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¿Qué dice la Iglesia sobre el satanismo?

La messa nera, parodia della celebrazione eucaristica 2 – es

© Mickaël Caruge

Luis Santamaría - publicado el 11/05/14

Asociarse a Satanás no puede traer consigo otra cosa que unirse a su acción destructora de la felicidad del hombre

Ante el anuncio de una “misa negra” convocada por el Templo Satánico en la Universidad de Harvard, la Archidiócesis de Boston (EE.UU.) ha expresado su tristeza y su fuerte oposición. Muchos se preguntan: ¿qué dice la Iglesia sobre la adoración demoníaca? Y, yendo a los principios, ¿de verdad existe el Diablo según la fe cristiana, o es sólo un símbolo o metáfora del mal?

Satanás, un ser personal

La Biblia afirma la existencia del Demonio. Son muchos los lugares de la Sagrada Escritura en los que aparece como un ser personal que tienta al ser humano, como enemigo de su felicidad, porque es por naturaleza opuesto a Dios. En los evangelios es una figura importante, y se observa la acción de Jesús exorcizando (expulsando demonios) y venciendo su poder. Lo llama “padre de la mentira” y “homicida desde el principio” (Jn 8, 44). En las tentaciones le dice claramente que sólo a Dios se debe adorar, aunque Satanás pretenda ese culto por parte del hombre (Mt 4, 10). La doctrina de la Iglesia lo ha afirmado desde siempre, y esta convicción aparece también en la liturgia, además de existir el ministerio del exorcista. Los diablos son ángeles creados buenos por Dios, pero que lo rechazaron en el uso de su libertad (caída). Su elección rebelde es irrevocable, y desde entonces intentan seducir al hombre (Catecismo de la Iglesia Católica 391-395, 538-540).

El Papa Francisco ha sorprendido a muchos por sus repetidas alusiones al Diablo en sus intervenciones, sobre todo en la predicación de la Misa que preside a diario. El 11 de octubre de 2013 dijo con claridad: “por favor, no hagamos tratos con el demonio”. Y recordó: “La presencia del demonio está en la primera página de la Biblia y la Biblia acaba también con la presencia del demonio, con la victoria de Dios sobre el demonio”. Siguiendo las palabras de Jesús en el evangelio, exhortó a los fieles a “velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno”. Y terminó subrayando que Cristo “ha venido a luchar por nuestra salvación, Él ha vencido al demonio”.

El culto demoníaco, una forma de idolatría

La fe en el Dios único, tanto en el cristianismo como en los demás cultos monoteístas, excluye la adoración de otros seres o cosas que no sean Él. En la Biblia son abundantes las referencias negativas a la idolatría, ya que los ídolos acaban exigiendo la sangre de los hombres, mientras que el Dios verdadero se ha encarnado y ha derramado su propia sangre para salvar a los hombres. Al establecer su alianza con el pueblo elegido, Dios exige exclusividad de culto en una relación de amor única, Él es el único Señor de su pueblo (Dt 6, 13-16).

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la idolatría “es una tentación constante de la fe” que “consiste en divinizar lo que no es Dios”. Por eso, hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc.” (n. 2113). La enseñanza católica también rechaza “el recurso a Satán o a los demonios” como forma de adivinación, ya que cualquier forma que tome ésta no deja de ser “un deseo de grajearse la protección de poderes ocultos” (nn. 2116-2117).

¿Cuál es la relación entre Satanás y el ocultismo?

Entrevistado en 1999 sobre este tema, el cardenal Joseph Ratzinger dijo a la revista 30 Giorni que “sin el demonio, que provoca estas perversiones de la creación, no podría existir todo este mundo del ocultismo y de la magia”. ¿Y cómo actúa Satanás en este medio? “Se ofrece una entidad aparentemente divina que nos inspira sobrenaturalidad. En cambio, no son más que una parodia de lo divino. Poderes, pero poderes en decadencia, simples ironías contra Dios”. Así, el llamado padre de la mentira ejerce como tal en la acción mágica y ocultista, ya que en estos fenómenos “encontramos realmente la mentira en su más alto estado de pureza”, al creer el hombre que domina el mundo de esta manera, cayendo finalmente en la autodestrucción.

