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La historia de una amistad que comenzó en un semáforo en rojo

Opus Dei - publicado el 22/11/15

Impactante historia de solidaridad

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El semáforo en rojo. Un vendedor de pañuelos: el dilema que se repite día tras día. Así comienza la historia de amistad -fabricada por un minuto diario-, entre una señora y Jonathan, inmigrante nigeriano.

Bajar o no bajar la ventanilla

Con ese dilema comenzó esta historia. 2013. En mi camino en coche hacia el colegio hay un semáforo, bastante largo, que siempre te coge en rojo. Es el que baja a la estación, un punto neurálgico en el Boulevard de La Constitución, junto a la iglesia de San Juan de Letrán. Pasó por ahí cada día para ir a trabajar, hacia las 8 de la mañana.

Él, invariablemente, estaba allí. Al principio, yo le hacía señales de “No” y subía la ventanilla rápidamente; Me llamaba mucho la atención que no insistía, solo me miraba con una sonrisa y se dirigía al siguiente coche.

Vencer el sueño para hablar…. ¿De verdad es necesario?

Un día bajé la ventanilla y le pregunté cómo se llamaba:

– Jonathan.

– ¿Y de dónde eres?

De Nigeria.

Le di unas monedas mientras él se empeñaba en darme los kleenex. “No, no, los kleenex para ti, que tengo muchos”.

Unos días después comprendí que Jonathan era feliz cuando me explicó cómo se planteaba su trabajo: “No vengo a pedir, sino a ofrecer un servicio y, sobre todo, a dar los buenos días a los conductores con una sonrisa”.

Al día siguiente volvimos a coincidir, y al siguiente, y al otro. Un minuto cada día daba para hablar de muchas cosas. Poco a poco me fue contando que estaba casado y tenía un niño, que llevaba en Granada 8 años y que él tenía papeles, pero su mujer no.

Pasa el tiempo. De lo humano a lo divino

Pronto supe también que hablaba un poco de inglés y muy mal el español, pero podíamos entendernos con signos, sonrisas y monosílabos. Y un día le pregunté:

– ¿Eres católico, eres cristiano?

– Sí, yo católico

Le enseñé el rosario, que iba rezando. Al verlo, comentó: “yo también tener. Mañana…”, y al día siguiente vino con varios rosarios porque también los vendía. Me regaló uno y desde entonces lo llevo en el coche. Yo le di una estampa de San Josemaría: “Este es un santo muy bueno que te va a ayudar.Tú llévala siempre“.

Poco a poco, me fue contando también de su trabajo: Está en nuestro semáforo todos los días de 8 a 9 y conoce a todos los habituales de la zona, clientes y no clientes. De 9 a 10 va a la cuesta de Cervezas Alhambra.

Un día me contó, muy contento, que estaban esperando un niño:

– ¿Cómo se llama tu mujer?

– Cyntia

– ¿Y estáis casados?, ¿por la Iglesia?

– Sí, sí: nosotros católicos, muy católicos

Nunca me pidió nada y yo pensé que cada mes le iba a dar algo: para el butano, o para una compra un poco más grande.

En Navidad les conté todo esto a mis alumnas de ESO y Bachillerato. Como en el colegio se hace campaña, las niñas me prepararon una gran bolsa y le avisé para que estuviera listo cuando yo pasara. También me prepararon un regalo: ropa y un oso de peluche enorme para cuando naciera el bebé. Ese día, algunas de mis alumnas vinieron conmigo en el coche para dárselo.

Tú sigues, yo me voy. No perder la pista

Llegó el momento de mi jubilación.

– Jonathan, ya no voy a pasar más a esta hora por aquí. ¿Tú tienes teléfono?

– Muy malo, pero tengo.

– Pues dámelo, que quiero saber cómo estáis y cuando tengáis la niña, quiero saber todo de Cintya y del bebé.

De vez en cuando les llamaba y quedamos un día en Navidad.

Una petición que es un privilegio

En junio me llamaron: A ver si venís a casa para que conozca a Trini.”, que así habían llamado a la pequeña. Esa misma tarde vinieron a merendar. Me estuvieron contando con su media lengua muchas cosas de cómo vivían, de cómo era su casa… Se iban arreglando con lo poco que tenían y a veces iban a la parroquia para que les dieran alimentos.

