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¿Los católicos adoran las imágenes?

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Nibaldo Perez y Abraham Madriz-iglesiadesantiago.cl

Henry Vargas Holguín - publicado el 03/09/14

Algunos dicen que los católicos rinden culto a las imágenes y por ello cometen idolatría. ¿Es esto cierto? ¿Por qué los católicos usan imágenes?

¿Por qué los católicos tenemos imágenes de lo que adoramos, o sea Dios? ¿De dónde nació la idea? (Noemí F.Q., desde Facebook)

El uso de imágenes y cuadros religiosos, principalmente en iglesias y casas,  ha sido y es muy difundido desde tiempos inmemoriales.

El tema de las imágenes sagradas suele ser bastante polémico; y en la relación de la Iglesia con quienes pretenden seguir a Cristo fuera de la misma es un palo en la rueda, porque estas personas, entre otros muchos errores, creen que en la Iglesia adoramos imágenes, pero no es así en absoluto.

Para aclarar el tema demos un vistazo a la historia sagrada. Comencemos por decir que en el Antiguo Testamento estaba severamente prohibido el culto a todo tipo de imágenes o representaciones plásticas de la divinidad.

El primer mandamiento del Decálogo lo dice con palabras contundentes:

“No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás ni escultura ni imagen alguna… No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios celoso…”. (Ex 20, 3-5).

Queda pues prohibido todo tipo de imágenes que se presenten como divinidad. El mandamiento comienza diciendo “No habrá para ti otros Dioses delante de mí”, o dicho de otra manera: “No te hagas ningún ídolo”.

Pero a pesar de esta prohibición tan clara, inmediatamente después de haber prometido cumplir la ley, el pueblo se fabrica un becerro de oro, y lo adora como Dios: “Éste es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de Egipto” (Ex 32,8). De esto precisamente Dios les advertía.

Este pecado de idolatría es causa de que Dios decida destruir al pueblo. Sólo la intercesión de Moisés consigue que Dios se apiade y le perdone (Ex 32, 1-14).

Y Dios les advirtió también a los Israelitas de las imágenes que hallaran entre los pueblos paganos: “Quemaréis las esculturas de sus dioses y no codiciarás el oro y la plata que los recubren” (Deut 7,25).

Naturalmente, esta prohibición queda en pie en el Nuevo Testamento con la misma intención o el mismo objetivo. La Biblia muestra que también los cristianos evitaron el uso de imágenes que pudieran ser objeto de adoración. San Pablo dice en su discurso en Atenas:

Si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre” (Hechos 17, 29).

Además el apóstol San Juan dice: “Hijos míos, guardaos de los ídolos” (1 Jn 5,21). También en la Iglesia naciente se tiene claro que la adoración sólo se tributa a Dios. Por eso, en el Imperio Romano, muchos cristianos fueron mártires por no querer adorar ídolos.

Pero también tengamos en cuenta que los ídolos no son necesariamente esculturas o imágenes pues también hay ídolos inmateriales, insospechados y muy absorbentes en los cuales nos refugiamos y buscamos para poner nuestra seguridad.

Son ídolos que mantenemos bien escondidos: la ambición, el gusto del éxito, la tendencia a estar por encima de los otros, el mal uso de la sexualidad, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. En todo caso los ídolos nos alejan de Dios, nos distraen en nuestro auténtico objetivo de vida: La salvación.


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¿Cuál es el motivo de la prohibición del Antiguo Testamento?

La verdadera razón de esta prohibición es que Dios es el único Dios. No se resigna a ser, por ejemplo, el primero entre los dioses, sino el  único Dios.

En consecuencia, los  dioses o ídolos no son nada. Isaías ridiculiza a los ídolos y a quienes los adoran (Is 44, 9-20).

Se prohibía representar a Dios con imágenes para que las personas no fueran a pensar que Dios tenía la forma de una creatura o fuera un objeto.

En el fondo, el mandamiento mira al bien del pueblo, todo de cara a que el pueblo no se condenara adorando algo equivocado.

Es decir lo que no se acepta es acudir a objetos materiales y depositar en ellos la plena confianza que le debemos al Dios único, vivo y verdadero.

Dios no es un ser material, sino una realidad espiritual. Por eso el pueblo tampoco puede adorar representaciones materiales del verdadero Dios, porque corre el peligro de confundir al verdadero Dios con la imagen que lo representa, llegando a creer que se trata de un Dios material.

¿Y por qué han existido y existirán las imágenes?

Lo que muchos desconocen es que así como existe una prohibición de hacer imágenes (y ya sabemos por qué) también hay una permisión de hacer imágenes.

