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¿Por qué la Iglesia dice “sí” a las células madre adultas y “no” a las embrionarias?

células madre adultas

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Investigación con células madre adultas

Mirko Testa - publicado el 29/04/13

Las células madre adultas salvan vidas, las embrionarias no… al contrario

La Iglesia está abierta al uso de células madre adultas, dada su probada eficacia en el ámbito de la medicina regenerativa y en muchas terapias para salvar vidas, y porque no plantean problemas éticos. Por el contrario, no existen, ni siquiera en fase de experimentación clínica, terapias que usen células madre embrionarias, porque son ingobernables y a menudo causan tumores. Además, la Iglesia las rechaza porque comportan la destrucción de vidas humanas en los primeros estadios de su desarrollo.

1. Actualmente, las únicas perspectivas realistas de terapia celular en el hombre proceden de líneas de investigación con células madre adultas, que están actualmente desarrollándose en muchos hospitales del mundo, y que no plantean problemas éticos.

Las células de los tejidos del cuerpo humano envejecen y se deterioran continuamente, y esto a menudo provoca enfermedades degenerativas. La naturaleza posee un mecanismo para contrarrestar este deterioro, mediante un tipo de células “somáticas”, conocidas también como células “madre” adultas, capaces de proliferar de forma indefinida, y de generar células diferenciadas de tejidos concretos: hemáticas, epiteliales, óseas, etc.

Estas células “madre” adultas proceden del tejido embrionario primitivo, se desarrollan en los individuos al final del embarazo, y se han descubierto en la sangre del cordón umbilical, de la placenta, de la médula espinal de los adultos, en el cerebro y en el mesénquima de algunos órganos. Tienen un gran potencial para reparar tejidos y órganos dañados.

La Iglesia desde siempre se ha mostrado a favor del uso de las células madre adultas, porque con ellas se han obtenido resultados prometedores en la curación de numerosas enfermedades degenerativas, por ejemplo en el caso de quemaduras incluso muy extensas, con una curación completa. También porque no plantean ningún problema ético.

Son innumerables los factores positivos ligados a las células madre adultas: en primer lugar, al ser replicadas in vitro desde células madre del propio paciente, y por tanto genéticamente compatibles, no son rechazadas por éste. Además, su extracción no comporta ningún riesgo para la integridad física o la vida de esa persona. Tampoco hay rechazo aunque el donante sea distinto.

Concretamente, las células madre de la médula son la base de más de ochenta aplicaciones terapéuticas (regeneración del miocardio, del músculo estriado, corrección de alteraciones del sistema nervioso central) y de unos trescientos experimentos clínicos.

Las más utilizadas son las células del cordón umbilical, especialmente para las enfermedades de la sangre en niños. Uno de los problemas que plantea es que son escasas, y que su recogida y conservación podría ser objeto de especulación comercial. Una forma de solucionarlo es crear bancos públicos sin ánimo de lucro.

2. Las células madre embrionarias, en cambio, hasta ahora no han producido resultados terapéuticos apreciables ni siquiera en animales. Además, su recogida requiere el sacrificio consciente y premeditado de embriones humanos, a quienes la razón y la ciencia reconocen una dignidad.

Las células madre embrionarias son en cambio mucho más “plásticas” que las adultas y son capaces de diferenciarse espontáneamente en tipos distintos, pues su función es crear un individuo completo.

Para obtenerlas es necesario producir embriones o utilizar embriones “supernumerarios”, es decir, sobrantes de la FIV; es necesario dejar que se desarrollen hasta la etapa de blastocisto (entre 80 y 160 células), y en ese momento extraer entre 30-40, operación que necesariamente comporta la destrucción del embrión. Estas células extraídas se cultivan para formar “líneas celulares”, capaces de multiplicarse indefinidamente durante meses e incluso años.


Las primeras células embrionarias de conejo se recogieron en 1961, y consiguieron varse en 1981. Pero en la actualidad no se ha conseguido ninguna aplicación terapéutica con ellas. A pesar de los años transcurridos, de la gran cantidad de fondos invertidos y de las muchas líneas de investigación abiertas por grandes empresas farmacéuticas, en este campo aún no se ha superado la fase de experimentación con animales.

Al contrario, su uso se ha revelado muy peligroso. En experimentos con ratones enfermos de Parkinson, por ejemplo, se observó que pocas semanas después estas células se reproducían de forma incontrolada formando tumores. Además, estas células embrionarias son normalmente rechazadas por el receptor, al no ser identificadas por el sistema inmunitario.

