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¿Verdaderamente Jesús ha existido? ¿Hay pruebas?

Red Jesus Christ (EUA)

Richard Kane - Fotolia.com

Aleteia Team - publicado el 07/08/14

Hay gente que dice que Jesús es un mito y no un personaje histórico. ¿Qué dice la Historia sobre ello?

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1. La vida terrenal de Cristo no tenía nada para merecer la atención de algunos historiadores del inicio de nuestra era: la trayectoria de un joven provinciano que no construyó nada, no escribió nada y sólo predicó tres breves años en Palestina antes de morir en una cruz romana no tenía realmente vocación de marcar la historia.

La vida de Jesús debería ciertamente haber pasado totalmente inadvertida desde un punto de vista histórico. No fue alguien noble, ni un rey, no realizó ninguna gesta militar ni nada que dejase rastros arqueológicos (¡excepto la Síndone de Turín y algunas reliquias!). Respecto al pequeño número de autores del siglo I que conocemos, y que son básicamente romanos y alrededor de unos veinte según el historiador inglés E. M. Blaiklock, se interesaban en general sólo por los grandes acontecimientos políticos. Finalmente, la invasión y la destrucción de Jerusalén por los romanos (año 70) y el hecho de que éstos, durante tres siglos, intentaran afanosamente erradicar toda huella del cristianismo, no dejarían a priori muchas posibilidades de que quedaran muchas evidencias disponibles acerca de lo que había ocurrido en Palestina en tiempos de Jesús, y mucho menos de la vida de Jesús.

“Este «hacerse uno de los nuestros» del Hijo de Dios acaeció en la mayor humildad”, escribe Juan Pablo II en su Carta Encíclica Tertio millenio adveniente, en 1994. Por ello no sorprende, añade, que “la historiografía profana, pendiente de acontecimientos más clamorosos y de personajes más importantes, no le haya dedicado al principio sino fugaces, aunque significativas alusiones” (n. 5).

2. Cristo tiene sin embargo muchos discípulos, que se armaron de valor después de su resurrección y dieron testimonio, con el precio de su vida, de lo que habían visto y oído. Enteramente, los 27 libros del Nuevo Testamento presentan criterios de fiabilidad histórica: uno podría sacrificarse por lo que cree que es la Verdad, pero nunca daría su vida por algo que sabe que es mentira.

Los 27 libros del Nuevo Testamento, escritos por 4 evangelistas y 5 autores de cartas, por testigos y contemporáneos, cubren el periodo que se extiende desde el nacimiento de Cristo al ministerio de los primeros apóstoles. Las cartas de Pablo están datadas entre los años 48 y 67, lo que le sitúa en una época en que los adultos habían sido contemporáneos de Cristo y podían por tanto reaccionar respecto a la veracidad de sus escritos.

Dejando de lado ciertas divergencias menores que podemos generalmente explicar, encontramos en estos escritos una abundancia de detalles geográficos e históricos que concuerdan perfectamente entre sí, y una abundancia de criterios fiables que muestran que estos testigos son hombres sinceros y bien informados: hombres que no temen revelar sus propias equivocaciones, faltas o debilidades con tal de contar fielmente lo que sabían de los hechos. Por ejemplo, no callan ninguno de los reproches que les dirigía Jesús: “oh corazones sin inteligencia, lentos para creer…” (Lc 24,25).

Parece difícil poner en duda la sinceridad de estas personas que quieren hasta dar la vida para afirmar la veracidad de lo que dicen. ¿Qué interés tendrían en mentir? ¿Para engañar a quién y conseguir qué? Tres de los Evangelistas y 11 de los 12 apóstoles sellaron su testimonio con el martirio. Uno se sacrifica por algo que cree que es la Verdad, pero nadie da su vida por lo que sabe que es una mentira.

La prueba más contundente de que Jesús existió es esta: el hecho de que miles de cristianos desde el primer siglo, incluyendo los Doce Apóstoles, hayan efectivamente aceptado arriesgar o entregado sus vidas como mártires por Cristo Jesús.

La existencia de Cristo es atestiguada en seguida por los testimonios de contemporáneos con una gran continuidad, desde el siglo I hasta el siglo II, y después por los Padres de la Iglesia y también por los relatos apócrifos.

3. Aparte de los 27 libros del Nuevo Testamento, que nos proporcionan informaciones de primera mano sobre Jesús, sobre su vida y su enseñanza, existen otros muchos escritos no bíblicos que atestiguan su historicidad:

Los primeros testimonios históricos a tener en cuenta son los de los padres llamados “apostólicos”, son los hombres o los escritos anónimos del periodo inmediatamente siguiente al de los apóstoles. Encontramos por ejemplo las cartas de Clemente de Roma (un colaborador cercano de san Pablo), de Ignacio de Antioquía (probable discípulo de Pedro y Juan), y de Policarpo de Esmirna (instruido por los apóstoles y constituido obispo por ellos), que comentan las Escrituras e ilustran a las comunidades cristianas sobre las diversas enseñanzas transmitidas por Jesús a los primeros discípulos.

