La naturaleza fue la primera que provocó la búsqueda de explicaciones a muchos fenómenos misteriosos para el ser humano primitivo: la lluvia, el día y la noche, el sol, la luna y las estrellas, el nacimiento de un niño o el fluir de la sangre.
Lo que hacía el hombre primitivo era ir recabando experiencias dándoles un sentido mágico a partir de sus intuiciones. Pero lo que más le preocupaba era la supervivencia.
Por eso es posible que todo lo que le rodeaba, desde la caza hasta sus rebaños estuviese inmerso en su órbita religiosa.
Así, el descubrimiento del fuego y su control, por ejemplo, fue el primer eslabón de la cadena de religiones que han poblado el mundo desde sus orígenes.
La importancia de este hecho se puede ver en multitud de cultos, mitos y leyendas: desde el mito de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, hasta el fuego que los atenienses encendían con motivo de la paz durante los juegos olímpicos.
No obstante, el principio más invocado y representado a lo largo de la prehistoria es la fertilidad, refiriéndose tanto a la germinación y a la formación de la vida, desde una planta hasta el nacimiento de un niño salido de su madre.
Otro hecho fundamental era la muerte. Los ritos funerarios son tan antiguos como el hombre y casi todas las religiones tendrán su propio rito de despedida y culto a los seres perdidos.
Estos ritos llegan hasta nuestros días de muy variadas formas, como se puede ver en la “la noche de Difuntos, de las Ánimas o Halloween”, que no son más que adaptación de cultos paganos, probablemente celtas, ya que coinciden con el primer día del calendario celta, día en el que los espíritus de los muertos vagan por el mundo terrenal.
En el primer estadio de la religión lo peculiar es el “estupor ante lo absolutamente heterogéneo”, ya se llame espíritu o demonio; ya se prescinda de nombrarlo; ya se engendren entes imaginarios para su explicación y captación; ya se aprovechen para ello seres fabulosos producidos por la fantasía e incluso antes de suscitar el terror demoníaco.
Este sentimiento de lo sagrado se adhiere a ciertos objetos, que a veces concurrirán a provocarlo, objetos de suyo enigmáticos, impresionantes, fenómenos, procesos y cosas chocantes de la naturaleza, del mundo animal, de los hombres.
El antropólogo E. B. Taylor fue quien nombró a esta creencia como animismo, comprendiendo a la vez varias nociones: espíritu, mana, alma y principio vital.
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