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La Madre Laura, una santa entre los «indiecitos»

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Santa Laura Montoya

Monica Ibáñez Sarco - publicado el 08/05/13 - actualizado el 20/10/23

Fundadora de la Congregación de las hermanas misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena en Colombia

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La Madre Laura ha sido una adelantada de nuestro tiempo. Hoy el Papa Francisco insiste en ir a evangelizar a las periferias del mundo, pide que el Evangelio llegue a todo rincón, empezando por el propio corazón; pues la primera santa colombiana supo entregar su vida por esta causa.

Esta santa recordaba en todo momento a sus hijas, como cariñosamente las llamaba, la importancia anunciar la verdad impulsando las misiones:

«Dios quiera que las misioneras se extiendan por doquier, como pabellón glorioso, y que veamos al Dios de nuestra alma conocido por todos y muy pronto«.

Madre Laura es la fundadora de la Congregación de las hermanas misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena. Fue canonizada en mayo de 2013 junto a Antonio Primaldo y sus 800 compañeros, mártires masacrados en Otranto (1480) y María Guadalupe García Zavala (1878 – 1963), cofundadora de la Congregación de las Siervas de Santa Margarita y de los Pobres.

Vida marcada por la alegría y el dolor

Nació en Jericó, Antioquia (Colombia) el 26 de mayo de 1874. Creció al calor de un hogar típicamente paisa, (así se le llama a los colombianos nacidos en Antioquia y el eje cafetero), de raíces profundamente cristianas.

Sus padres fueron Juan de la Cruz Montoya, quien fue asesinado cuando ella tenía dos años, y Dolores Upegui, quien luego la acompañaría en su obra misionera.

Tenía gran temple, mucha reciedumbre y, al mismo tiempo, era muy sencilla; vivió con la urgencia de hacer llegar la Buena Noticia a todos los hombres.

Asumió con responsabilidad el mandato que el Señor Jesús les hizo a sus apóstoles: «Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» Mt 28, 19.

Ella, después de una larga búsqueda en los caminos de Dios, encontró que su lugar era estar con aquellos que eran considerados por la sociedad como «animales» sin alma: los indios.

Mujer de oración y de acción

La obra de la Madre Laura no tenía precedentes en su país; nadie se había atrevido a entrar a esos lugares salvajes, pero ella rezaba:

«Dios mío, cómo te mueven los gemidos del pobre que nosotros oímos con tanta indiferencia».

Y con profunda confianza en Dios, y decidida a sufrir persecución a causa del Evangelio, emprendió su obra.

Era una mujer sencilla para las cosas espirituales; su trato con Dios se manifestaba en sus escritos; era capaz de percibir la mano de Dios en lo cotidiano de la vida y manifestarlo de  manera más tangible.

La naturaleza fue un escenario constante de encuentro con Dios que la llevó a escribir uno de sus varios libros Voces místicas de la naturaleza. En medio de la creación Él se le manifestó de diversas maneras; y en ella también hizo varios milagros. Esta mujer, convencida de que la Palabra de Dios transforma el corazón, decía:

Todos dicen que creen en el Evangelio, pero cuán pocos creen en su verdad».

Hoy las Lauritas, como se les conoce, están en 21 países de América, África y Europa. A pesar de las duras críticas que enfrentaron, incluso dentro de la misma Iglesia, y pese también a las trabas geográficas que encontraban en los caminos hacia las misiones, la Madre Laura no dudó en arrebatar el Reino de los Cielos para sus «indiecitos», como los llamaba.

«Sitio» (Tengo Sed) es el lema de esta congregación fundada por ella en 1914.  La Madre Laura trató de calmar la sed del Señor con la conversión de los indígenas, haciendo suya la misma experiencia de ser saciada con la salvación de las almas y con su cooperación y la de sus hermanas. Ellas llevan en el pecho esta inscripción, recordando en todo momento la urgencia de la misión con la que vivió su fundadora.

Esa conciencia la llevó a ofrecer su enfermedad, que la acompañó durante muchos años y por la cual tuvo que renunciar a seguir misionando.

Tuvo un corazón enardecido por el amor de Dios; no se dejó atemorizar por los obstáculos, sino que supo poner al servicio de la misión su fuerza y su intrepidez, y su alegría.

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