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¿Dios dialoga?, ¿Cómo nos habla Dios?, ¿En qué idioma?

How To Pass A Personhood Amendment ARING – es

ARING

Javier Ordovás - publicado el 14/04/14

Lugares donde notamos la presencia de Dios

El ser humano emplea el diálogo, la palabra, la conversación, como un desarrollo de discurso, más o menos lógico, para comunicarse, conocer a los demás y conocer la verdad de las cosas. Dios es persona pero, una persona infinitamente distinta de nosotros; él se comunica con su sola presencia. Tenemos que buscar, encontrar y contemplar su presencia.

Dios se nos muestra desde el principio con la creación del universo y ha hablado a algunos personajes de la historia: algunas figuras del Antiguo Testamento y  posteriormente en revelaciones privadas a algunos santos

El pacto con los grandes de la historia, su pueblo hebreo, fue un regalo de Dios, no  fruto de una negociación, fue una muestra más de su infinita paciencia y misericordia, no una propuesta del pueblo hebreo; fue Dios quien tomó la iniciativa y lo estableció.

Después, nos habló con la encarnación de su Hijo, que no vino a dialogar, sino a mostrar, lisa y llanamente, la verdad de las cosas: “el que pueda entender que entienda” (Mt. 19,3-12)

Con la vida y palabras de Jesucristo, Dios dijo sus últimas, clarísimas y desbordantes palabras. Pero aún así, el ser humano sigue pidiendo explicaciones a Dios y pide que le hable todavía más. Le respuesta de Dios al hombre ha sido: su misericordia paternal hasta entregar a su propio Hijo en sacrificio. Parece que no entendemos  esa respuesta; de la misma forma que el pueblo hebreo no aceptó a Cristo porque esperaba un Mesías libertador político, tampoco el resto de la humanidad aceptamos que el Reino de Dios es de misericordia y sacrificio en el corazón de las personas.

Dios no tiene que negociar, ni argumentar, ni que convencer al hombre, ni hacer diplomacia con nosotros que pretendemos convencerle, razonarle, comprar su misericordia. Me imagino, más bien, a Dios mirando con una mirada chispeante y sonrisa paciente y diciendo ¿pero qué se piensa este?, ¿quién se cree que es?

Lo primero, aceptar nuestra limitación. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá,…” (Mt. 7,7-11) En esta forma insistente de la oración que nos ha enseñado Jesucristo, está la lección de sabernos como niños, como hijos pequeños,  ante Dios. Los niños piden insistentemente porque aceptan, de antemano,  su condición de inferioridad y saben que, aunque no tengan derecho, la pesadez de su insistencia vence a la bondad de sus padres y esperan un regalo, un don, no un derecho. La actitud inicial del hombre hacia Dios debe ser de aceptación de la propia limitación, el realismo de la humildad, la diferencia abismal entre nosotros y Él, y nuestra filiación divina como el regalo de su adopción que nos permite dirigirnos a Él como Padre y repetir, de formas muy distintas, la oración del “padrenuestro” que Cristo nos descubrió.

¿Cómo se muestra Dios?  Dios se muestra de forma que podamos resistir su persona.

Dios ilumina, con luz tenue para que nuestra mente no se deslumbre y nuestra limitada libertad no se sienta cohibida. Dios simplemente se expone, su presencia habla por si sola, en su presencia encontramos la respuesta, la verdad de todo.

Dios nos ha dado de antemano las respuestas a nuestras preguntas en el centro de nuestra alma (hecha a su imagen y semejanza), para que la busquemos con sinceridad y la reconozcamos con humildad. El amor propio que nos ciega y nos hace sordos, nos impide aceptar esas respuestas clamorosas y sencillas que  de Dios ha dejado impresas en nuestra alma.

Dios habla a través de los acontecimientos para la humanidad y en los acontecimientos de nuestra vida personal, por eso es muy necesaria la memoria histórica de las sociedades y la memoria histórica de la vida personal. Es un buen pedagogo que nos va enseñando para que aprendamos de la experiencia de nuestra propia vida.

Dios habla a través de dolor y del sufrimiento. Dice el famoso escritor C. S. Lewis: “el dolor son los altavoces de Dios para un mundo de sordos”. De la misma forma que los padres, para que los hijos aprendan, a veces, tenemos que hacerles sufrir, aunque no lo entiendan y, sobre todo, sufren porque no lo entienden. Nos duele ver el mal en el mundo y nos duele más porque no lo entendemos.

Constantemente repetimos a nuestros hijos: ¿pero estás sordo?, ¡cuántas veces te lo tengo que repetir! ¿Es que hablo otro idioma?, ¿de qué forma te lo tengo que decir? Exactamente lo mismo que nos dice, pacientemente, nuestro Padre Dios.
Dios escucha, nos espera constantemente en cualquier momento de nuestro día y, especialmente, muy respetuoso y escondido, en el Sagrario, callado, quieto, paciente, observando, sin llamarnos, solamente para, como y cuando nosotros queramos: absolutamente disponible. Esa total disponibilidad y ese absoluto respeto de Dios en la Eucaristía, es sobrecogedor. Es con quien mejor se puede hablar. Viéndole a Él, te ves a ti mismo con total claridad: esa es su manera de hablarnos.

La presencia de Dios en nuestra alma, la presencia de Dios en la creación, la presencia de Cristo en la historia, la presencia de Dios en el prójimo, en los acontecimientos diarios,  la presencia de Cristo en el dolor, en los pobres y enfermos y, finalmente…la presencia de Cristo en la Iglesia y en Eucaristía.

¿Pero qué más queremos? 

Lo que Dios dice con su presencia es tan claro, patente y evidente que no necesita discurso ni diálogo. Su presencia es lo más elocuente.

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