En un momento, ella me dijo con un poco de vergüenza:

-Le queríamos pedir un favor

-Si está en mis manos…

-Vamos a bautizar a Trini (a Trinity, porque ella dice Trinity) y queríamos que usted fuera la madrina.

-Ese es un favor que hago encantada… para mí eso no es un favor, es un privilegio.

Habían pensado en mí porque el párroco les había recordado que, para la elección de los padrinos, los padres tienen que pensar en alguien capaz de ayudarles en la educación cristiana de sus hijos.

Cuando cerraron la fecha me avisaron. El párroco quería vernos el día antes y Jonathan me llamó varias veces para recordármelo por si no le había entendido bien. Otro día vino a casa con muchos papeles para rellenar, porque él solo no sabía hacerlo. Verdaderamente eran complicados pero después de dos horas, se los llevó tan contento.

Los preparativos

Fuimos la víspera a la iglesia y el sacerdote se rió mucho con nosotros. Nuestra Trinity corría a sus anchas mientras el sacerdote les explicó muy bien en qué consistía el sacramento del bautismo. El padrino también estaba allí; un amigo suyo que tiene una tiendecita de productos asiáticos.

Para el bautizo me hice cargo de lo que lleva una niña en un bautizo, pero quería que colaborara alguien más. Lo conté por whatsapp a todas mis amigas jubiladas, y una me está guardando ropita de su nieta, otra me regaló una rebequita… La madre de una de mis alumnas le regaló el vestidito.

Hoy es el día y el momento

Mientras asisto, en esta tarde de agosto, al bautizo de Triny, se me hace presente en un instante toda la historia anterior, como una película, y doy gracias a Dios por el encuentro, le pido para la niña lo mejor, para los padres también, me conmueve profundamente el compromiso que me encargaron desde el cielo, y…miro al futuro.

La familia de Trini y yo ocupábamos el primer banco de la derecha. Al final se reunió un grupo joven de matrimonios amigos con sus niñas. De entre los amigos alguno era católico, otros pentecostales, otros ateos, pero todos, una piña. Al terminar no me pareció correcto unirme a ellos, que eran su grupo de amigos, las familias compañeras de piso… y aplazamos para más adelante reunirnos un día y celebrarlo.

Un vínculo y una amistad para siempre

Pasados unos días fui a su casa para llevarle ropita de invierno a la niña. El piso es muy pequeño (tres dormitorios), y lo comparten con otras dos familias. Me llamó la atención una gran TV de plasma y le pregunté a Jonathan cómo la había conseguido: En una tienda de segunda mano, la encontré muy barata y la compramos entre todos. Eso, y la alfombra para que Trini gatee y no se enfríe y se siente en el suelo.” Y añadió Cintya con pena: “Sí, solo para ver fútbol, aquí solo se ve fútbol”.

Aproveché para echarle un cable a ella:

Jonathan, a mí esto…,¡me parece que te pasas! ¿Tú sabes lo que le gusta a Cintya? Un domingo aquí encerrada no puede ser…

-No –me dice- el domingo vamos a Misa, porque para nosotros la Misa del domingo es muy importante, y luego una vueltecita.

-Sí, y toda la tarde encerrados con la tele, y la noche en seguida se echa encima… Trini necesita mucho espacio, para correr al aire libre, para hacer amiguitas, y tu mujer necesita ponerse guapa y salir y tú tienes que salir con unos bocadillitos y comer en un parque…

Ella me miraba asintiendo, agradecida. Otras veces hemos hablado del futuro de la niña, de su vocación cristiana, del colegio al que piensan llevarla… Me quedé muy tranquila, porque tienen cerca un colegio de unas monjas, en el que la admitirán con seguridad.

Hoy Jonathan está trabajando de pintor. Otras veces arregla jardines, le buscan de peón…, y en esas horas deja su puesto de venta a otro compañero. Se ayudan mucho entre ellos. Tienen un microcosmos de solidaridad en torno a ellos, que se han ganado a pulso: el kioskero le guarda las cosas que de vez en cuando le dan, para que él pueda seguir trabajando; el de la tienda de la esquina le vigila la bici; el repartidor de butano le acerca a su casa cuando diluvia y no puede volver en bici…

Pero todo eso se lo gana Jonathan con su sonrisa y su amabilidad permanente.

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