La Cuaresma está llegando a su fin.
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ha tenido una acogida fantástica en la opinión pública y en la generosidad de tantos que se han unido aportando sus ahorros, su tiempo y su profesionalidad. Pero
también esta suponiendo un revulsivo para replantear muchas cosas respecto al uso responsable de los bienes por parte de las instituciones eclesiales, instituciones que llevan más un siglo promoviendo, al menos en la teoría, ese gran principio de la Doctrina Social de la Iglesia que es el destino universal de los bienes.
“No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son los nuestros, los bienes que poseemos; son los suyos”.
Y él se está ocupando ya de que esto que pide a los gobernantes y banqueros lo pongan en práctica también las instituciones eclesiales con los pocos o muchos recursos económicos que manejen, empezando por la organización económica de la Ciudad del Vaticano.
Ahora hace falta que le secunden todas las diócesis, congregaciones e instituciones eclesiales de todo el mundo, donde sin duda perviven modos y prácticas de usar el dinero y los bienes inmuebles por cambiar y proyectar hacia la innegable acción socio-caritativa de esas mismas instituciones.