Las palabras críticas de Ratzinger a este respecto son tajantes, expresando una profunda convicción creyente: “pongamos que una persona entre a formar parte de una secta o de un grupo mágico. Se convertirá en un esclavo no sólo del grupo –que de por sí ya sería grave por lo que comporta de alienación total de la persona la pertenencia a estas sectas–,  sino que será esclavo de la realidad que se encuentra detrás del grupo, esto es, una realidad realmente diabólica. Y de esta manera el hombre se dirigirá hacia una autodestrucción siempre más profunda, peor que la de las drogas”.

¿Qué piensa la Iglesia sobre los cultos satánicos?

Hay que partir de la afirmación que hace la fe católica de que “toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas” (Gaudium et spes 13). Ya en el rito del bautismo de niños (o en el caso de la iniciación cristiana de los adultos, en algunos momentos del proceso previo) se unge con el óleo de los catecúmenos y se exorciza para preparar a la persona para la lucha contra el mal.

Pero, yendo a lo concreto de la adoración del Diablo, podemos citar a San Cirilo de Jerusalén, que en sus catequesis bautismales señala, al hablar sobre las diversas formas de idolatría, que “también han sido adorados la serpiente y el dragón, émulos de aquel que nos arrojó del paraíso, mientras el que creó el paraíso ha sido despreciado” (Catequesis VI, 10). En el fondo, cualquier forma de culto satánico es una opción por el Diablo frente a la fe en Dios, algo que aparta radicalmente al ser humano de la comunión con quien lo ha creado y lo quiere salvar. Además, se está poniendo en el lugar de Dios a una criatura, que no puede ponerse –como algunos pretenden– en igualdad de condiciones con Él, como si fueran dos principios equiparables del bien y del mal.

Asociarse a Satanás no puede traer consigo otra cosa que unirse a su acción destructora de la felicidad del hombre. Él sólo quiere su perdición, y si de Dios sólo pueden venirnos bendiciones, del ángel rebelde sólo podemos esperar maldiciones, a pesar de todas sus promesas de vida feliz, emponzoñadas por la mentira, tal como fue desde el principio: “¿cómo es que Dios os ha prohibido comer de este árbol?… No moriréis… Seréis como dioses” (Gn 3, 1-5). Como afirmaba en 1997 Angelo Scola en L’Osservatore Romano, cuando hablamos del satanismo “no nos encontramos frente a una simple debilidad humana, sino frente a una opción libre y radical contra Dios, que debe ser considerada, en su aspecto objetivo, como pecado mortal”.

Sacrilegios y posesiones

Tampoco podemos olvidar que en muchos casos los ritos satánicos suponen una parodia o imitación a la inversa de la Misa (y de ahí sus denominaciones de “misa negra” o “misa roja”), e incluyen en ocasiones la profanación del sacramento de la Eucaristía. Un sacrilegio que atenta contra lo más sagrado que tiene la Iglesia, que es el mismo Cristo presente en las especies sacramentales. Según el Código de Derecho Canónico, quien se lleva el Cuerpo de Cristo con una finalidad sacrílega, “incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica” (c. 1367).

Un tema importante es la posición en la que queda la persona que toma parte en cualquier forma de rito satánico, ya que se ha sometido al Diablo de forma cultual (ya sea con la convicción de que adora a un ser personal, ya sea con una mentalidad simbólica). De esta forma, los practicantes del satanismo son más propensos a la acción directa, extraordinaria y dañina del Maligno, en un arco que va desde las influencias y vejaciones hasta el fenómeno de la posesión en su extremo más grave. Ante estas situaciones, la Iglesia propone como remedio ordinario la vida sacramental, la caridad y el testimonio apostólico, y como remedio extraordinario el exorcismo, con la convicción de que Cristo ha vencido a Satanás para siempre.

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