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¿Por qué a pesar de tener tanto nos falta todo?

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Juan Ávila Estrada - publicado el 05/07/14

¿Qué sucede en nuestro entorno que nos lleva a vivir hastiados y a no tener razones para vivir?

¿Por qué tanto dolor en el mundo? ¿Qué sucede en nuestro entorno que nos lleva a vivir hastiados  y a no tener razones para vivir y por eso pretendemos arañar a la existencia un poco de  felicidad?

Miremos un poco las familias: esposos solitarios que pretenden llenar su soledad con la soledad de otro semejante a ellos. Esos que creen que un solitario más otro solitario hacen una compañía e ignoran que sólo suman dos soledades. En búsqueda de ese deseo de felicidad entonces se vuelcan sobre el hijo engendrado en quien pretenden llenar todos sus vacíos y lo que logran es volcar sobre ellos la pobreza que llevan en su corazón.

¿Cómo romper con este panorama tan triste que no augura un mundo  en el que podamos creer verdaderamente en la felicidad como parte del proyecto de salvación que Dios tiene para nosotros?

Es como si estuviéramos condenados a  contentarnos con vivir con efímeras alegrías que nos llevan a la euforia pero cuando desaparecen nos dejan aun más vacíos que antes. No puede ser posible; tiene que ser verdad ese anhelo del corazón.

No se puede vivir sin creer en la felicidad, sin creer en el amor, pero sobre todo arriesgarse para volverlo una realidad, para retarnos a nosotros mismos y disponer de toda nuestra energía para construir aquello que no aparecerá nunca por arte de magia sino que será siempre el proyecto vital de todo humano.

No creo que exista persona alguna que quiera una amor que caduque, que tenga fecha de vencimiento, que sea temporal. Amar implica creer que es por siempre y para siempre pero que no hay tal amor sólo por el deseo sino por la decisión, por el trabajo denodado de quien sabe que no desea algo sin importancia sino la esencia misma de lo que dará sentido perfecto a todo cuanto es.

Ser felices para hacer felices, pero hacer  felices para  ser felices. Esa es la dinámica de la felicidad y del amor. No hay lo uno sin lo otro. Ninguno puede ser feliz si no se compromete con la felicidad de los demás.

Pero no puede el hombre olvidar que no se debe dejar ese anhelo en estado salvaje, es decir, que la suerte, el azar, la confabulación de las fuerzas del cosmos se unan todas para atraernos mágicamente aquello que Dios nos ha dicho: “Yo soy”. Sí, porque es Dios, por medio de la persona de Jesús, quien da razón a lo que no tiene razón, sentido al sinsentido y plenitud al vacío.

Pero es que  hoy no nos hablan de ello. Hemos dejado todo al destino, como si estuviera escrito, a lo aleatorio, a la alineación de los planetas para que ellos sean los que determinen la felicidad humana. Faltan padres que amen de verdad y esposos que se amen de verdad para que sus hijos aprendan a amar de verdad, para que no sólo sepan cómo un padre ama a su hijo sino como un esposo ama a su mujer.

Faltan padres que consientan menos y amen mejor; esos que no gastan tiempo sino que  lo invierten con sus pequeños, que se apasionan por la vida como por el fútbol, que se vuelven hinchas de Jesús como de su equipo local o nacional, que lloren de emoción por la ternura y no sólo por la pérdida de un partido.

Necesitamos padres que miren de frente y con amor a sus pequeños y les digan sin más: “te amo porque sí, porque eres mi hijo y eso no lo cambiará nada ni nadie y te amaré por siempre”; padres que toquen menos sus bolsillos creyendo que los hijos necesitan cosas y toquen más su corazón.

Que no les de miedo amar, ser tiernos, tener el poder del perdón y de la reconciliación; padres que no teman amarse perfectamente delante de sus pequeños y de hacerlos sentir seguros de quienes son.

Así será como este mundo empiece a sanar tanto dolor, tanta frustración y vacío. Habrá menos suicidas y más amantes de la vida. Tendremos fuertes ante el matoneo escolar y la burla de los adversarios. Porque todo en casa será siempre una enorme fortaleza de seguridad en el amor.

Eso es lo que le falta a este mundo enmarañado en redes sociales cada vez menos sociales. Donde riamos menos con la pantalla del móvil y más con las personas, la familia. Tocar, abrazar, besar, decir te amo, eso es lo que salvará este mundo que Dios nos ha hecho no simplemente para poblarlo sino para amarlo como lo ama Él.

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