Tengamos en cuenta que la prohibición se refiere directamente a la adoración de imágenes, no al simple hecho de hacerlas con tal de que éstas sirvan sólo de signo de la presencia de Dios.

En este sentido Dios manda hacer cosas, objetos o imágenes. Como es el caso de El Arca de la alianza con sus querubines de oro y con el propiciatorio también de oro puro (Ex 25, 10-22); elementos que no merecen honores divinos, no se les puede rendir culto como si se tratase de Dios.




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Pero la gente necesitaba y necesita también esos signos sensibles. Dios ha mandado construir esto como signo de su presencia en medio del pueblo.

Se acude al Arca de Dios para hacer oración porque es signo de su presencia (Jos 7,6). Y la prueba de todo esto está también en que la misma tienda del encuentro fue construida por orden divina y estaba llena de imágenes, lo mismo el Templo de Jerusalén también las tenía. Queda claro que estas no violaban la prohibición dada por Dios.

¿Otro ejemplo? La construcción de la serpiente de bronce que Dios ordena a Moisés:

“Hazte una serpiente de bronce y ponla sobre un mástil (Jesucristo mismo considera esta serpiente de bronce como símbolo de sí mismo). Todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá”: (Núm 21, 6-9). Naturalmente, no se trata de que esta serpiente de bronce tuviera alguna virtud especial, que la pudiese elevar al rango de divinidad. El recurrir a ella era un acto de fe y de confianza en la Palabra que Dios les había dirigido. Cuando, más adelante, el pueblo, desviándose de esta intención, le rinde culto, Ezequías mandó destruirla (2 Re 18, 4).

Los textos de la Biblia que prohíben hacer imágenes  son para los del Antiguo Testamento, por el peligro que tenían de caer en la idolatría como los pueblos vecinos, que adoraban los ídolos como si fueran dioses.

Los textos del Nuevo Testamento que hablan de los ídolos, se refieren a auténticos ídolos adorados por paganos, pero no a simples imágenes.

Por eso el II Concilio Ecuménico de Nicea del año 787, “justificó… el culto de las sagradas imágenes…”: (Catecismo de la Iglesia Católica, 2131).

El Dios del Antiguo Testamento no tenía cuerpo, era invisible. No se le podía representar por imágenes. Pero desde que Dios se reveló en forma humana, Cristo se hizo “la imagen visible del Dios invisible”, como dice san Pablo (Col 1:15); y sí, le vieron y tocaron.

Es decir, en el Nuevo Testamento, la permisión de imágenes que representen la divinidad toma un carácter nuevo, por el hecho de la Encarnación del Hijo de Dios.

Dios sigue siendo puramente espiritual, pero ha quedado íntimamente unido a una naturaleza humana, que es material. Por esta razón, es lógico que lo representemos para darle culto (Catecismo de la Iglesia Católica, 1159ss, 2129ss).

La representación de imágenes de Cristo es completamente lícita, ya que es la representación de alguien que es realmente Dios.

Por tanto el culto que le damos a Jesús mirando una imagen suya no es de adoración a la materialidad de la imagen, sino a la Divina Persona que en ella está representada.

Y al mirar, por ejemplo, la imagen de Cristo crucificado, recordamos lo mucho que Él sufrió por nosotros y nos sentimos movidos a amarlo más y a confiar más en Él.

En cualquiera de los casos, el cristiano sabe que la imagen, aunque sea de Cristo, no es la divinidad y, en consecuencia, no se le rinde culto a esa materialidad.

Una imagen representa al Hijo de Dios, o a otras personas íntimamente relacionadas con Él; por esto será lícito representar imágenes de la virgen y de los santos.

La imagen es simplemente una representación y un recuerdo de aquellas personas; es decir cuando se ora ante una imagen no se está haciendo culto al objeto, no se le está hablando a la materialidad de la imagen sino rindiendo culto a Dios (culto de Latria), o a María (culto de Hiperdulía) o a los santos (culto de dulía).

Dice el Concilio II de Nicea del 787 (Sesión 7ª, 302) el séptimo ecuménico contra los iconoclastas: “El honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en ella“. (Denzinger, pág. 155).

En la Iglesia veneramos a los santos, porque se merecen nuestro verdadero respeto, admiración y gratitud. Gracias a sus imágenes los recordamos y al mismo tiempo nos traen a la mente verdades religiosas de gran provecho espiritual y nos dicen algo relacionado con sus vidas.




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Por ejemplo, gracias a las imágenes recordamos quien era el santo (obispo, laico, religioso, etc.), qué virtud practicó más (pureza, pobreza, obediencia, etc.), qué lo hizo santo (martirio, estudio, la misión, etc.).

