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Morir en el Golfo de México

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Jaime Septién - publicado el 22/09/15

Breve crónica del asesinato del padre y el hermano del director de la película “Little boy” y de “Bella”

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Juan Manuel Gómez Fernández y Juan Manuel Gómez Monteverde, padre y hermano de Alejandro Gómez Monteverde, director de la película “Little Boy” y de “Bella” (Metanoia Films, 2015 y 2006), originarios de Tampico, Tamaulipas; antes comerciantes de zapatos y ahora dueños de una pequeña explotación agropecuaria en el Norte de Veracruz, así como restauranteros, han pasado a formar parte de la ignominiosa lista de secuestrados y asesinados por parte de los grupos delictivos que asolan esa región de México, ante la impavidez de las autoridades policiacas y políticas.

La cuenca petrolera que empujó a México en la primera mitad del siglo XX, el norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas, en el Golfo de México, es hoy el campo de acción de grupos de delincuentes, cárteles de la droga, secuestradores, ladrones de petróleo, de cobre, de ganado, de lo que sea, repitiendo un poco –un mucho— la realidad de los Caminos sin Ley de Tabasco que inmortalizó Graham Greene al hacer el reportaje periodístico que está detrás de El Poder y la Gloria, a fines de la década de los 30 del siglo pasado.

Tamaulipas y Veracruz han pasado a formar parte de la estadística del terror en tan sólo una década. Se han convertido en dos de los ocho estados más violentos de México, con el “aliciente” para los delincuentes y para las “autoridades” migratorias de que por ellos pasan miles de migrantes centroamericanos camino a Estados Unidos. Desde luego, la frontera de Tamaulipas con Texas –Matamoros, Reynosa, Río Bravo, Nuevo Progreso y Nuevo Laredo—es el punto “caliente” del noreste mexicano y uno de los segmentos con mayor índice delictivo del país.

Pero el sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz, divididos tan solo por el Río Pánuco, han pasado a ser “la joya de la corona” del reinado de la delincuencia. Y ahora fue la familia del cineasta Alejandro Gómez Monteverde, amigo, compadre y colaborador del célebre actor Eduardo Verástegui, quienes cayeron en las garras del crimen y la impunidad. “Privados ilegalmente de su libertad”, eufemismo con el que las autoridades mexicanas disfrazan la palabra “secuestro” desde el 4 de septiembre, cuando salían de su domicilio en Tampico, fueron encontrados en las inmediaciones de la antigua “Brecha de la Huasteca”, un camino de terracería que durante muchos años sirvió a la industria petrolera mexicana: “aparecieron” en una fosa clandestina de la demarcación de Pueblo Viejo, Veracruz el sábado 19 de septiembre.

La noticia ha saltado a los titulares por la cercanía del realizador cinematográfico Alejandro Gómez Monteverde con el actor y activista católico Eduardo Verástegui, también oriundo de Tamaulipas. De hecho en su cuenta de Twitter, Verástegui puso el siguiente mensaje “Mi más sentido pésame, hermano del alma; los quiero mucho compadre. Pongo mi corazón en sus manos y los acompaño en este profundo dolor”

Los dos han realizado juntos películas como “Little Boy” y “Bella”, misma que lanzó a la fama a la compañía productora y ganó el reconocimiento del público por ser una película de un eminente valor humano y cristiano (obtuvo el premio “People Choice” del Festival de Toronto). En otro mensaje de Twitter, Eduardo Verástegui expresó: “Con el corazón lleno de dolor y de tristeza, pido sus oraciones para mi amigo y compadre Alejandro Gómez Monteverde y para toda su familia”.

En México, se dice, han bajado el número de secuestros. No hay cifras creíbles, como tampoco las hay de desapariciones o desapariciones forzadas. Lo que sí existe es un promedio de 95 por ciento de crímenes que quedan en la impunidad, que no son perseguidos, cuyos autores siguen “gozando de libertad” para delinquir.

La sociedad de Tampico ha hecho saber, a través de las redes sociales, su hartazgo y su dolor por estas muertes de dos personas muy conocidas y estimadas en el puerto. “Tampico está de luto”, puede leerse en multitud de mensajes de la red. Pero el comentario general es que este crimen, con ser execrable, ha podido ser conocido por la fama del hijo y del hermano de los asesinados, así como por su cercanía con Verástegui. Pero, ¿qué pasa con el número indeterminado de secuestros y crímenes que a diario se cometen en esta región sin que nadie los conozca o los difunda?

Varias personas entrevistadas por Aleteia, que prefieren el anonimato por evidentes razones, narran que el “móvil” del secuestro y posterior asesinato de padre e hijo era despojarlos de sus bienes y pedir un rescate por ellos. Se ha convertido en un modo de operación de los cárteles de la droga, que han dejado el trasiego de la misma, por temor al Ejército o a la Marina, y se han dedicado al secuestro y la extorsión, especialmente a pequeños propietarios de fincas agropecuarias, que no pueden pagar –ni han pensado en tenerlas— guardias de seguridad.

Por cierto –y en el colmo de la violencia— se sabe que la familia había ya pagado el rescate exigido por los delincuentes. Y los cuerpos sin vida encontrados en el término municipal de Pueblo Viejo, Veracruz, en el paraje conocido como “El Chachalaco”, presentaban huellas de tortura y un brutal traumatismo craneoencefálico. O sea, que los mataron a golpes. Joseph Conrad remarcaría esta ignominia al igual que al final de su novela El corazón de las tinieblas: se trata, solamente, del horror.

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