Tras ser bendecida por Francisco, el grave daño que sufría su corazón había casi desaparecido misteriosamenteEl diario estadounidense Usa Today (entre otros medios de comunicación) contaba el 23 de septiembre la historia de una típica familia católica estadounidense: mamá, papá, dos niños pequeños (niño y niña) y la última recién llegada, la bebé de tres meses Ave, con Síndrome de Down quien tiene problemas de vista y oído y – lo más grave – con un defecto congénito en el músculo cardiaco: dos pequeños agujeros en el corazón.
Durante la Pascua de 2014, la familia estaba en Roma para la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II y bajo la lluvia esperaron pacientemente tras la barrera la llegada del Papa Francisco en el papamóvil.
Un miembro de la seguridad del Papa le preguntó a Scott, el padre, el nombre y la edad de la bebé que ellos intentaban hacer bendecir por el pontífice haciéndola sobresalir. Fue así como el bebé terminó en los brazos de Francisco, que fue informado de las difíciles condiciones de salud, la besó y la bendijo.
Al regresar a Estados Unidos a la habitual revisión con el cardiólogo, el daño había casi desaparecido. Uno de los dos hoyos se había cerrado y el otro se había reducido a la mitad.
La mamá Lynn no está segura, pero cuando miró la imagen del Papa hecha por el fotógrafo, repitió sonriente: “Su mano está ahí (sobre el corazón) y él es un Siervo de Dios”.
Ahora Ave ya ha se ha sometido a dos intervenciones en los ojos y ha recibido dos implantes para el oído; su corazón está bien, sonríe y su familia con ella.
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Debe decirse que estos casos requieren siempre un profundo examen y un atento discernimiento y no pueden concluirse tan fácilmente. La seriedad de la cuestión está demostrada también por el hecho de que, por ejemplo, la Iglesia, en el proceso canónico con fines de beatificación o canonización de una persona, toma en consideración sólo los hechos prodigiosos, las curaciones, ocurridas post-mortem. El milagro debe ocurrir sólo tras el fallecimiento del Siervo de Dios para que atestigüe el hecho de que él está en el paraíso y por lo tanto puede interceder ante el Señor.
¿Esto quiere decir que los milagros “realizados” en vida no tienen valor? Obviamente no. También Padre Pío de Pietrelcina realizó numerosos milagros y prodigios en vida. Un testimonio que nos ofrece el mismo Juan Pablo II que se dirigió a él en 1962, cuando aún era obispo auxiliar de Cracovia y se encontraba en Roma para el Concilio Vaticano II. Le pidió que intercediera para la curación de una madre de familia, la doctora Wanda Poltawska, gravemente enferma de un tumor en la garganta. Y el Padre Pío acogió la petición del joven prelado polaco y una semana después el tumor había sanado repentinamente.