espiritualidad, y atención espiritual para personas en busca de orientación. Contrariamente a lo que muchos piensan, hay una gran sed de atención espiritual y de formación en contenidos profundamente religiosos.

En cambio, nuestras Parroquias se han transformado en academias, en clubes sociales, o han quedado reducidas a administrar sacramentos y a ofrecer “cursos intensivos” de preparación para los sacramentos “de despedida” porque en la mayoría de los casos, al “iniciado” no vuelven a verlo.

La misión es confundida con dos versiones de adoctrinamiento, que nunca llevan a la conversión del corazón ni a un proceso de iniciación cristiana real: adoctrinando gente intelectualmente y con aire de cruzada fundamentalista o simplemente con un anuncio secularizado de “valores cristianos”, del «reino de la vida», donde tan solo seremos buenos vecinos y Jesús un simple modelo histórico que nos invita a vivir un “estilo de vida” y nada más.

Las estructuras diocesanas y las reuniones se tragan la vida de los sacerdotes y laicos durante el correr del año, mientras que en varias parroquias uno nunca encuentra a nadie o un espacio de gratuidad donde orar y meditar la Palabra de Dios.

Se montan estructuras creyendo que por el sólo hecho de existir una comisión ya existe esa pastoral, aunque no esté sucediendo nada en las bases.Y así, hay delegados que se representan a sí mismos, y “áreas pastorales” que no existen en la realidad,tan sólo en un organigrama.

El secreto de la renovación

El anuncio de la fe no puede hacerse como imposición, sino como propuesta, como invitación. Pero tampoco puede hacerse con la actitud de indiferencia de quien cumple con un deber, sin interés por la respuesta del destinatario, sino que exige el compromiso con esa propuesta por parte de quien la hace. Quien hace la propuesta solo puede ser eficaz si presenta indicios de haber experimentado el amor y la salvación de la que habla. Solo puede ser escuchado con verdadero interés si está convencido en su corazón de que lo que propone es la mejor noticia y que vale de verdad la pena. Esta convicción sobre el poder del Evangelio y la acción de Dios, manifiesta esa mezcla de autoridad espiritual, osadía y confianza que caracterizaba a la primera predicación del Evangelio.

Una verdadera renovación pastoral no requiere un nuevo proyecto pastoral, sino una experiencia espiritual que empuje naturalmente a la misión, porque la fe crece cuando es transmitida. La reconfiguración de la Iglesia y la lógica misionera serían imposibles o inútiles si la propuesta no es previamente vivida personalmente. La amplitud de la misión no puede disociarse de la profundidad de la fe.

[1] RATZINGER, Joseph, Ser cristiano en la era neopagana, Ed. Encuentro, Madrid, 1995, p. 141, 147.

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