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¿Qué es la sucesión apostólica?

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Jeffrey Bruno | Aleteia

Aleteia Team - publicado el 16/03/15

Los obispos de hoy están unidos a los apóstoles por una cadena ininterrumpida: esta relación es una garantía de fidelidad a través del tiempo y de unidad a través del mundo

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1. La generación de los apóstoles, en sí misma, no tiene sucesión : ella, y sólo ella, ha visto a Cristo resucitado. La Revelación está completa después de la muerte del último apóstol.

De entre sus discípulos, Jesús, tras una noche de oración, escogió a doce, cuyos nombres aparecen en los Evangelios.

Habiendo desertado Judas, Pedro toma la iniciativa de proceder a su reemplazo. Hay que encontrar a alguien “de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado” (Hechos de los Apóstoles 1, 21-22). Después de echarlo a suertes, es Matías quien “fue agregado al número de los doce apóstoles”.

Unos años más tarde, Saulo se beneficia de una aparición de Cristo resucitado en el camino de Damasco : se convierte en Pablo, el Apóstol por excelencia, sobre todo entre los paganos. El caso de Pablo es único : no se volverá a producir en la historia.

Hay por tanto algo de particular en esta primera generación : han sido “testigos Oculares” (Lc 1,2); han “oído, visto, contemplado, tocado” (1 Juan 1,1). Lo que tenían que decir, lo dijeron.

Por eso “la Revelación está completa después de la muerte del último apóstol”. No hay que esperar otra Revelación, hasta el fin de los tiempos. “En estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo (Hebreos 1,2).

2. Allí donde predicaban el Evangelio, los apóstoles fundaron Iglesias. Se preocuparon de poder tener un futuro instituyendo, por la gracia de Dios, jefes de comunidad. San Pablo es testigo de ello.

Los evangelios dan testimonio de Jesús hasta su Ascensión, cuarenta días después de la Pascua. Los demás escritos del Nuevo Testamento (Hechos de los apóstoles, epístolas y Apocalipsis) dan testimonio de la actividad de los apóstoles y de las comunidades, de las “Iglesias” que se fundaron.

Jesús no fue un vagabundo que predicara al azar. Constituyó un núcleo, los Doce, a quienes prometió que les enviaría el Espíritu Santo.

Igualmente, los apóstoles se preocuparon desde el principio, no dejando a cada comunidad ir a la deriva, siguiendo cada una su inclinación natural.

Pablo evoca a las comunidades que fundó y les envía cartas, las “epístolas”. Las epístolas a los Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, unos veinte años después de Pentecostés, hablan ya de “Iglesias” y de los que están “a su cabeza”.

Él coloca a los “ancianos”, como se ve en Éfeso (Hechos 20,17). La primera carta de Pedro dirige recomendaciones a los ancianos que tienen una “grey de Dios que les está encomendada” (5,1-2).

Son bien conocidos dos de los colaboradores de Pablo, convertidos del paganismo, Tito y Timoteo : les envía a las comunidades fundadas por él, para evitar que vayan a la deriva. Ellos son destinatarios de tres epístolas, con consejos para el futuro. A Timoteo, Pablo le recuerda el “don espiritual que Dios ha depositado en ti por la imposición de mis manos”. 

El Apocalipsis de Juan empieza con dos cartas a las siete Iglesias de Asia Menor.

Los apóstoles se han preocupado por la unidad de la Iglesia, a través de los tiempos (“sucesión apostólica”) y en el espacio (“comunión»).

No se trata de plantar en la Iglesia primitiva el esquema de funcionamiento actual, pero deben destacarse varios rasgos : la preocupación por la continuidad, la transmisión del cargo por los apóstoles, el carácter tanto colectivo como individual, y el título de “pastores”, título apropiado en primer lugar a Cristo y que Jesús dio a Pedro.

La sucesión apostólica concierne, a la vez, al colegio apostólico en su conjunto y a cada sede episcopal en particular.

En la constitución sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II habla de la sucesión apostólica. Se expresa preferentemente en términos colectivos: el grupo de los  Doce, Pedro a la cabeza, vive hoy en el colegio de los obispos unidos al sucesor de Pedro y bajo su autoridad.

En el Credo, se dice que la Iglesia es “apostólica”: está fundada sobre los apóstoles, el grupo de los Doce, y tiene, actualmente, como pastores, a sus sucesores.