Así también al ver una imagen de la Madre de Dios nos viene a la memoria que tenemos en el cielo a una madre inmaculada que nos ama, intercede por nosotros y nos pide que llevemos una vida santa.




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Cuando vemos una imagen de las benditas almas del Purgatorio, recordamos la realidad del purgatorio y nos mueve a orar por los difuntos.

Las imágenes son como tener en casa el retrato de los padres para mirarlo y besarlo con respeto. Se entiende que no se besa la foto, sino a los padres que están lejos o ya están en la eternidad.

En los libros hay retratos de grandes personajes para que los lectores  los conozcan y, si han sido buenos, los admiren y los imiten; y eso a nadie le parece mal.

También en los edificios públicos y en las plazas hay estatuas de grandes héroes a los que se les colocan coronas de flores, y eso está bien.

Los santos, a través de sus imágenes, no se adoran, se veneran. La adoración sólo es para Dios. Venerar es reconocer el valor que tiene para mí alguien o algo, por lo cual merece nuestro respeto. Nosotros veneramos a nuestros padres y a nuestra patria, pero no por eso los adoramos. Adoramos sólo a Dios.

Un protestante alguna vez me dijo: “Pero ponerse de rodillas ante las imágenes es adoración”. Pero en realidad no es así. Aun los más humildes en el fondo de su corazón saben que una imagen sagrada o religiosa no es un Dios ni es el santo.

Yo creo que hasta un niño cuando ve una imagen, sin mucho conocimiento religioso, entiende que una imagen es sólo eso, no es Dios  o el santo a quien representa.

Hay que recordar que el gesto de ponerse de rodillas tiene un significado diverso dependiendo de la intención con que se haga.

Cuando lo hacemos ante una imagen lo hacemos como un acto de veneración dirigido a quien la imagen representa. Cuando los ancianos de Israel se postraban ante el Arca de la Alianza, no se postraban delante de una caja de madera, sino delante de Dios.

Es lo mismo que pasa cuando rezamos ante el sagrario o ante una custodia; nosotros no rezamos a una caja o a un objeto metálico, es al Señor, presente en el sacramento de la Eucaristía.




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Externamente podría parecer que un gesto de veneración a una imagen es similar al de un pagano idólatra que sí adora la imagen en sí misma, pero hay una diferencia sustancial.

¿Cuál? ¿Dónde está?

Está en la intención del corazón de quien lo hace, y cómo considera éste el significado de la imagen.

Pasa lo mismo que con el gesto de la genuflexión que hacen las señoras bien educadas a los reyes; es un respeto que pide el protocolo. Ninguna de esas señoras, como es lógico, pretende adorar a los reyes.

Pero las imágenes para los católicos no tienen el mismo significado que sí tenían para los paganos, que las consideraban realmente dioses.

Nosotros a las imágenes no las adoramos, y sabemos perfectamente que son solo representaciones, ya sea de Cristo o de sus santos.

No hay que sacar el texto de contexto. Lo que se prohíbe en la Biblia no es la fabricación de imágenes sino su adoración.

Otra prueba de que el primer mandamiento de la ley de Dios no se refiere a cualquier tipo de imágenes, ni siquiera religiosas, es que allí se usa la palabra hebrea pésel que significa “ídolo”.

Es más, en la misma lengua existen palabras para referirse a otro tipo de imágenes no idolátricas para referirse a imágenes decorativas o representativas, palabras que no están el primer mandamiento.

Si una imagen no es un ídolo (una imagen que sea considerada como un Dios en sí misma), pues no representa ningún problema y podemos tener nuestros templos llenos de ellas, tal como lo estaba el templo de Salomón, el cual luego de ser reconstruido fue visitado por Jesús sin que Él objetara en lo absoluto la presencia de imágenes.

Hay otros dos gestos muy bonitos y es el besar las reliquias de santos y tocar las imágenes, ¿qué están haciendo?

Están expresando amor hacia quienes son intercesores y un estímulo en la vida cristiana. Es una manera de querer tener un grato contacto con dicho santo.

Además esas imágenes, al estar bendecidas por Dios, de alguna manera algo de esa bendición puede pasar a través de ellas.

Ciertamente se trata de una fe sencilla, como la de aquellos que buscaban sanar con tocar los pañuelos de san Pablo (Hechos 19,12) o como el conocido caso de la hemorroísa que al tocar el manto de Jesús sanó (Marcos 5,26-31).

¿Consideran ustedes que esas personas creían que fueron sanadas por pañuelos y mantos? ¿No recuerdan que Jesús habla de la fe como un granito de mostaza? (Mateo 17,20).




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