Son los propios creyentes en el Islam los que tienen que poner coto y fin a quienes utilizan la matanza
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Los atentados terroristas nos recuerdan cómo hay hombres que usan el odio y la violencia contra otros hombres. Algunos incluso utilizan el “nombre de Dios en vano”, y dicen que trabajan en “nombre de Dios”. ¡Qué horror! Dios es el que más sufre por estos atentados, el que más padece cuando unos hombres violan lo más sagrado que es la vida, quebrantando el quinto mandamiento de su Ley: “no matarás”.
Mucho se habla de las víctimas, y se reza y el mundo se ha solidariza, con sus familiares, con los países donde suceden los ataques.
¿Va a cambiar la manera de pensar del hombre moderno al ver la vulnerabilidad a la que está sometido?

Y una pregunta alarmante: ¿Servirán los atentados para sentar las bases de una paz y concordia entre los hombres, o servirán para generar más odio con el fomento del racismo, el segregacionismo?
La solución
Grandísimo es el dolor de los familiares de las víctimas por los atentados. Es el momento de lanzar al vuelo las semillas de la comprensión, del perdón, de la caridad, y de la paz en los corazones del hombre moderno.
El papa Francisco ha invitado a todos, creyentes y no creyentes, a impedir que “el odio que mata en todo el mundo invada nuestros corazones”.
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La solución al problema no es más odio, no es más rencor, no es más saña, más horror, más víctimas inocentes. La solución es avanzar para implantar la paz en los corazones de todas las mujeres y hombres, sin dejar de castigar a los culpables de tan horrenda masacre.
No provocar la “ira de Dios” (Rom, 1, 18) como cuando se usa su nombre para cometer la mayor de las atrocidades, y cuando los hombres cometen “toda impiedad e injusticia” y con ella violentan la verdad.
La Iglesia católica nunca va a invocar venganza alguna -ni ahora ni nunca— sino el perdón. La venganza, castigar por venganza, no está en las páginas del Evangelio, no está en las palabras de Jesús, y por lo tanto no puede estar en el corazón del hombre, creado por Dios para amar, porque “Dios es amor” (1 Jn, 4, 8).
Dirigimos la mirada a tantos miles de cristianos que sufren la persecución en sus tierras de origen, en sus cuerpos, en sus familias, en sus pueblos.
Ellos no abjuran de la fe, sino al contrario: saben perdonar. Pero piden a todos los pueblos, a todas las potencias del mundo, que se acabe este horror y se alcance la paz.
Sobre los atentados yihadistas, no puede haber un Islam con el germen de la violencia y del odio. Son los propios musulmanes los que tienen que poner coto y fin a quienes utilizan la matanza, el horror y el odio en nombre de Alá.
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Dios no ha creado al hombre para que matara a los otros hombres que no crean en él, pues al ser Dios amor, quiere que el hombre alcance también el amor a Dos y a los demás hombres.
Por eso entre las lágrimas y la inmensa pena de los atentados, Dios sufre, Dios es el que más sufre al ver que en su nombre se mata lo más sagrado de su creación: la vida del hombre.
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