Para ellos, y para toda la generación siguiente (del siglo II al siglo VI) los autores eclesiásticos, conocidos bajo el nombre más genérico de “Padres de la Iglesia”, como Eusebio de Cesarea, Ireneo de Lyon, Orígenes, Tertuliano, no tuvieron ninguna duda de que Jesús es un personaje histórico. Y su adhesión a sus enseñanzas es total.

En cuanto a los relatos apócrifos, que plantean a los historiadores tantos problemas de reconstitución a causa de la frágil fiabilidad de las tradiciones que transmiten, jamás ponen en duda la existencia de Jesús (cf. Aleteia: “¿Qué son los evangelios apócrifos?”)

Junto a estas fuentes, que ofrecen también un testimonio de los primeros balbuceos de la Iglesia tras la muerte de Jesús, otros escritos no cristianos del mundo antiguo mencionan la persona de Jesús sin poner jamás en duda su existencia.

4. Incluso los judíos que combatieron a la Iglesia desde el principio, nunca pusieron en duda los relatos evangélicos:

El Talmud, que es una recopilación de las tradiciones orales del judaísmo, redactada en el siglo IV, habla de Jesús en varios lugares, diciendo de él y de sus discípulos que hacían milagros mediante la magia, pero sin evocar jamás la hipótesis de que nunca existiera. El Talmud babilónico confirma también la crucifixión de Jesús la vigilia de la Pascua.

Jesús es también mencionado por el historiador judío convertido en ciudadano romano Flavio Josefo (siglo I), quien menciona a Jesús y a su “hermano” Santiago en sus “Antigüedades judías” (sobre la historia del pueblo judío). Éste, contemporáneo de los acontecimientos, habla también de un “Jesús hábil en hacer prodigios” que “fue condenado a la cruz”….

Es mencionado también por el filósofo platónico Celso, un judío romano autor del “Discurso verdadero”, virulento ataque contra el cristianismo (siglo II). En él escribe: “Vosotros consideráis Dios a un personaje que acabó una vida infame mediante una muerte miserable”.

Entre los romanos, podemos señalar tres testigos que, como los judíos, no son en absoluto elogiosos hacia él, pero que tienen el mérito de aportar otras pruebas de la existencia de Jesús: Plinio el Joven, gobernador romano hacia el año 122 de nuestra era, el historiador Tácito, considerado como el más preciso del mundo antiguo, que habla de la muerte de Jesús en sus Anales escritos hacia el año 115, y Suetonio (+ 125) que cita a los cristianos en “La vida de los 12 Césares”: “Claudio expulsó a los judíos de Roma, que causaban permanentes problemas a instigación de un tal Chrestus », dice en una de ellas.

Hay que señalar igualmente el testimonio de un escritor satírico griego: Luciano de Samosata (125 – 192), que dice de Cristo que “es honrado en Palestina”, pues “fue crucificado después de introducir un nuevo culto entre los hombres"; es "el primer legislador" de los cristianos, él es "el sofista crucificado" cuyas leyes siguen. (Muerte de Peregrinus, párrafo 11-13)

Está también el pagano Thallus (o Thale), un historiador/cronista contemporáneo de Cristo, citado por el escritor Sexto Julio Africano (en 220), que habla del eclipse que tuvo lugar en el momento de la crucifixión de Cristo.

Otro testimonio procede de uno de los raros documentos históricos del siglo I que ha sido encontrado: una carta conservada en el British Museum (manuscrito sirio n°14658), en el que un cierto Mara Bar-Serapion, sirio, entonces en prisión, dirige a su hijo Serapion, pidiéndole que busque los caminos de la sabiduría. Tras haber citado los nombres de Sócrates y Pitágoras, cita el de Cristo (Christus) diciendo de él: “… qué ventaja obtuvieron los judíos ejecutando a su rey sabio? Su reino fue destruido poco después…”. El sirio confirma indirectamente que Jesús era reconocido como un hombre sabio y virtuoso, considerado por muchos como el rey de Israel, que fue ejecutado y que sobrevivió en las enseñanzas de sus discípulos.

“Estos relatos independientes muestran que desde los primeros tiempos ni siquiera los adversarios del cristianismo dudaron jamás que Jesús haya realmente existido”, concluye hoy la Encyclopediae Britannica, precisando que “no es sino a finales del siglo XVIII, durante el siglo XIX y a principios del siglo XX cuando la historicidad de Jesús fue puesta en duda por primera vez, por motivos insuficientes, por parte de diversos escritores”.