La insistencia, en la fe católica, de la sucesión apostólica no data del Concilio Vaticano II. Fue valorada, en el siglo II, por san Ireneo, obispo de Lyon, en su tratado Contra las herejías:

Podríamos enumerar a los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las Iglesias, y a sus sucesores hasta nosotros… Pero como las sucesiones de todas las Iglesias serían demasiado largas de enumerar, tomaremos sólo una de ellas, la  Iglesia más grande, más antigua y conocida por todos, que los dos apóstoles más gloriosos Pedro y Pablo fundaron y establecieron en Roma”.

San Ireneo cita entonces a los sucesores de Pedro y Pablo : Lino, Cleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pío, Aniceto, Sotero “y ahora Eleuterio”, que fue obispo de Roma a partir del 175. Los nombres de algunos de ellos figuran en la Oración eucarística nº 1, llamada “canon romano”.

3. La “genealogía episcopal” es del orden del signo. Manifiesta la fidelidad, de generación en generación, y la unidad, en torno al sucesor de Pedro.

La palabra “sucesión” no debe confundir. En el notario, el heredero recibe lo que el autor del testamento le ha legado de lo que poseía. En este sentido, un obispo no es “heredero” de su predecesor : a través del procedimiento que sea, es de Dios de quien recibe el encargo de “apacentar la Iglesia de Dios”. Es capacitado para recibir este cargo por un don especial del Espíritu Santo, durante su consagración episcopal.

La palabra “geneaología” no está exenta de peligro. Pero tiene una ventaja: nadie puede pretender poseer la vida. Ni el padre, ni la madre, ni siquiera la pareja posee la vida. Ambos la han recibido y la perderán. No son propietarios. La transmiten. Como comparación, podría decirse incluso que quien consagra a un nuevo obispo transmite lo que no le pertenece.

Pero es así en también en todos los sacramentos : la gracia de Dios se comunica por gestos y palabras de hombres, llamados “ministros” de los sacramentos (“ministro” significa “servidor”). Los sacramentos se inscriben en la línea de la Encarnación: Dios se ha hecho visible.

Igualmente, por la sucesión apostólica, a la vez colegial y personal, se puede localizar la continuidad con la generación de los primeros testigos y la cohesión en el interior de la Iglesia, a pesar y a través de la diversidad de culturas.

San Ireneo se apoya en la sucesión apostólica para responder a los herejes que, contra esta continuidad y colegialidad episcopales, “han constituido agrupaciones ilegítimas”.

“Es en toda la Iglesia como puede percibirse la Tradición de los apóstoles, que ha sido manifestada en todo el mundo : la condición es que cada Iglesia permanezca en comunión con la Iglesia de Roma”.

Después de enumerar a los sucesores de los apóstoles Pedro y Pablo, san Ireneo escribe: “He aquí a través de qué continuación y sucesión la Tradición se encuentra en la Iglesia que a partir de los apóstoles y la predicación de la verdad ha llegado hasta nosotros.

Y la prueba más completa de que es una e idéntica a sí misma es esta fe vivificante que, en la Iglesia, desde los apóstoles hasta ahora se ha conservado y transmitido en la verdad”.

4. La importancia que se da a la sucesión episcopal es uno de los temas de debate en el diálogo ecuménico.

La sucesión apostólica ha sido observada en las Iglesias ortodoxas, como en la Iglesia católica. En cambio, no ha sido conservada ni considerada importante entre los protestantes y los evangelistas. Para los anglicanos, la cuestión se encuentra en debate.

El papa León XIII tomó una postura negativa en el siglo XIX. Desde entonces, se han añadido novedades al asunto. De esta cuestión depende la validez de la ordenación de los sacerdotes.

Por el momento, cuando un “sacerdote” de la Iglesia de Inglaterra quiere convertirse en sacerdote católico es ordenado nuevamente por un obispo católico.

La sucesión apostólica, en sí misma, no es suficiente para garantizar la unidad.

Los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre, contra la voluntad del papa Juan Pablo II, se inscriben ciertamente en la sucesión apostólica. Sin embargo constituyen un “grupo eclesial implicado en un proceso de separación”, según una expresión del Papa Benedicto XVI.

Para que haya unidad plena, es necesario que la sucesión apostólica de los obispos vaya a la par con la colegialidad en torno al sucesor de Pedro.

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ecumenismoiglesia catolicaobispo
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