Estos problemas aumentan aún más si se tienen en cuenta los altos riesgos de defectos y alteraciones en el desarrollo de los embriones humanos producidos en laboratorio, pues se ha documentado ya un alto índice de inestabilidades y alteraciones genéticas respecto de los embriones fecundados de forma natural. El embrión, en su etapa de blastocisto, si tiene anomalías, ya las ha desarrollado.

Además, el uso de células embrionarias presenta muchos problemas de tipo práctico: se necesitan muchos embriones supernumerarios y muchos óvulos femeninos para poder realizar la clonación – y garantizar así la reserva embrionaria. Otro problema es qué hacer con los embriones que no se utilizan en la investigación. Este problema no tiene fácil solución, y hay quien apuesta por la adopción, o bien por descongelarlos y dejarlos morir, o incluso por crioconservarlos de forma indefinida.

Estos aspectos éticos tienen que ver con el estatuto del embrión humano desde el momento de la concepción. A día de hoy, los biólogos del desarrollo son bastante concordes en que ya desde la fusión de dos gametos ya se origina un nuevo individuo, que lleva inscrito en sí un nuevo proyecto de vida bien definido y que desde los primeros instantes y de forma autónoma, paso a paso y sin discontinuidad, se desarrolla según el plan contenido en su genoma.

Por tanto, se trata de un individuo humano a todos los efectos y al que debe reconocerse los derechos fundamentales de que goza todo ser humano, entre ellos el derecho a la vida, a la integridad física, a los cuidados, a la intimidad. Finalmente, el uso de los embriones para la investigación exigiría el consentimiento informado de quien se somete al experimento. Pero en este caso ¿quién sería el sujeto que debe consentir?

Sin embargo, la extracción del uso de células madre embrionarias de embriones muertos naturalmente, o incluso de aquellos producidos en FIV que mueren antes de ser implantados, no suscita problemas morales, como recuerda el punto 32 de la instrucción Dignitas Personae, de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las única objeción sería la obligación de excluir que ese embrión haya sido dejado morir para poder extraer dichas células.

3. En este compromiso a favor de las células madre adultas, la Iglesia por tanto no parte de dogmas de fe, sino del interés en proteger la vida más frágil y de acompañar el camino del progreso tecnológico para realizar el verdadero bienestar del hombre.

La postura que la Iglesia católica asume desde siempre frente a la investigación que acepta la producción y destrucción de embriones humanos no es por tanto una cuestión de dogmas de fe, según aclara expresamente la Donum Vitae, sino que su intervención “está inspirada por el amor que la Iglesia debe al hombre, ayudándolo a reconocer y respetar sus derechos y deberes”.


Para la Iglesia, los embriones no pueden ser relegados a material de laboratorio en una lógica utilitarista que considera el ser humano en sus primeras fases como un simple cúmulo de células, y por ello subordina las exigencias de la investigación científica a la dignidad absoluta e incondicional de todo ser humano.

La Academia Pontificia para la Vida, en su Declaración sobre la producción y el uso científico y terapéutico de las células madre embrionarias declara que el embrión humano vivo resultante de la unión de los gametos es un ser humano con una identidad propia que tiene derecho a la vida. Ningún fin por bueno que sea puede justificar su destrucción.

Benedicto XVI, en la audiencia concedida en noviembre de 2011 a los participantes en una Conferencia internacional sobre “Células madre adultas: la ciencia y el futuro del hombre y de la cultura”, quiso poner en guardia ante algunos peligros: “La mentalidad pragmática que con tanta frecuencia influye en la toma de decisiones en el mundo de hoy está demasiado inclinada a aprobar cualquier medio que permita alcanzar el objetivo anhelado, a pesar de la amplia evidencia de las consecuencias desastrosas de este modo de pensar. Cuando el objetivo que se busca es tan deseable como el descubrimiento de una curación para enfermedades degenerativas, los científicos y los responsables de las políticas tienen la tentación de ignorar las objeciones éticas y proseguir cualquier investigación que parezca ofrecer una perspectiva de éxito”.

Sin embargo, afirmó, la libertad de la ciencia no puede ser absoluta, y por ello “el diálogo entre ciencia y ética es de suma importancia para garantizar que los avances médicos no se lleven a cabo con un costo humano inaceptable”.

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