En el siglo XVII, la historia se convirtió en una verdadera ciencia. Fue en ese momento cuando nacieron (como en muchos otros temas), las primeras preguntas sobre la existencia de Jesús. Pero fue en los siglos siguientes cuando se plantearon verdaderamente dudas y discusiones, ciertos historiadores extremistas empezaron a desarrollar tesis según las cuales el personaje de Jesús no fue sino el producto de un mito o de una mitología.

Pero sus tesis han sido desmontadas una tras otra por los historiadores especializados, como el profesor de historia del cristianismo en la Sorbona, Charles Guignebert, en 1933, quien dijo respecto a ellas: “Los esfuerzos, con frecuencia eruditos e ingeniosos de los expertos de la mitología no han convencido a los sabios independientes y desinteresados, a quienes no les impediría reconocer un hecho bien establecido. Su adhesión hubiera tenido una razón de ser. El entusiasmo de los incompetentes no compensa este fracaso”.

Después de los años 30, la cuestión de la historicidad de Jesús tuvo un paréntesis, y después conoció una nueva tentativa de recuperación en los años 50, pero fue rápidamente sofocada por los especialistas en Nuevo Testamento y en el cristianismo antiguo, que no aceptaron ninguna de las hipótesis propuestas.

A día de hoy, el 95% de los historiadores cree que Jesús existió. Son unánimes: ¡existen muchas más pruebas de su existencia que de la existencia de otros personajes históricos como Julio César, por ejemplo, nacido cien años antes que él!

Citas.

– “Este « hacerse uno de los nuestros » del Hijo de Dios acaeció en la mayor humildad, por ello no sorprende que la historiografía profana, pendiente de acontecimientos más clamorosos y de personajes más importantes, no le haya dedicado al principio sino fugaces, aunque significativas alusiones” (Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente, 10 noviembre 1994, n. 5).

– Enciclopedia Británica, 15ª edición – A propósito de los testimonios independientes sobre Jesús: “Estos relatos independientes muestran que desde los primeros tiempos ni siquiera los adversarios del cristianismo dudaron jamás que Jesús haya realmente existido. No es sino a finales del siglo XVIII, durante el siglo XIX y a principios del siglo XX cuando la historicidad de Jesús fue puesta en duda por primera vez, por motivos insuficientes, por parte de diversos escritores”.

– Gran Enciclopedia Larousse : "Los historiadores serios son unánimes al afirmar sin duda que Jesús existió realmente” (Tomo 11, p 6699)

– Suetonio (testigo indirecto que prueba que 20 años después de la muerte de Cristo había cristianos activos en Roma): “Como los judíos no dejaban de crear problemas en la ciudad a instigación de un cierto Christus, él (Claudio) los expulsó de Roma" (Vida de Claudio, XXV.11) – La medida represiva de Claudio es por otro lado atestiguada en los Hechos de los Apóstoles (año 52, en Corinto, Pablo encuentra una familia judía que había sido expulsada de Roma (Hch 18, 2).

– Suetonio: “Él entregó a las torturas a los cristianos, raza adicta a una superstición nueva y culpable” (Vida de Nerón, XVI.3).

-Tácito: “el nombre de cristiano viene del nombre de Cristo, que fue condenado bajo el reinado de Tiberio, por el procurador Poncio Pilato , …” (Annales, 15.44)

– Plinio el Joven: “Los que negaron ser cristianos o haberlo sido, o bien invocaban a los dioses de acuerdo con la fórmula que yo les dictaba y sacrificaban mediante el incienso y el vino ante tu imagen que me había traído para este fin con las estatuas de los dioses, o bien maldecían a Cristo – cosas todas ellas que es imposible conseguir de aquellos que son realmente cristianos – pensé que debía ponerlos en libertad … [Los que dijeron que eran cristianos] afirman que toda su culpa o su error se limitaba a tener la costumbre de reunirse en un día fijo antes del amanecer y de cantar entre ellos alternativamente un himno a Cristo como a un dios … " (Cartas y Panegírico de Trajano: X/96/5-7) Este texto no afirma la existencia de Jesucristo, pero la confirma de forma indirecta: prueba que en efecto a comienzos del siglo II, hombres y mujeres creían firmemente en su existencia.

– “Nuestro conocimiento de Jesús es una continuidad sin ruptura” (P. Antoine Guggenheim).

Agradecemos al P. Guillaume de Menthière, sacerdote francés, profesor en la Escuela catedral (Colegio de los Bernardinos – París), la revisión de este artículo.

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